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domingo, 8 de julio de 2012

Una lectura de Eros



Soñador de su elegía

Antonio Gracia: Bajo el signo de Eros.
Olcades Poesía. 2012.

            La poesía a veces procede de un murmullo de la muerte, y de ahí cobra su luz, o quizá sucede al revés: hay una sed de luz que no se sacia y brilla más intensamente al alcanzar su límite. Escribir es empujarse hacia un final para encontrarse uno más cierto y más consciente en el lugar en donde está, aunque no le pertenezca.
Antonio Gracia ha explorado, con absoluta lucidez, esos desasosiegos, esos raros caminos (por poco transitados) al filo de la nada y de lo inmenso y, como Rimbaud, “por delicadeza” perdería la vida en ellos.
En este libro el poeta comienza por jugar con eros, el principio cósmico de la generación, pero las propias reglas del juego le llevan a su reflejo oscuro, thanatos; porque la escritura vive de su propia anulación y de la desaparición del autor; porque quizá nada existe que no se divida a partes iguales entre su deseo y su aniquilación.
En palabras de Antonio Gracia sobre Bajo el signo de eros:


Por primera vez no necesitaba escribir. Era dueño de la pluma. Me puse a jugar con ella, con la obtusa intención de esbozar algunas fabulaciones, como un divertimento. Pero me equivoqué: pronto la pluma reclamó su origen y fue olvidando su ludismo: se lanzó a trazar un conjunto en el que la tragedia triunfaba sobre cualquier sensualidad.

            ¿Triunfo? ¿Y la gloria que dejan como estela las palabras, que rescatadas de la sombra o del silencio ya son para siempre y, para siempre, perennes en su lumbre? Palabras únicas, como aquellos cuerpos con que soñaba el Walt Whitman de Lorca, que no debían repetirse en la aurora.
            Antonio Gracia podía preguntarse con Antonio Machado: “¿Soy clásico o romántico?”, y responder como él: “No sé”. ¿Necesita adjetivos esta poesía, los necesita el poeta? Páginas de luz, de claridad, de espanto, de peligrosa penumbra. La vuelta al laberinto, con sus cimientos de mitos, sus paredes de espejos, sus imposibles perspectivas, y una presencia incógnita que acecha: el monstruo o nuestro doble.
Dichoso del lector que al perderse por estos pasillos y por estas estancias va a encontrar sin duda el camino más suyo, el que le corresponde como un eco, soñador de su elegía entre el goce y la derrota.

Ángel Luis Luján
Universidad de Castilla-La Mancha