Visitas

Seguidores

sábado, 31 de mayo de 2025

Un poema de Manuela García (Antología)

 

Saint-Saens: Sanson y Dalila (Mon coeur ...)


Cuando acaben los días de tu vida. 
Cuando la luz no alumbre tu crepúsculo.
Cuando ya estés cruzando la laguna...
Yo te echaré de menos.

Buscaré entre tus libros los poemas
que hechizan los sentidos 
y conmueven el alma. 
Y te echaré de menos.

Hablaré de tu personalidad. 
Resaltaré instantáneas de tu vida. 
Destacaré críticas literarias.
Y te echaré de menos.

Miraré las estrellas porque allí 
estarás tú, brillando entre palabras. 
Encontraré aquel poema perdido.
Y te echaré de menos.


viernes, 30 de mayo de 2025

Carta sobre Poesía

Schumann: Adagio Segunda Sinfonía 


(Elisabeth C ...  "Antonio, cómo sabe un poeta que es Poeta de verdad y qué hace cuando llega al tope de su mismidad").


La poesía, como el Amor, tiene tantas definiciones porque ninguna consigue definirla más que aproximativamente. En el mundo hay dos clases de personas: las que se dejan calificar por los demás y las que van autocalificándose para imponer a los otros el retrato que quieren que tengan de ellas. Pocas cosas me resultan más ridículas que escuchar "yo soy poeta", que es probable que solo signifique "soy versolari, versófago, macareno del verso"; pero el hábito no hace al monje. Y es verdad que hoy hay demasiados autocalificados "poetas" sin más coartada que "porque soy macarrónico del verso". Incluso dos autores que podemos sentir como poetas tontificaron sobre su raza poética: García Lorca dijo: "soy poeta por la gracia de Dios ... y del esfuerzo..."); y Miguel Hernández, cuando aún era un fanfarrón, escribió: "los poetas somos viento del pueblo...".
     El poeta auténtico no sabe que lo es porque no se lo pregunta, ya que vivir no es una profesión, sino una identidad, y escribirla, lo mismo. Sabe que no puede evitar escribir, pero no para que los demás lo aplaudan, sino para decirse a sí mismo, y sin buscar más premio que el de no negarle a la naturaleza lo que le pertenece y debe trasvasar a la palabra. Si los demás le ponen nombre a su personalidad es otra cosa.
     Eso no implica que no tenga conciencia de la realidad y sepa cuándo lo que dice para sí mismo -y para quienes necesiten semejante dicción- es un eco de lo que ya dijo, y que repetirlo es necedad porque ya lo descubrió anteriormente. Entonces es cuando ha llegado a su techo intelectual. La mismidad de un creador está dentro de él y se asoma al exterior a través de su escritura. Esa necesidad de exteriorizarse no se ejecuta para los demás, sino para re-conocerse, descubrirse, al diseccionar sus fragmentos de mismidad: Fragmentos de identidad yFragmentos de inmensidad son dos títulos que publiqué tratando de recolectar al invisible y laberíntico que hay en mí: pero no los escribí como "poeta" sino como hombre que testificaba sobre sí mismo y ante sí mismo para salvarse o condenarse.
     Un poeta no es un nombre, ni un calificativo con el que los demás compartimentan el mundo a fin de entenderlo: es un hombre -o una mujer- que busca y no se satisface con lo que encuentra. Por eso necesita crearlo con su verbo, aunque tampoco este se lo ofrezca. Es un hombre -o una mujer- común que no se contenta con ser un hombre -una mujer- común.    
    No vive ni escribe para el público, aunque como habita junto a él, tampoco le es ajeno. Ve más cosas, o de distinto modo -qué triste es tener que mirar de modo diferente para poder "ver"-, que los otros. Unos lo admiran, otros lo detestan. Platón desterró de la República a los poetas porque todo lo cuestionan; Mecenas los protegió porque son quienes añaden mundos a este mundo. Hoy, tal vez, son más necesarios que nunca, pero este mundo ya es un tren indetenible y el Arte es solo un joyero con el que la muchedumbre engalana sus ocios.

     Así que, Elisabeth querida, si escribes, pintas o compones, mira hacia adentro y conviértete en tu propio lector: con una autocrítica tan feroz que te impida publicar -salvo cuando te vaya en ello la vida-. 

221023

miércoles, 28 de mayo de 2025

José Luis Zerón: LA AVENTURA POÉTICA DE ANTONIO GRACIA (I)

LA AVENTURA POÉTICA DE ANTONIO GRACIA


1.- Imagen de una heterodoxia

Poeta, narrador, ensayista, polemista impenitente, radical en sus juicios acerca de la poesía que hoy se escribe y propenso al aislamiento, Antonio Gracia se  ha ganado una buena fama de poeta maldito que, a mi juicio, simplifica y reduce su obra poética. El calificativo de heterodoxo le conviene por su inteligencia vitriólica y su penetrante agudeza (lo que le aleja de los amaneramientos que afectan a los poetas actuales), y por la tensión ética que recorre su obra, por su concepción de la poesía como un prodigio mágico, gozoso y terrible y por la coherencia de su poética, ideada desde una experiencia totalizadora, a pesar de las aparentes contradicciones que la caracterizan. Lo penoso es que la fama de heterodoxo que  ha acompañado a Antonio Gracia ha evitado, salvo algunas excepciones, el menor atisbo de una lectura profunda de sus poemas e impedido, por tanto, un mayor reconocimiento.
     En los últimos años, sin embargo, Antonio Gracia ha venido desarrollando una intensa labor creativa– refrendada por importantes premios literarios y colaboraciones en las revistas más prestigiosas de nuestro país. Ha pasado de ser un autor conocido sólo por unos pocos, pero fieles lectores poseídos por el magnetismo nihilista, destructivo e iconoclasta de sus primeros poemas a ser cada vez más apreciado por la crítica, aunque siga teniendo detractores que lo ignoran, alegando que es uno más entre los idólatras del solipsismo.
     Su obra, plenamente consolidada, empieza a merecer un trabajo digno de exégesis o interpretación. Estas palabras que sirven de prólogo a este libro sólo pretenden destacar al poeta, lejos de cualquier intención esclarecedora o interpretativa. Mi único propósito es trazar unas breves coordenadas que permitan localizar su poesía. Ponerse a  hacer un análisis, siquiera sea modesto, de la evolución poética de A. Gracia es una tarea complicada, ya que una obra tan compleja y homogénea se cimenta en sorprendentes paradojas e influencias contradictorias: hipnótica, repetitiva, transgresora y vitriólica con asomos de ternura; erotómana y fúnebre, mística e irreverente, trágica y lúdica; unas veces exuberante e hiperbólica y otras elíptica y conceptista. Es también una poesía de la inteligencia escrita en trances viscerales. Hay más paradojas: niega el dogma fundamental del realismo y entronca con las vanguardias, haciendo uso de procedimientos irracionalistas (sobre todo a partir de las claves visionarias y oníricas del romanticismo, el simbolismo y el surrealismo), pero se ajusta en general a la ortodoxia métrica y propone constantemente un diálogo con la tradición. Algunos versos son ásperos, broncos, desgarrados, y otros, en cambio, alcanzan el extremo de la belleza más despojada y secreta. Los poemas de Gracia  reivindican la originalidad, o al menos la pretenden (brillantes yuxtaposiciones, aliteraciones sonoras, ingeniosos neologismos, abundantes retruécanos y oxímoros, abruptos juegos de palabras y otras afecciones experimentales), y a la vez están cuajados de inteligentes plagios, y autocitas. El autor recrea o parodia a menudo formas estróficas tradicionales, certificando de esta manera la imposibilidad de la originalidad. Sin embargo, su trayectoria poética muestra una línea coherente que siempre turba al lector por su autenticidad.
     Quien haya leído suficientemente a Antonio Gracia convendrá en que, revelando su obra una considerable pluralidad que nos enfrenta a la dificultad y la paradoja, toda ella es un organismo independiente compuesto por dos partes aparentemente autónomas, pero esencialmente interrelacionadas; dos grandes etapas que abarcan la biografía del autor y su comprensión y profundización en el hecho poético, etapas que a continuación diferenciaremos.

José Luis Zerón Huguet
Continúa en:

Locus horribilis 


Ir a

Sobre el autor

martes, 27 de mayo de 2025

La tempestad




Hace unos días anotaba yo la dificultad que entraña distinguir entre lo que nos comunica una obra de arte y lo que nos autocomunicamos a través de ella. 
     Lo recuerdo ahora para añadir que a pocas obras puede aplicarse tal afirmación como a La tempestad, de Giorgione
     ¿Qué pintó el joven italiano? Las especulaciones son muchas, diversas y poco conciliables. ¿Un paisaje con figuras, una escena bíblica o mitológica, una alegoría, una Madonna, una mujer recién salida del baño, una maternidad amamantante...?

     Tal vez lo que importa del cuadro no es su significado figurativo, sus personajes, su interpretación. Tal vez lo que importa es que por primera vez, y mucho antes de que el Romanticismo impusiera el estado de ánimo como protagonista de sus creaciones, aquí es el paisaje el personaje central: no es un adorno ni un marco en el que se mueven las figuras, sino la única figura: el verdadero tema, el yo anímico, el autorretrato emocional del autor.

25317

Diez.


Grieg: La mañana

1.- Creo en el derecho a la vida.
2.- Creo en el derecho a la muerte.
3.- Creo en el individuo, no en la sociedad.
4.- Creo en la educación para la responsabilidad.
5.- Creo en la cultura, no en la civilización.
6.- Creo en el Arte, no en el artista.
7.- Creo en la necesidad de la política, a pesar de los políticos.
8.- Creo en la amistad, no en el amor: en la amistad que conduce al amor.
9.- Creo en el corazón reflexivo, no en la razón sentimental.
10.- Creo que para encontrar una verdad hay que empezar dudando de todas las verdades establecidas.

17224

domingo, 25 de mayo de 2025

El libro de plomo http://antoniograciaoniria.blogspot.com.es/2013/02/el-libro-de-plomo.html

 Pulsar 

El libro de plomo


Irene Rodríguez Aseijas: Devastaciones, sueños. de Antonio Gracia


comentarios de libros
http://img1.blogblog.com/img/icon18_wrench_allbkg.pngagapea.com
Acceso de Usuarios







    
  
portada Devastaciones, Sueños
Ficha del Libro:

Título:Devastaciones, Sueños    comprar
Autor:Antonio Gracia
Editorial:LcL
I.S.B.N.-10:8488956703
I.S.B.N.-13:9788488956705
Nº P´gs:82


Devastaciones, Sueños
por Irene Rodríguez Aseijas

La polémica acompañó este poemario antes de su publicación. Galardonado con el premio Loewe y, finalmente, repudiado por la ausencia de un trámite administrativo, esta pequeña joya estuvo a punto de morir en el intento. Habría sido una lástima. Escrita con un estilo maduro y en permanente búsqueda, Devastaciones, Sueños arrastra al lector hasta el límite invisible de la propia vida, para dejarlo frente al abismo sin equipaje, ni garantías.

Con una temática que gira en torno a la existencia, a la conciencia de la misma, y a la incertidumbre inabarcable que, inevitablemente, le acompaña (es decir, que bebe de las fuentes de la poesía más clásica y atemporal), Antonio Gracia construye su universo atractivo y personal, en permanente búsqueda.

Las zozobras vitales aparecen envueltas en matices, bañadas por el ritmo de una poesía altamente telúrica y sensitiva, que transpira y muta en cada nuevo poema y que mantiene en todo momento su poso honesto. El dolor, la soledad, o la muerte, la fría noche o el velo del amanecer, sirven de excusa para arrastrarnos hacia paisajes hundidos en nuestra conciencia.

Antonio Gracia desnuda el tuétano y consigue construir así un conjunto sólido que emociona por su sinceridad, cruda y sin ambages. Es cierto que, en algunos momentos, el riesgo parece calculado y que, probablemente, se eche en falta cierta vocación revolucionaria o trasgresora. Puede, pero la sensación pasa mientras seguimos leyendo. Mientras nos refugiamos bajo las ramas de su poesía y comprobamos que no estamos tan solos en este viaje extraño que es la vida.

El último poema es un homenaje a Kipling y el colofón perfecto de la idea que conforma todo el libro: la voluntad del hombre frente a la vida. En resumen, como dice en el prólogo José Luis García Martín, “pocas veces el sentido y el sinsentido de vivir habían alcanzado tan dolorida intensidad”.

Imprimir comentario / Enviar por email


sábado, 24 de mayo de 2025

El himno en ...

 

El Diario Montañés 

CULTURA
Libros
'El Himno en la Elegía'
Antonio Gracia, último Premio 'Alegría', firma un poemario impecable. El alicantino, tras un largo silencio, logró el galardón del Ayuntamiento de Santander

PREMIADO. El poeta Antonio Gracia. / SE QUINTANA
Imprimir noticiaImprimirEnviar noticiaEnviar
La resolución de los premios literarios nos depara de vez en vez sorpresas agradables. Tal ha sido el caso del último 'Alegría', Premio Internacional de Poesía convocado por el Ayuntamiento de Santander, que en esta edición ha dado la oportunidad de aproximarnos a la obra de Antonio Gracia -un alicantino bien conocido en el contexto literario mediterráneo- mediante la publicación del libro seleccionado por el Jurado: 'El Himno en la Elegía'.

El 'Himno en la Elegía' es un poemario que continúa una trayectoria de publicación prácticamente compulsiva por parte de su autor en los últimos años, después de un sostenido y voluntario silencio que comenzó en 1983 ('Fragmentos de Identidad' fue el libro inmediatamente previo a este mutismo) y que no se ha roto hasta 1998, con un título revelador: 'Hacia la Luz'.

El 'Himno en la Elegía', como libro, como aportación literaria e incluso meramente como título, es un oxímoron. Es un libro de contrastes. Un libro de exaltada resignación, de vitalidad morigerada. Un libro en que la idea de la temporalidad, que conlleva la de la muerte, deviene fundamental en la contemplación de los objetos y el entorno, que así protagoniza un casi involuntario carpe diem («Esta luz de las cosas/ surge de su contemplación»). La contemplación, entonces, se hace única excepción posible de esa muerte: la vida -como para Le Parc el arte- se inicia en la mirada, y en ella termina. Fuera de la voluntaria contemplación -una tregua, en realidad, en el curso del mundo- todo es finitud, aunque sin aspavientos ni tragedias («El horizonte ofrece/ podredumbre, algunos sueños,/ la materia letal de las criaturas»). Y máscaras, también; el fingimiento de que otra realidad -la belleza inmaculada- podría ser posible, de no ser por su imposibilidad absoluta («Está el dolor callado. Finge el cielo/ palomas en la noche»). En el deseo obstinado de vadear esta corriente ineludible es donde la muerte se agazapa («y el anhelo es la muerte que nos damos»).

Como contrapunto necesario a la elegía, el himno hace su aparición, a modo de intermedio, en la segunda parte del poemario. Es la espalda del poeta quien escribe, todo lo que quedaba en la estación primera fuera del alcance de la vista y la memoria, toma ahora la palabra, y se deja así un lugar a la esperanza y la belleza («Toco el agua, la rosa, el horizonte./ Siento la vida./ El himno de la tierra emociona a los pájaros»). La fuga cruel del tiempo se adormece, el mundo se entiende renacido, y su prístino esplendor, como una droga, aplaca la violencia del recuerdo («Así escribe, en sosiego,/ el manuscrito del futuro. Y canta/ cada instante a la luz y a la alegría,/ como si la tristeza no existiese/ y el mundo fuera un niño»).

La tercera y última parte se edifica sobre el encuentro y la armonización de las dos previas, que conciliadas de este modo, dan paso a una introspección del autor y a su asunción del horror y la esperanza confundidos. 

Presencia musical
Resulta interesante el protagonismo, más intenso aquí que en los versos precedentes, de la música como manifestación de las evoluciones caprichosas y a la vez artísticas del mundo; es casi el reconocimiento de una perfección de lo imperfecto: las notas templadas de la vida, los arpegios de los pájaros, el canto que bellamente sustituye («facsímil de la luz») el florecimiento de las cosas. La música, además, sabe entrelazar en su discurso las emociones encontradas, como en 'Köechel 626', que de forma gráfica nos remite al 'Réquiem' de Mozart («Recita el violonchelo su congoja/ anhelante, y esparce su alegría/ la vigorosa suavidad del alma./ Atraviesa la muerte la cadencia/ y su magia se eleva: un manantial/ brota entre las estrellas, luminoso»).

'El Himno en la Elegía' es, en resumen, un poemario de exposición de conflictos interiores resueltos con serenidad anímica y recursos formales equilibrados e impecables, lo mismo en ritmo que en selección léxica, que incita a encontrarnos con nosotros de la manera en que propio autor ejemplifica: «Yo me siento a la orilla de la tarde,/cercano a alguna fuente,/y procuro callar y sonreír/como si fuera a hablar, por fin, conmigo».

 

Cirano de Bergerac Película completa en español

viernes, 23 de mayo de 2025

Le pregunté a mi corazón un día.


Dowland: Come again

Reescribivir 


La existencia es una sucesión de vidas fragmentarias, alternativas, simultáneas... en las que gozamos y sufrimos hasta que la alegría o la tristeza se levantan triunfadoras o vencidas. Quien escribe deja constancia de ese itinerario, sobre todo porque su esfuerzo por evitar el fatalismo halla una luz como final del túnel laberíntico. Por eso: 


Le pregunté a mi corazón un día
si acaso encontraría
una razón para seguir viviendo.
Como si el alma se transfigurase
y el himno enamorase a la elegía,
me contestó que cuando yo encontrase
razones para no seguir muriendo.
Entonces, apartando la amargura
del desencanto que me consumía,
volví sobre mi vida y mi escritura:
y en vez del verso antiguo, que decía
"¿No es morir el deseo de morir?",
escribí esta divisa como guía:
"¿No es vivir el deseo de vivir?".

Ovidio - Las metamorfosis (Libro V, vv. 662-678) - Traducción de Luis T. Bonmatí

 

Final de la justa poética entre las nueve musas y las nueve hijas de Piero

(Ovidio, Las metamorfosis (Libro V, vv. 662-678)


»Cuando Calíope, la más experta

de nosotras, las musas, acabó

el canto de su historia en el concurso,

todas las jueces a un tiempo dijeron

que habíamos vencido en el certamen

las que vivimos en el Helicón.

Entonces las vencidas nos zahirieron

Y les dijo Calíope: “Os ganáis

un castigo por vuestro desafío

y encima ahora nos escarnecéis.

Como nuestra paciencia no es eterna,

vamos a castigaros hasta donde

nos lleve nuestro enfado”. Las hermanas

entonces se rieron, despreciando

nuestro ultimátum, pero al continuar

hablando e intentando acometernos,

vieron cómo sus manos se cubrían

de plumas y en sus dedos se alargaban

las uñas y eran alas ya sus brazos;

cada una de ellas vio cómo a las otras

se les iban sus bocas convirtiendo

en unos duros picos y, hechas ya

una inédita especie de aves nuevas,

volaron hasta el bosque. Al intentar

lamentarse golpeándose sus pechos

con los brazos, que ahora ya eran alas,

levantaron el vuelo como urracas

que insultan en los bosques con graznidos.

Todavía hoy mantienen estas aves

su antigua verborrea, el cotorreo

tan ronco de sus voces y un innato

y afanoso deseo de charlar.»


Otros poemas Traducidos