Hace unos días anotaba yo la dificultad que entraña distinguir entre lo que nos comunica una obra de arte y lo que nos autocomunicamos a través de ella.
Lo recuerdo ahora para añadir que a pocas obras puede aplicarse tal afirmación como a La tempestad, de Giorgione.
¿Qué pintó el joven italiano? Las especulaciones son muchas, diversas y poco conciliables. ¿Un paisaje con figuras, una escena bíblica o mitológica, una alegoría, una Madonna, una mujer recién salida del baño, una maternidad amamantante...?
Tal vez lo que importa del cuadro no es su significado figurativo, sus personajes, su interpretación. Tal vez lo que importa es que por primera vez, y mucho antes de que el Romanticismo impusiera el estado de ánimo como protagonista de sus creaciones, aquí es el paisaje el personaje central: no es un adorno ni un marco en el que se mueven las figuras, sino la única figura: el verdadero tema, el yo anímico, el autorretrato emocional del autor.