Poema para una infinitud
Muñequita, en otros tiempos dúctil:
Si fueras un poema
quisiera haberte escrito,
y si fueses un libro te estaría
leyendo a todas horas...
Pero estas y otras cosas semejantes
las he dicho o escrito tantas veces
que nada significan. ¿Callaré?
No, que empiezo de nuevo y te reclamo
como hacedora de otro mundo herido
en el que ya no estamos tú y yo solos,
ajenos al vivir de los demás.
Por eso recomienzo: Amada mía,
ven; hablemos
de nosotros, de todos, de este mundo
en el que tantos como tú y yo quieren
sobrevivir, hallar en el amor
el oasis sereno, el agua pura
que sacie solidariamente. Ven.
Abracémonos, démonos al otro
como un concierto en el que cada voz
se integra en una voz definitiva
y no se llama oboe ni violín,
ni otro instrumento, sino orquesta, un himno
concertado entre todos para todos.
El mundo es muchedumbre, pero sufre
porque la multitud también es vida,
aunque ajena a la sensibilidad
de las artes y de la inteligencia.
Cuando todo se muere alrededor
¿ya no es tiempo de amar o el mejor tiempo?
Abandonemos cuanto no es concordia.
Que en el nosotros no exista el ninguno
y en los demás también esté el nosotros,
la parte en la que el uno se hace todos,
el todos se hace uno, y el jamás
se transfigura en siempre. Trataremos
de temas esenciales: de la vida,
de la que lo sabemos casi todo
aunque la hayamos comprendido mal,
no de la muerte, esa desconocida
de otro mundo y que se asoma a este.
Vayamos a un lugar en el que estén
todos los sitios y a la vez ninguno.
Que el tiempo en el que estemos concordados
sea todos los tiempos; que la voz
perdure y no se acabe, que sea digna
de haber sido escuchada hace milenios
y dentro de otros mil porque le importe
a los hombres de ayer y de mañana,
hasta que melodiosamente sea
el rostro noble de la voluntad.
AMEN!
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