1) Llega un instante de la vida en el que te detienes y te preguntas por ejemplo: ¿qué, cuál es el horizonte?
Y cuanto ya es pasado y cuanto aún es futuro se enredan, nos enredan, y no nos dejan ver que vivir es haber vivido y esperar más vida; que no es anticipar enfermedades, o muertes, que no es -no debe ser- miedo a vivir por si sufrimos.
Y te anotas y anotas para quien quiera leerlo, como un simple diario huyendo de que sea literatura.
2) ¿Quién no se identifica con una serena y noble elegía o un himno sosegado ante la vida? Los dos acechan o acarician las pulsiones primarias: la aceptación de vivir a pesar de la acechanza mortal.
Por ejemplo:
La resiliencia ¿Quién no se identifica con la noble elegía
Hay demasiados “escritores” y “artistas” que no son patrimonio de la humanidad -porque no la reflejan-, sino de chovinistas del lenguaje y de las geografías.
Para saber cómo serán las obras que importen al hombre singular basta con mirar las que ha escogido el hombre plural. Aquellas en las que quien está leyendo se dice, como en un espejo: soy yo.
A y B hace años que van de un amor en otro, de una pareja en otra... Ambos creen que llevan una vida exitosa por sus muchas "conquistas".
Un día se encuentran y, cuando se cuentan sus experiencias, reconocen mutuamente, por fin:
- Mucho presumes de tus amoríos. Pero cada una de esas "victorias" implica una anterior derrota. ¿No te das cuenta de que cuantas más relaciones amorosas has tenido más significa que has fracasado demasiadas veces? ¿Cómo voy a tomarte, pues, en serio si me estás diciendo que eres inconstante o una simple fachada sin futuro?
Quien escuche el siguiente fragmento del ensayo de la Consagración de la primavera, de Strawinski, llegará a una conclusión sobre su propia escritura:
1) "Esto que acabo de escribir, inspirado por las musas, es intocable, incorregible, porque las musas son divinas y quién podría mejorar a un dios..."...
2) Pero no: Suponiendo que merezca la pena lo que ha dictado mi pluma, más lo valdrá si lo retoco mañana, y pasado, y el mes que viene... porque también los dioses de este mundo pueden perfeccionarse, hasta que, por muy divina que sea mi inspiración, no sepa cómo mejorarlo o se me acabe la existencia...".
Una serie de poemas de sabor clásico de Antonio Gracia: «El anagrama del dolor eterno (Ulises entre palmeras)», «La panacea (recordando a Penélope)», «El rostro de lo inefable», «Semejante a Telémaco», «Una visita al origen», «La voluntad hímnica» y «La estrategia del verbo».
Miro la oscura noche, cómo eleva su densidad de muerte hacia la vida: el universo teje su estrategia de inexorable laberinto, y todo aboca al fin de sueños y materia. Qué eternidad tan presentida acaba siendo solo una brizna de ansiedad en el tropel del corazón. Diluye la armonía su perfección en caos y no hay más luz que la de los anhelos en la trinchera de las utopías. Cómo los sufrimientos se congregan en tercas agonías insondables. Y cómo las aristas de la muerte escriben en mi pecho con pedernal de estrellas: ¿De qué dolor eterno yo soy el anagrama?
La panacea
(recordando a Penélope)
Por las mañanas siento la tristeza del mundo. El sol alumbra la ciudad descubriendo sus tuétanos infestos, y, si llueve, la lluvia no consigue arrastrar el cadáver de la noche. Entonces, para huir de tanta herida, entro en mi corazón y me pregunto si mi amada vendrá. Ella pone fin a mi muerte diaria, pues con ella vienen la única luz y el agua mansa que iluminan y limpian la existencia. Ella trae el amor recién nacido, como un puro cristal arrebatado al manantial de cuarzo del origen. «Hoy nace el mundo», digo cuando llega.
El rostro de lo inefable
La mirada, como una nave, surca el mar que proceló Jasón y fue un río descendido desde el cielo. Los dioses, los titanes, la infinita mitología halló forma en el caos y creó la armonía del océano como un jánico rostro de los astros. Una gaviota traza su arabesco en la tarde, en tanto que de rosa y azucena se tiñe este crepúsculo que parece nacido de tu sangre y de tu piel, bruñida entre topacios. El rumor de la cítara del viento empuja hacia el final del horizonte, en donde lo abisal desciende y trepa al secreto del viaje hacia la luz. De pronto arde el enigma y se descifra: ¿oyes tu corazón batir sus himnos, retumbar entre las constelaciones, los diluvios y espermas de la vida para que no se extinga la existencia? Eres tú la causal causa de causas, el origen del todo, la materia —oro, lilio, clavel, cristal luciente— que dio principio al logos; y si me amas somos uno fundidos, yo soy tú, consecuencia de tu causa, también divinidad, metamorfosis que el alto amor, en un catasterismo de prodigioso embrujo, expande hacia otro edén final; he ahí el enigma resuelto en alborozo: quien persigue la luz halla la luz.
Semejante a Telémaco
Qué dulzor contemplar en el ocaso de la vida la senda que anduvimos y cuanto en ella hallamos: las palomas, los besos, las celadas de los hombres en las que no caímos, los valles y colinas, las rosas que impregnaron nuestro viaje de un aroma de plenitud. Saber que todos esos horizontes viajan con nosotros, conforman nuestro ser. Y un buen día, tras el dolor de amar lo que ya se perdió, y sobreponerse a errores y acechanzas, ver nuestra identidad que se reencarna en el hijo que vuelve y que es mejor que nuestro propio yo y el sueño que soñamos para él.
Una visita al origen
Porque viviste aquí, hasta aquí he venido. Qué prodigio, volver a los orígenes y hablar con quien le dio voz a las cosas. Contemplo tu fantasma de tinieblas sobre estas calles, junto a aquellos muros, en esta mesa que sintió tu pluma. A estas horas estabas escribiendo la lucidez final de Alonso el Bueno, una Oda a Salinas, el Soneto a Helena, los paisajes del Preludio; o pintabas a la Madonna Elisa, y, tal vez, componías un adagio. Glaciares y celestas se ayuntaban para encontrar la luz de la armonía. A estas horas también, quizá no hallaras sentido a tu existencia y decidieses poner fin a tu vida, aunque acabases honrando la esperanza al transformar en canto la congoja. ¡Qué quisiéramos ser sino juglares de la álgida alegría en vez de trovadores del dolor! Pero el dolor es el que rige el mundo desde el mismo momento en que aprendemos que somos fugitivos de la muerte y el nombre de la vida es agonía. La elegía: qué himno más doliente, mortífero y tenaz. Aquí he venido porque aquí estuviste. Tal vez el resplandor de tu presencia ilumine mi vida y mi escritura.
La voluntad hímnica
Echado sobre el légamo del cerro, húmedo de rocío y verde hierba, yo miraba el azul del horizonte, su cauce transparente: las raíces rampantes, unos riscos, la muralla de bruma disipada, las gaviotas naufragando en el cielo. Yo intentaba sembrar en mi cuaderno sensaciones contra la indefensión y la orfandad de la existencia erial. Palabras vivas que combatiesen la melancolía y consolasen el dolor del hombre. Entre los matorrales, breves flores atrincheradas en su colorido defendían su escasa primavera. Un pájaro cayó muerto a mi lado; y vi en él el cadáver de la vida. Qué fácil era hablar del Desengaño ante la realidad de aquella muerte: toda elegía alivia a quien la escribe, mas también perpetúa la tristeza. Así, mi voluntad se rebelaba a entristecer el mundo con más llantos. Y persuadí a mi pluma a que mirase que el ocaso es vencido por la aurora: que las estrellas mueren y renacen. Y me puse a escribir un canto al trino, al vuelo alado, al pájaro viviente. Qué belleza cantar la maravilla.
La estrategia del verbo
Estaba yo sobre el papel, armado con la pluma, mirando el firmamento del futuro poema que abriría un libro prometeico. Las estrellas giraban en mi mente como versos buscando identidad. ¿De dónde nace la voz que reverbera en una obra constituida en universo fértil, sino desde el dolor y resiliencia, la ascensión de las sombras a la luz, la transfiguración de la desdicha al convertir en himno la elegía? Yo indagaba en las prístinas honduras de la clarividencia, vislumbraba urdimbres luminosas, claros predios de la creación verbal. Petrarca, Horacio, Garcilaso —también El Bosco y Wagner, y todos los autores de la Historia— miraban por encima de mi hombro cuanto yo rubricaba, pretendiendo enriquecer con su arte mi escritura para que urdiese esencias perdurables del hombre universal, no del poeta. Pero nada lograron el impulso creador en su conjuro ni, tampoco, las hordas literarias agrupadas durante tantos años en mi pluma. Un poema es la transustanciación de la materia cósmica en humana: la invasión del sinántropo, los dédalos clarificados, desenmascarados por la palabra noble y sentenciosa del corazón sintiente y reflexivo convertido en lumínica estrategia: la tradición es un camino que anda. Y allí quedé, luchando con la savia que manaba de mi experiencia: vida, libros, artes, espátulas inútiles. Entonces comprendí que la alta hazaña de nombrar con fulgente idoneidad cuanto sentimos, solo algunas veces consigue transformarse en un diamante tras una sabia pulimentación: al ungirla un secreto sortilegio que dicta, en su demiurgia inescrutable, el rostro de la inefabilidad. Y que el afán de todo autor consiste en trascender su tiempo: conciliar lo disímil, fraguar eclecticismos, escuchar los colores, ver la música, crear con la palabra el Universo: semillar la alegría.
Antonio Graciaes autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto(1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de Homero, La condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre el amor, Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo y La construcción del poema. Mantiene el blogMientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.
/ por Antonio Gracia /
El anagrama del dolor eterno
(Ulises entre palmeras)
Miro la oscura noche, cómo eleva
su densidad de muerte hacia la vida:
el universo teje su estrategia
de inexorable laberinto, y todo
aboca al fin de sueños y materia.
Qué eternidad tan presentida acaba
siendo solo una brizna de ansiedad
en el tropel del corazón. Diluye
la armonía su perfección en caos
y no hay más luz que la de los anhelos
en la trinchera de las utopías.
Cómo los sufrimientos se congregan
en tercas agonías insondables.
Y cómo las aristas de la muerte
escriben en mi pecho
con pedernal de estrellas:
¿De qué dolor eterno yo soy el anagrama?
La panacea
(recordando a Penélope)
Por las mañanas siento la tristeza
del mundo. El sol alumbra la ciudad
descubriendo sus tuétanos infestos,
y, si llueve, la lluvia no consigue
arrastrar el cadáver de la noche.
Entonces, para huir de tanta herida,
entro en mi corazón y me pregunto
si mi amada vendrá. Ella pone fin
a mi muerte diaria, pues con ella
vienen la única luz y el agua mansa
que iluminan y limpian la existencia.
Ella trae el amor recién nacido,
como un puro cristal arrebatado
al manantial de cuarzo del origen.
«Hoy nace el mundo», digo cuando llega.
El rostro de lo inefable
La mirada, como una nave, surca
el mar que proceló Jasón y fue
un río descendido desde el cielo.
Los dioses, los titanes, la infinita
mitología halló forma en el caos
y creó la armonía del océano
como un jánico rostro de los astros.
Una gaviota traza su arabesco
en la tarde, en tanto que de rosa
y azucena se tiñe este crepúsculo
que parece nacido de tu sangre
y de tu piel, bruñida entre topacios.
El rumor de la cítara del viento
empuja hacia el final del horizonte,
en donde lo abisal desciende y trepa
al secreto del viaje hacia la luz.
De pronto arde el enigma y se descifra:
¿oyes tu corazón batir sus himnos,
retumbar entre las constelaciones,
los diluvios y espermas de la vida
para que no se extinga la existencia?
Eres tú la causal causa de causas,
el origen del todo, la materia
—oro, lilio, clavel, cristal luciente—
que dio principio al logos; y si me amas
somos uno fundidos,
yo soy tú, consecuencia de tu causa,
también divinidad, metamorfosis
que el alto amor, en un catasterismo
de prodigioso embrujo, expande
hacia otro edén final; he ahí el enigma
resuelto en alborozo:
quien persigue la luz halla la luz.
Semejante a Telémaco
Qué dulzor contemplar en el ocaso
de la vida la senda que anduvimos
y cuanto en ella hallamos: las palomas,
los besos, las celadas de los hombres
en las que no caímos,
los valles y colinas,
las rosas que impregnaron nuestro viaje
de un aroma de plenitud. Saber
que todos esos horizontes viajan
con nosotros, conforman nuestro ser.
Y un buen día, tras el dolor de amar
lo que ya se perdió, y sobreponerse
a errores y acechanzas,
ver nuestra identidad que se reencarna
en el hijo que vuelve y que es mejor
que nuestro propio yo
y el sueño que soñamos para él.
Una visita al origen
Porque viviste aquí, hasta aquí he venido.
Qué prodigio, volver a los orígenes
y hablar con quien le dio voz a las cosas.
Contemplo tu fantasma de tinieblas
sobre estas calles, junto a aquellos muros,
en esta mesa que sintió tu pluma.
A estas horas estabas escribiendo
la lucidez final de Alonso el Bueno,
una Oda a Salinas, el Soneto
a Helena, los paisajes del Preludio;
o pintabas a la Madonna Elisa,
y, tal vez, componías un adagio.
Glaciares y celestas se ayuntaban
para encontrar la luz de la armonía.
A estas horas también, quizá no hallaras
sentido a tu existencia y decidieses
poner fin a tu vida, aunque acabases
honrando la esperanza
al transformar en canto la congoja.
¡Qué quisiéramos ser sino juglares
de la álgida alegría
en vez de trovadores del dolor!
Pero el dolor es el que rige el mundo
desde el mismo momento en que aprendemos
que somos fugitivos de la muerte
y el nombre de la vida es agonía.
La elegía: qué himno
más doliente, mortífero y tenaz.
Aquí he venido porque aquí estuviste.
Tal vez el resplandor de tu presencia
ilumine mi vida y mi escritura.
La voluntad hímnica
Echado sobre el légamo del cerro,
húmedo de rocío y verde hierba,
yo miraba el azul del horizonte,
su cauce transparente: las raíces
rampantes, unos riscos, la muralla
de bruma disipada, las gaviotas
naufragando en el cielo. Yo intentaba
sembrar en mi cuaderno sensaciones
contra la indefensión y la orfandad
de la existencia erial. Palabras vivas
que combatiesen la melancolía
y consolasen el dolor del hombre.
Entre los matorrales, breves flores
atrincheradas en su colorido
defendían su escasa primavera.
Un pájaro cayó muerto a mi lado;
y vi en él el cadáver de la vida.
Qué fácil era hablar del Desengaño
ante la realidad de aquella muerte:
toda elegía alivia a quien la escribe,
mas también perpetúa la tristeza.
Así, mi voluntad se rebelaba
a entristecer el mundo con más llantos.
Y persuadí a mi pluma a que mirase
que el ocaso es vencido por la aurora:
que las estrellas mueren y renacen.
Y me puse a escribir un canto al trino,
al vuelo alado, al pájaro viviente.
Qué belleza cantar la maravilla.
La estrategia del verbo
Estaba yo sobre el papel, armado
con la pluma, mirando el firmamento
del futuro poema que abriría
un libro prometeico. Las estrellas
giraban en mi mente como versos
buscando identidad. ¿De dónde nace
la voz que reverbera en una obra
constituida en universo fértil,
sino desde el dolor y resiliencia,
la ascensión de las sombras a la luz,
la transfiguración de la desdicha
al convertir en himno la elegía?
Yo indagaba en las prístinas honduras
de la clarividencia, vislumbraba
urdimbres luminosas, claros predios
de la creación verbal. Petrarca, Horacio,
Garcilaso —también El Bosco y Wagner,
y todos los autores de la Historia—
miraban por encima de mi hombro
cuanto yo rubricaba, pretendiendo
enriquecer con su arte mi escritura
para que urdiese esencias perdurables
del hombre universal, no del poeta.
Pero nada lograron el impulso
creador en su conjuro ni, tampoco,
las hordas literarias agrupadas
durante tantos años en mi pluma.
Un poema es la transustanciación
de la materia cósmica en humana:
la invasión del sinántropo, los dédalos
clarificados, desenmascarados
por la palabra noble y sentenciosa
del corazón sintiente y reflexivo
convertido en lumínica estrategia:
la tradición es un camino que anda.
Y allí quedé, luchando con la savia
que manaba de mi experiencia: vida,
libros, artes, espátulas inútiles.
Entonces comprendí que la alta hazaña
de nombrar con fulgente idoneidad
cuanto sentimos, solo algunas veces
consigue transformarse en un diamante
tras una sabia pulimentación:
al ungirla un secreto sortilegio
que dicta, en su demiurgia inescrutable,
el rostro de la inefabilidad.
Y que el afán de todo autor consiste
en trascender su tiempo: conciliar
lo disímil, fraguar eclecticismos,
escuchar los colores, ver la música,
crear con la palabra el Universo:
semillar la alegría.
Antonio Gracia es autor de La estatura del ansia (1975), Palimpsesto (1980), Los ojos de la metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior (2002), El himno en la elegía (2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), La urdimbre luminosa (2007). Su obra está recogida selectivamente en las recopilaciones Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), de 1993, y Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), de 2009. Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando Rielo, el José Hierro y el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Sus últimos títulos poéticos son Hijos de Homero, La condición mortal y Siete poemas y dos poemáticas, de 2010. En 2011 aparecieron las antologías El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños. En 2012, La muerte universal y Bajo el signo de eros. Además, el reciente Cántico erótico. Otros títulos ensayísticos son Pascual Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre el amor, Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo y La construcción del poema. Mantiene el blog Mientras mi vida fluye hacia la muerte y dispone de un portal en Cervantes Virtual.
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