Monasterio de Piedra
Contaba yo algunos más de veinte años y sentía la muerte como única salida. Creía que "el suicidio es la única forma de libertad que existe".
Como el que nada teme porque ya todo lo ha perdido, me jugaba la vida, sin saberlo, en retos sin sentido, como el ningún sentido que tenía la existencia. (No siento hoy lo que sufrí ayer, sino lo que tal vez sufrieran quienes, por quererme, me sufrían).
Era julio y salí con un amigo -el noble y gran Miguel- camino de un cualquier lugar que fuese algún lugar en el que descansar de la tortura. Y descubrí la catedral del agua -o así la archivé en mi memoria-. Aquellos breves ríos, cascadas, piedras y árboles fueron un gran consuelo: como si el manantial de la vida, cegado para mí, fluyera para el mundo y saciase su sed, la que me desgarraba las entrañas y no sabía yo saciar.
Nuestro vehículo de viaje era el autoestopismo. Seguimos el camino por el Ebro, como quijotes bajo el sol de agosto: nuestras viandas fueron un poco de pan y muchas pipas en Soria, bocadillos de hambre en Burgos, algunos farinatos salmantinos, zarzamoras en Ávila y Toledo, cartujas en Sevilla, misteriosas columnas en Córdoba, agua y hojas en El Generalife, donde burlamos a los guardas para dormir al pairo de la noche...
Tras una caminata de unos doce kilómetros, saliendo de Granada, más muertos que cadáveres, iniciamos la vuelta tras un mes de joven trashumancia por la vida...
Pensar en ti llena de lluvia el mundo, escribí alguna vez... (No tiene nada que ver con esto; pero algo tiene que ver con esto...).
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