Un hombre lo suficientemente inteligente como para saber que no necesita demostrar que lo es abandona el mar para dirigirse al Oeste, unas tierras tan grandes como los mares, pero en donde la inteligencia y el valor se han transformado en el poder, la ley de la fuerza y la fanfarronería. Sereno y autosuficiente sin soberbia, viviendo y dejando vivir si no tratan de impedírselo, enseguida comprende que la amada a la que ha ido a buscar -resumen de ese mundo hostil y embrutecido- no merece la pena. Se enamora de otra mujer afín a él, sensata, "femenina" pero fuerte y noble en sus convicciones. Finalmente, los dos rancheros que pelean desde décadas por sobrevivir, haciendo de la vida un campo de batalla, acaban sucumbiendo ante el odio para dejar paso a una existencia más cordial.
Magnífico guión, música, dirección e interpretación de los actores, principalmente de Gregory Peck, anticipando una integridad que florecería en Matar un ruiseñor, la luminosa Jean Simmons y el inmenso Burt Ives. Charton Heston también anticipa la exhibición de esqueleto ben-huriano, y es el personaje que acaba comprendiendo la diferencia entre poder y dictadura, y que es hora de abandonar la machotería.
Una epopeya icónica de la vida, pues donde hay montañas, llanuras, caballos y vaqueros puede el espectador aceptar que está viendo taxis, grandes avenidas y edificios, luchas bursátiles y rencores por doquiera. Las buenas películas "del oeste" no son "del oeste", sino que transcurren en el Oeste como las de los gánsteres en la ciudad de la existencia.
Una tragedia social servida entre revólveres -ma non troppo- como esa otra tragedia social servida entre sonrisas llamada "El apartamento". Dos películas complementarias: los pusilánimes Jack Lemmon y Shirley Mclaine vencidos por el poder y Gregory Peck y Jean Simmons sobreviviendo a los poderosos.
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