Hablo del amor cotidiano, el que va recorriendo tras las décadas sus diferentes fases, cambios, tipos de relación... ese que va del romanticismo erótico a la convivencia perdurable y cómplice.
1.- Ghirlandaia tenía todas las virtudes, menos una: no sabía aceptar su complejo de culpabilidad y, por tanto, no podía ponerle remedio. Las palabras -y los hechos- tienen dos acepciones: la que les da el hablante y la que percibe el que escucha. Además, la palabra tiene un significado objetivo (la denotación) y el que va modificándose según los contextos a lo largo del tiempo (la subjetiva connotación). Por eso siempre entendemos lo que amamos o lo que tememos: lo que nos gustaría o nos disgusta.
2.- Todo funcionaba bien entre Ghirlandaia y Ghirlandaio hasta el instante en que ella escuchaba una palabra expresada en su acepción denotativa como si se hubiese pronunciado con una significación connotativamente negativa. Por ejemplo: traducía mentalmente "¡qué guapa estás!" como "se está burlando de mí". Alguien le había injertado en su infante adolescencia una semilla de autodescalificación. De modo que Ghirlandaio llevaba 20 años con sol o con lluvia, según amaneciese en la mente de su amada -quien cada día le negaba más intimidades-.
3.- La breve historia es esta:
Se conocieron sin premeditación, una noche cualquiera. Era una mujer clara y deliciosa que miraba el mundo con extraña inocencia y sorpresa. En seguida empatizaron, a pesar de que a él -de compleja personalidad- le gustaba la lógica, con sus premisas deductibles, y a ella solo la conclusión, fuera esta racional o no, argumentativa o inargumentada. Pero era tan bella de corazón -y de todo lo demás- que cómo no iba a ser amada.
4.- Desde el comienzo fueron partícipes uno del otro, dándose mutuo afecto y compañía, aunque también desde el principio él le dejó una nota en la mesa aconsejándole que debía evitar algunos comportamientos pesimistas y adoptar otros optimistas. Luego se repitió esa escena de muchos modos, siempre significando "ve a un sicólogo, que es una mirada que dice lo que ve y de la que no puedes sospechar que tiene intención de perjudicarte." Pero no: ella, que era la Inocencia personificada, culpaba todo cuanto le parecía una agresión; de nada servía insistir en que cuando has andado mil veces el mismo camino y siempre has tropezado en la misma piedra es mejor cambiar de camino o andarlo de otro modo. Ella seguía con sus rutinas sicológicas, en un bucle infinito. Se sumó a esto que Ghirlandaio cometió un error, que confesó en seguida, y del que fue perdonado -al parecer-. Pero el tiempo demostró que no: porque algunas verdades íntimas solo pueden decirse a quien comprende por qué existe la mentira. Por ejemplo, una infidelidad inesperada: descansará de su yerro quien confiesa; pero echará su peso sobre quien escucha y se convertirá en una paulatina distancia hacia la venganza; porque el perdón no elimina la culpa sino que la acrece y esconde en el inconsciente de quien perdona. De este modo, lo que al principio en Ghirlandaia era generosidad, constancia y ternura se fue cambiando por ensimismamiento, obstinación y contumacia.
5.- Así pasaron muchos años entre bonanzas y tempestades, aproximaciones y desencuentros. No se sabe si están juntos y mal acompañados -porque los ataques súbitos de ira continúan y destejen el velo de Penélope que siempre parece estar trenzándose-. Él dejó de ser un Ulises para centrarse en ella, que era lo que parecía haber querido siempre. Ella no sabe si es mejor ser Penélope o romper su telar. Pero el lector reconocerá en seguida que la ira y el rencor disfrazado, incluso con buena intención, siempre son destructivos; y que el pasado está para aprender de él y olvidarlo a fin de construir otro presente. ¿Estarían mejor absolutamente separados o se culparían día a día de no haber logrado empezar como dos desconocidos, igual que la primera vez que se encontraron?
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