Shostakovich: Sinfonía Leningrado
1)
De Pascual Pla y Beltrán nada sabía yo en 1981 sino su nombre. Sin embargo, me concedieron una beca de investigación y pronto fui descubriendo algunos datos que me convertían en detective de una vida y una obra, que era tanto como decir de todas, sobre todo la mía.
A lo largo de un año, un dato me llevó hacia otro: escribí cartas a diferentes países, recibí textos, fotografías y correspondencia de aquel desconocido a sus amistades, visité a sus amigos, cuevané archivos... Finalmente, entregué un mamotreto un tanto deslavazado que, sin yo tener noticia, se publicó a la carrera, sin que pudiera ordenarlo y roído por las erratas, por no sé qué ajustes de presupuestos del Instituto de Estudios Alicantinos. Ese desencorsetado libro, de escasa entidad, ha sido la fuente callada de quienes se apropian subrepticiamente de lo ajeno aunque sea para mejorarlo. Muchos documentos y poemas inéditos conservo en el cajón de mi abulia y mi creencia de que no hay que añadir innecesariedades al mundo.
En su casa de Caracas, con Neruda
Fue Pascual Pla y Beltrán un hombre afeado por la naturaleza, luchador contra su falta de estudios oficiales, autodidacto y cantor de la rebelión social. Cuestiones estas que lo condujeron a la cárcel, al exilio y a su muerte en Venezuela.
Fruto de estas preocupaciones y experiencias son, por citar algunas, su cuento "Los pasos de los hombres del castigo", su teatro "Seisdedos" o sus libros de poemas sociales; si bien, su mejor libro es "Poesía", publicado, para evitar la censura franquista, bajo el seudónimo de Pablo Herrera.
Si Napoleón dijo que "una revolución es un criterio sostenido por las bayonetas", Maiakowsky escribió: “nuestras plumas son bayonetas”; y fue Pla y Beltrán, muerto en el exilio, el primero en suavizar esa afirmación al relacionar arma y palabra: "que nuestros versos sean ágiles bayonetas en las manos de los obreros del universo”.
2)
Sin embargo, confundió en sus primeros libros poema con manifiesto, concienciación con fuegos artificiales. El primer poema, de su libro Narja, es un vociferio encendido y exaltatorio, una ametralladora cuya única función es disparar:
100.000 voltios rodados de poleas más ágiles.
Que la luz, la impaciencia, la imagen y el retorno.
Mediodía de grúas encendidas de grillos.
Fuego de hierro y fragua.
Yunque en constelaciones de martillos sin sueño.
Bajo el brazo tendido de músculos
y de puras distancias.
Entre mares de hulla se consumen
los cerebros más vivos.
En la niebla, la niebla que confunde
la ruta de los astros sin cielo.
Con el mudo cansancio de estos hombres de cobre.
Ilumina el sol lunas en los espejos de los hornos.
Roja lumbre se agita en las poleas impacientes.
Y el canto sin gracia de los obreros
con voluntad de bayonetas.
Abecedario ardido en las esquinas
de los yunques calcinados de hierro.
Humo oxidado en las espadañas de los crepúsculos.
El cansancio olvidado de la vida de
los obreros se despereza sobre la playa de los siglos.
¡Hierro, martillo y yunque!
¡Hombre, trabajo y alba!
Pero vivir enseña que las primeras estaciones del tren de la existencia son para equivocarse, si no de ideales, sí de maneras de alcanzarlos, y que las posteriores son aprendizajes de los errores, entre ellos el de la exaltación, canalizado en templanza. Por eso el segundo poema, sin abandonar su preocupación y tema patriotil, es más sereno: de cuando, en la posguerra, firmaba como Pablo Herrera, sabedor de que las armas solo traen desolación y ruinas; y así, los alejandrinos recorren un paisaje de desolación en la que no cabe la esperanza:
País bombardeado
El hombre allí no duerme. Sus ojos no se cierran.
Abiertos permanecen socavando la noche
cuando un cuerpo veloz se precipita ciego
y el terror como un alga su corazón devora.
Ya sabéis que incansables arpegios o alaridos
son las casas en llamas, los postigos que crujen
y esa tierna muchacha que con su mano busca
un poco de reposo a su larga fatiga.
Si los ojos se cierran las sombras se disipan.
Nadie podrá dormir, nadie estirar sus huesos
entre manos que aferran feroces el vacío,
entre sesos de niño pegados al zapato.
Delgadamente roen los seres su congoja
e igual a la lombriz su dignidad esconden.
Ni al rayo de la muerte pueden cerrar los ojos,
pues si el ojo se cierra la vida se disipa.
Imagen de la librería
PASCUAL PLA Y BELTRAN, vida y obra.
Editorial: Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, 1984
Usado / Tapa blanda / Cantidad: 1
Librería: Librería DANTE (Alicante, ., Spain)
Un placer estar por aqui Mucho he aprendido saludos desde Miami
ResponderEliminarSaludo
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