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sábado, 7 de junio de 2025

Valerio Calabrés (Dos)

Dos

¿Puede alguien nombrarme un solo hecho social que no haya supuesto más un regreso espiritual que un progreso tecnológico? Los griegos -algunos griegos- buscaron lo esencial; y después, aquí y allá, algunos disconformes que fueron perseguidos, otros ejecutados, todos exiliados de la colectividad para acabar con la semilla de la verdad menos embustera y embaucadora, la que no pone límites al ego más auténtico y respetuoso con los otros. Diré algo trivial: Desde los albores de la sociedad -no de la humanidad- existe un complot para que el hombre no se cumpla a sí mismo, sino para que obedezca los mandamientos de la colectividad regida por alienígenas de la cordura y expertos en la simulación, suplantación y perversión. Todo aquel que se aparta del prescrito decálogo es inmisericordemente destruido. No sé quién originó tal estrategia, si fue el azar o si en los mismos hombres hay una parte oscura que hermana a quienes no se conocen por estar separados por siglos y extenuantes geografías, pero que siguen la misma pauta devastadora y humillante. Me pondré como ejemplo: trabajo en un Diario, soy librepensador, no me gusta que me indiquen sobre qué debo escribir ni que retoquen mis palabras; pues bien: apenas hay un día que no mutilen lo más personal y heterodoxo de cuantas cosas digo; y si aparezco en una foto me suprimen de ella; es decir: la estrategia -del Periódico y de cualquier otra Entidad- consiste en permitir movernos como si fuésemos dueños de nuestros movimientos ocultando las clandestinas zancadillas para que no trasciendan nuestros pasos si se encaminan a un sendero que no sea el previamente trazado por el Artífice Escondido. Seguro estoy de que si leyeran estas líneas aquellos de quienes las oculto me echarían a la hoguera con la coartada de que sufro manía persecutoria, o me leprosearían hasta cualquier apartado rincón como un incauto enfermo terminal de un fatalismo desbocado. 
            A los emperadores sociales les importa mantener el equilibrio social, no el de cada persona. Los individuos son para ellos sumandos de los que se sirven para alcanzar la cifra que les permita seguir siendo emperadores. Es fácil manipular al ser humano, y más al ser gregario. Basta hacerle creer que opina libremente, que ejerce su albedrío, que elige entre dos cosas. Pero ser libre consiste precisamente en que no nos impongan elegir, en que no nos obliguen a seguir ningún tipo sutil y predeterminado de libertad. Ya sé que la convivencia necesita unas leyes: pero, como digo, se precisan leyes para los hombres y no hombres para las leyes, que a menudo bastardean la naturaleza humana y hacen de la solidaridad una complicidad y de la supervivencia una extinción de la existencia humanitaria. Así que me atrevo a decir que esos regidores de nuestros actos colectivos, los gobernantes, los egregios políticos, son los auténticos locos que fingen una cordura tan inteligente como estremecedora, porque han convertido la verdadera lucidez en una perversión. Se construye de este modo el conformismo como única revolución, haciendo creer que el criterio de “la mayoría” es lo que importa y que todo hombre independiente es un error o un anacronismo de la civilización moderna. 
            Y, efectivamente, cuando un hombre esgrime un voto y dice “esto quiero” debe respetársele por muy cretino que sea o parezca su deseo. Si no, no podríamos convivir y volvería a invadirnos la ley de la selva. Pero ya he dicho que hay muchas maneras de manipular la conciencia y hacer creer que lo que uno cree lo cree por sí mismo, que la propia creencia es un silogismo sin premisas ajenas, y que lo que deseamos es por nuestro bienestar y lo hemos escogido sin que nadie interfiera en nuestras ansias. Cualquiera que razone sabe que un niño educado en la autopista hacia la muerte sentiría el suicidio como la meta de la felicidad. Pues bien: nunca dejamos de ser niños para los mandatarios que se consideran padres perpetuos de nuestro destino. Cuando los esclavos aman su esclavitud es imposible erradicar la tiranía porque aquella la potencia. Enseñar, por ejemplo, que el hombre es limitado no es solamente una realidad práctica, sino que puede ser utilizada como una premisa para el esfuerzo de la autosuperación o el abandono del conformismo. Quien enseña a adaptarse en vez de a superarse está enseñando a conformarse, y quien se conforma empieza a ser esclavo de su propia indigencia mental y, por ello, de quienes ambicionan el poder. Para ser un buen dictador hay que ser permisivo con los libertinajes, porque éstos ahuyentan el fantasma de la libertad. 
             Claro: que si el hombre y su historia sólo son la realización del proyecto de sus genes y éstos una simple porción de la genética expandida en la explosión del universo, todos somos esclavos del determinismo y para nada sirve tener o no tener voluntad propia y ejercerla. Pero ésa es otra historia que se sale de nuestras posibilidades. En cualquier caso piénsese en esto: ¿Por qué se desprecian “las minorías” o se las atiende como un acto de condescendencia si, dada la manipulación social, “las mayorías” son simplemente las voces estridentemente mudas de unos pocos poderosos? Las únicas mayorías incuestionables son las que resultan de sumar las minorías sincrónicas que han sintonizado emocional y conceptualmente -no sólo por sus filosofías o ideologías- a lo largo del tiempo. Esas son las que reflejan y subrayan la verdadera identidad humana.

               En fin: Cierto día bajé a protestarle al Director y a renunciar a mi trabajo porque me habían censurado varias líneas de un artículo. Estaba furioso. Entré en su despacho sin llamar y lo sorprendí con su amante. Tuve que matarla: Ella era también mi amante.


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