Holts: Saturno, el portador de la edad
Todos tememos revisar el pasado por si se nos derriban algunos dioses o descubrimos que algunos diablos no lo eran tanto: por si nos equivocamos y nuestra vida es un error. Pero el viaje hacia nuestra identidad es necesario e inevitable.
Nuestros recuerdos son fantasmas de una realidad que tiene más de fantasma que de realidad. No obstante, la verdad es solo una perspectiva. Y no debiéramos sentirnos culpables, que implica maldad o premeditación, si encontramos erratas en nuestro comportamiento. No creo que nadie haga daño por amor a hacerlo, y menos a sí mismo: no creo en la maldad. Además: debemos atenernos a la duda razonable de que las cosas no son como se recuerdan: la telaraña de la vida enreda tanto sus hilos que todo se distorsiona.
Nuestros recuerdos son fantasmas de una realidad que tiene más de fantasma que de realidad. No obstante, la verdad es solo una perspectiva. Y no debiéramos sentirnos culpables, que implica maldad o premeditación, si encontramos erratas en nuestro comportamiento. No creo que nadie haga daño por amor a hacerlo, y menos a sí mismo: no creo en la maldad. Además: debemos atenernos a la duda razonable de que las cosas no son como se recuerdan: la telaraña de la vida enreda tanto sus hilos que todo se distorsiona.
Así que las únicas preguntas que yo me haría al afrontar mi pasado -y salir indemne- son: ¿Quién no comete errores a pesar de querer acertar? ¿Qué voy a perder por sentarme a hablar con quien quiere lo mejor para mí, que soy yo mismo? ¿Por qué no iniciar un presente venturoso comprendiendo, disculpando y agradeciendo cuanto recibí? ¿Por qué no hacer un esfuerzo y eliminar todo lo que parezca rencor o venganza de mí mismo contra mí mismo? ¿Por qué no hacer de mi ayer un amigo en vez de tratarlo como a un enemigo? ¿No es mi presente la semilla de mi futuro? ¿Y no es este solo un cúmulo de anhelos que no se cumplirán si no nos esforzamos por cumplirlos?
Solo entonces, tras ese diálogo sin disputa, se alcanza la serenidad, la sensatez, la gentileza: la justicia del vivir. La autoanagnórisis.
Solo entonces, tras ese diálogo sin disputa, se alcanza la serenidad, la sensatez, la gentileza: la justicia del vivir. La autoanagnórisis.