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Escúchame, Mi Amada:
Esta carta es como la botella que desde mi corazón arrojo al mar de los naufragios en tu boca. Mis labios, porque te amo, tienen forma de beso. Tu nombre tiene el nombre de los pájaros, las flores, los océanos, los árboles, la lluvia sobre el mar.
A veces pienso en ti como si hubieras muerto: Eras el amor cósmico, eras el sexo sísmico, eras la boca lírica. Si rozaba tu piel crepitaba el diamante. Tus pechos eran vértigos; tu sexo, tiburones encelados; tus ojos, dos océanos en la luna; tus caderas, el ritmo de la música; tus muslos, arcoíris en la noche; tu pelo, el amazonas encrespado; tu risa, el cascabel de las estrellas...
Mi Amada tan lejana: es duro comprender que no me amas, que tus manos no avanzan hasta mi corazón para empujar su sangre, que tus ojos no se buscan en los míos para encontrarte en ellos. Por el beso que sé irrecuperable, porque tus labios quieren reventar de pasión y no los dejas, porque tus manos trazan pequeños arabescos en el aire como una cobra hipnótica, por tantas cosas que ahora callo mientras digo tu nombre, pienso, a veces, que la vida es, a pesar de todo, algo hermoso representado en ti. Que no seas para mí, tal vez me mate. Que yo me entregue a ti, me da la vida. Así que este dolor es un placer inevitable que no aplaca la causa que lo engendra. Porque quisiera que me amaras: pero si no te amo es que no existo. Tú eres mi sentimiento y, por eso, eres tú mi existencia. Que no puedas amarme me destruye; que yo te siga amando, me agiganta. Eres la fuerza que he buscado siempre: ahora sé que el miedo ya no existe.
Este amor que me da vida y no penas, como aprendí en los libros, nunca lo imaginé posible. Esta música que late en mi cerebro desde mi corazón no existe en los poetas. Pensar en ti llena de lluvia el mundo: lo fecunda. Tan grande es este amor que tal vez, si me amaras, no sentiría esta plenitud al respirar la luz cada mañana.
Así es como te amo: como si todos los amantes de la historia te amasen con mi cuerpo, como si fueses Eva para la Humanidad. Escúchame: te amo. Sé que puedes creer que no hay quien ame tanto, que todo es fingimiento: pero, puesto que nunca amé antes de amarte a ti, se me agolpa, en los labios, todo el amor no dado: recíbelo, a lo lejos, aunque lo creas palabras solamente.
Imagino, de pronto, que te observo leyendo estas palabras, como estando ante ti sin que me veas: y tus párpados tenues, tus pestañas de añil, tus ojos de topacio, tus azules hermosos, tus verdes restallantes, tu silencio abisal caen como una lágrima exhumante. Y en la pirámide del cielo se graban con cincel de cobalto tu corazón y el mío.
Tal vez existes para ser origen de esta carta de amor y has cumplido tu vida trayéndome la muerte al desdeñarme. Tú no sufras por mí, pues me cumplo en mis versos: si me hubieses amado, nada hubiese yo escrito. Y yo sería nadie. Así, soy un poema nacido de esos labios que no quieren besarme: ahora que te escondes con la carta en las manos, trémula por saber que muero (pero vivo) tan distante, con mi boca extasiada en la plegaria inútil, ahora, Mi Amada concebida, mira: me estás amando ahora como nunca lo harás ni hubieses hecho: con tus ojos me lees, con tus ojos me alumbras, con tus ojos me besas el corazón: lo que soy, lo que fui, lo que siempre seré: palabras y poemas: epitafios.
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