Reflexiones de Antonio Gracia sobre la humanidad, el instinto de inmortalidad, la razón y el arte.
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/ por Antonio Gracia /
Estrambote Esta mañana he contemplado el páramo y me he decidido a recordar al otro que yo fui: Historia de la humanidad(1) Aquel hombre salió de la caverna y reunió a otros hombres en el llano. Entre todos aprendieron definitivamente que la mejor felicidad en un mundo de infelicidades es saber, conocer, comprender: porque sabiendo es más fácil elegir evitando el riesgo del error. (2) Se alzaron academias, pensamientos, universidades. Y todo era concordia. (3) Pasaron los milenios y cambiaron las cosas. Incluso el corazón olvidó la alegría de la Naturaleza y quiso conquistarla para sentir la lujuria del poder y tener algo sobre lo que ejercitarlo. (4) De ahí se pasó a poseer hombres. Para ello se idolatró la materia. El proceso de aprendizaje y comprensión del mundo y la existencia derivó en oscuras estrategias. (5) Primero se potenciaron las tecnologías como si fueran dioses. La enseñanza mató la educación cuando se desterraron las humanidades: entonces todas las circunstancias del hombre suplantaron sus esencias. (6) Desaparecidos los estudios y conocimientos que muestran la concordia humana —los que enseñan al hombre a responder sus preguntas ante los enigmas y valores de la vida—, aparecieron especializaciones que no se sustentaban en un conocimiento raigal y comprensivo del mundo, la libertad y la responsabilidad. (7) El que estudiaba el corazón apenas conocía los anhelos y fracasos que conforman su sustancia, y se limitaba a escudriñar sus tejidos. (8) En el quirófano social los pacientes pasaron a ser considerados clientes. Las vocaciones fueron llamadas profesiones. El individuo se convirtió en masa; y esta, en carne de cañón. (9) Algunos homo sapiens consiguieron rodearse de expertos en promesas y alcanzaron el poder más indigno. Y como fueron muchos los que, ante las turbulencias del vivir, se sentían esclavos del destino, adjuraron de su voluntad: crearon los tiranos. (10) Fue entonces cuando se asomaron todos los infiernos. Manifiesto de desidia(1) De repente, tomamos conciencia de que estamos vivos —e indefensos. (2) Miramos a nuestro alrededor —a la historia, al arte, a la literatura — y observamos que el hombre ha sufrido más que gozado durante su existencia, tanto individual como colectivamente. (3) Si nos miramos a nosotros mismos, vemos que nuestras vidas no desmienten esa experiencia de la humanidad. (4) La causa principal de ese dolor es el reconocimiento de la muerte… (5) …porque estamos atrapados por el instinto de supervivencia, que implica el ansia de inmortalidad injerto en el nacimiento y nos impide amordazar nuestro dolor o nuestro tedio en el suicidio, la eutanasia, la muerte anticipada, amputados por aquel. (6) Se defiende el hombre con el instrumento que lo define, la razón, buscando el fundamento y encadenamiento lógico de los hechos para comprender su causalidad y exorcizar el sufrimiento mediante la comprensión, la templanza, la voluntad; pero el ejercicio de la racionalidad solo engendra escepticismos, pues deviene verdades sincrónicas que se convierten en mentiras diacrónicas. (7) ¿Qué puede hacer el hombre ante semejante destino sino sobreponerse, consolarse, abrazarse a la irracionalidad —a la fe, la utopía—, puesto que la racionalidad no le da soluciones, recurrir a la creencia en otras vidas, otros seres piadosos que creen un resarcimiento paradisíaco en la trasmuerte, crear el carpe diem, embrutecerse hasta el olvido de su horror, pretender perpetuarse de algún modo? (8) Nacen así las religiones, los dioses, las iglesias, los diablos, las ansias, los temores, el debate interior, el monólogo dialogante entre el que se es y el que se quiere ser, el santo, el asesino, la bifronte esperanza de la desesperación, la búsqueda de la verdadera identidad. (9) De entre todos los refugios a que acude el espíritu en esa selva ninguno le concede tanta calma como la autoconfesión, la autobiografía síquica, el repaso de los sueños y las frustraciones, la prolongación de sí mismo en este mundo que habrá de abandonar, su injerto entre las cosas y los seres, el hallazgo de belleza, única paz ante la podredumbre, la búsqueda del íntimo lugar del regocijo. (10) El arte —la escritura, la poesía principalmente— se constituye en sucesión de sí mismo porque supone creación de vida propia y de solidaridad con quienes nos sucedan en el existir. (11) Mas tampoco nos salva la escritura. [EN PORTADA: Auge y caída de la inmortalidad, de Jack Tribeman]
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