Mucho amor, pero como errabunda aventura sexual o como fantástico vuelo celestial, más creado que creído, con las alas trovadoristas mal cinceladas que ya iniciaron Santillana, Ausias March o Manrique.
Ahora bien: para que la mujer pudiera ser amada como persona, primero debía ser aceptada como tal, cosa difícil en un mundo machista y misógino. Desde la caverna salía el hombre a cazar para el alimento de la esposa y los hijos, y esa empresa, en la que podía morir, le hizo sentirse el más fuerte, el dominador, el ser del que dependía todo: el machismo. La mujer era una hembra placentera y paridora. Hasta que la tecnología hizo posible que un músculo femenino pudiese mover lo mismo que otro masculino, no se mostró que la mujer posee tanta fuerza inteligente como el macho. Este, herido en su masculinidad porque ya no es el más fuerte, ni el único, obstaculizó el acceso de las mujeres a la sociedad creativa. ¿Cuántos milenios de postergación? ¿Y cuántas clases de amor entre hombres y mujeres?
Una: divisible, asumible, practicable, fanatizable... El amor como pulsión vital de la supervivencia; como desenfreno lujurioso; como hechizo o enamoramiento; como espiritualidad alcanzable desde el cuerpo o a pesar de él; como amistad y compañía en el viaje de la vida; como... todas esas esencias conciliadas... unidas entre dos...
Alimentado entonces el cerebro-corazón, puede discernir y elegir.
Pero excepciones hechas de las privilegiadas Beatriz Galindo o Teresa de Ávila, o sor Juana Inés (por citar tres de ese tiempo), pocas mujeres han tenido acceso a la cultura.
No obstante, pespuntes en el tejido progresivo de la igualdad hay; por ejemplo, en este soneto de L. L. Argensola, en el que la mujer no es solo una cosa amable o disfrutable por sus virtudes físicas, sino una persona amada por su siquismo: en el poema, después de la exaltación y piropeo de su cuerpo, al más puro estilo del amor cortés, es su alma -su personalidad, su sensibilidad, su equiparación al hombre- la que atrae la del amante más allá de su carnalidad ("tu alma / es la que sujetar pudo la mía", dice el primer terceto). Es un atisbo de dignificación: y fue Garcilaso quien la había iniciado. Algo similar ocurría en el soneto de Aldana (Pulsar AQUÍ): entre hombre y mujer se establecía un ansia insaciable de más allá, de comunión metafísica:
No fueron tus divinos ojos, Ana,
los que al yugo amoroso me han rendido;
ni los rosados labios, dulce nido
del ciego niño, donde néctar mana;
ni las mejillas de color de grana;
ni el cabello, que al oro es preferido;
ni las manos, que a tantos han vencido;
ni la voz, que está en duda si es humana.
Tu alma, que en tus obras se trasluce,
es la que sujetar pudo la mía,
porque fuese inmortal su cautiverio.
Así todo lo dicho se reduce
a solo su poder, porque tenía
por ella cada cual su ministerio.
Estos días, poesía (I): Boscán
Estos días, poesía (II): Garcilaso
Estos días, poesía (III): Hurtado de Mendoza...
Estos días, poesía (IV): Perdido ... entre la gente
Estos días, poesía: (V): Aldana
Estos días, poesía (VI): Cervantes
Soneto desde Azulinda (Estos días, poesía, VII)
Mentira disfrazada es la verdad (Estos días, poesía, VIII)
Definiendo el amor (Estos días, poesía. IX)
El rostro de la amada (Estos días, poesía. X)
El amor invisible (Estos días, poesía. XI)
La castidad del amor (Estos días, poesía, XII). Somoza
Miedo al amor (XIII) Góngora, Sor Juana Inés
Del ser y el parecer (Estos días, poesía, XIV). Iriarte
Dictaduras del amor (Estos días, poesía, XV). Iriarte
Carnavalandia (Estos días, poesía, XVII) Anónimo XVIII
Qué palabras decir para decir "te quiero" (Estos días, poesía, XVIII). Neruda
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