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lunes, 17 de marzo de 2014

IV.- Ana Belén Rodríguez de la Robla: HETERODOXIA Y AGONÍA EN EL POETA ANTONIO GRACIA (IV)

BVMC

IV.- CONFERENCIA: UN DESTRÓZATE MÁS UNA HEREJÍA»
HETERODOXIA Y AGONÍA EN EL POETA ANTONIO GRACIA (IV)

IV. Iconografía del infierno, del robo y de la lucha
El Infierno, como muy bien dibujó Strindberg, está dentro de uno mismo y, sobre todo, implica un grado importante de muerte personal, pues sólo en ese estado puede paladearse convenientemente.
        Ya en la «Poética» que inicia «Iconografía del Infierno» -ese ramillete de poemas incluido en Fragmentos de identidad que no constituye un libro independiente, pero que contiene versos importantes y que ejerce perfectamente su papel de puente temático entre Palimpsesto y Los ojos de la metáfora- se menciona «el ruido acróstico del nombre de mi muerte» y «el miedo a reencarnarse en un muerto llamado antonio gracia».
     La sexualidad más descarnada -como sólo puede nombrarse con la muerte entre los labios- se pone al servicio del poema para perfilarlo, para trazarlo con tintes seminales y transgresores, pero también tormentosos. El nacimiento del poema se produce entre fluidos convenientemente indispuestos por el caos -de la creación, claro. En tal marasmo, los versos flotan sin ninguna barrera sintáctica convencional que los acote.
        A la manera de un dios un tanto vacilante, un tanto extrañado,
un tanto autófago, el autor va invocando las palabras, dándolas a luz incluso (la invención léxica de Gracia es desmesurada y fascinante) y el poema va creciendo entre sudor, esperma y lágrimas. Así sucede en «Cleva»:

una hecatombe de dolor flamígero
empuñando los nexos un diluvio
de semen transgresor sólo una búsqueda
[…]
como védijas dulces en la noche
desubicados cierzos flores rosas
trizadas masturbadas espermadas
erotizadas y desjarretadas
por los corceles de la inspiración
sollozante buscante eutanasiante
a través de zahúrdas y diásporas
clitóricas orgásmicas periplos
a través de cadáveres sin féretros
gladiolos para el álgebra poética
la ecuación de sí misma enamorada
semen de rosas como tinta fúnebre
fluyéndome goteándome impotencia
aquí sobre este verso inacabable
[…]
no más genuflexión ante el poema
nunca más el dolor endecasílabo
y el lúpulo del látigo buscándome
flagelándome el ansia y azuzándome
una sílaba más un verso más
un destrózate más una herejía
inédita ciclópica martírica
indeleble en los ojos y en el tiempo
una eyaculación de vida:
                                                VIDA


        El dios alternativo, el dios heterodoxo, el dios hereje (el otro dios, el ángel malo a riesgo siempre de morir, o de ser muerto) se cobra en «Iconografía del infierno» una gran victoria pírrica despojándose de la tragedia de la emulación, trazando su peculiar «historia de un deicidio» y haciéndose por fin Hombre Que Escribe (y Sufre). Eso es «Teorema»:

quien no intenta ser dios tampoco es hombre:
solamente conocen el infierno
aquellos que están cerca de ser dioses:
el suicidio es el arte de ser dios:
un diamante tallado en el cerebro



        El colmo de la hybris del autor sobreviene cuando el Hombre acaba por superponer su creación a la de Dios. El mal llamado a posteriori, por la tradición cultural del cristianismo, «pecado» de hybris (pecado es lo manchado, y la pagana hybris, por el contrario, resplandece), siempre fue la más sublime -y temible- de las heterodoxias, precisamente por su inquieta, inconformista intelectualidad. El soberbio hereje Antonio Gracia afirma contundente en el poema «Epopeya sin héroe» que «los dioses mueren cuando el hombre piensa». Ahí es nada.
        Esa rebelión, que es la eterna rebelión del hombre contra los dioses, del hombre contra su padre, del Hombre que vive contra
Aquél que es capaz de escatimarle la vida, del lógos contra el mito, es fielmente reflejada por el mito de Prometeo, el ladrón del fuego, el raptor del ardoroso fulgor de la palabra. Entonces… el lenguaje poético es una sustracción aleve perpetrada contra la divinidad. Una sustracción aleve y prometeica. Entendiendo el adjetivo «prometeica» no en el sentido marxista del término (la inteligencia en rebeldía contra la tiranía arbitraria), sino más bien como literal arrebato de la iluminación para la íntima y natural oscuridad («Epopeya sin héroe» es, por cierto, la descripción pormenorizada de ese rapto o robo). De esta soberbia humana, cuyo objeto tan intuitivo como obvio es el conocimiento, los dioses se resarcen con un castigo eterno -una venganza, diría Dodds-, en que el explicarse implica un paseo forzoso por alguna de las formas -físicas o menos- de la muerte. Y el poema es la resurrección.
        Antonio Gracia sintetiza en «Retorno desde el fuego» (título harto significativo) la inquietud, la lucha, el robo, la sublevación, incluso el miedo, y por supuesto, su ansiosa supremacía, construida sobre la sustracción sacrílega de su libertad y a partir de los despojos materiales dejados por un Dios desde entonces decididamente ajeno al hombre:

recojo los fragmentos firmamentos
disipo la tiniebla escoplo luz
reconstruyo la muerte le doy vida
soy un adán usurpador del dios
soy un verso que escribe sus memorias
y escribe sobre el códice su grito
libre para nombrar y temeroso
de no encontrar el nombre del poema:
ensayo un crimen: la resurrección

        Pero el camino libre que se inicia es tan largo y sinuoso como el que conduce a Dios.