Schumann: Canción nº 5 sobre Eichendorff
Leger: La lectura
Saber vivir no es más que saber cambiar de vida: de modos de sentir, de formas de pensar, de maneras de actuar. Aprender a mirar de otra manera. Y en los aparentes desiertos de las páginas de un libro se encuentran los paisajes más hermosos del planeta. Y oasis como inmensos océanos de agua pura para las mentes confundidas.
Se necesitan exorcismos que nos devuelvan la naturalidad de la alegría, la conciencia limpia y responsable para gozar los frutos de la existencia, sin que ningún Pepito Grillo nos persiga. Necesitamos restituir como principio de identidad la espontánea bondad y generosidad del corazón humano: sustituir la conciencia del miedo a vivir por la alegría de vivir a pesar de las incertidumbres de la vida.
Nuestras personalidades se van formando por la repetición de actos cotidianos constituidos en hábitos. Y qué mejor terapia que acostumbrar los ojos -que son los inversores más activos de la cuenta corriente de nuestra autoestima- a unas palabras jubilosas sobre la verdad de la existencia, a unas páginas recordatorias de los dones del vivir, mientras la sombra de un árbol o la luz de una lámpara nos preserva de los rigores del tiempo. Qué alegría para los sicoterapeutas: contemplar sus consultas vacías porque unos hombres extraordinarios escribieron unas cuantas palabras que constituyen la mejor medicina para los melancólicos.
Se necesitan exorcismos que nos devuelvan la naturalidad de la alegría, la conciencia limpia y responsable para gozar los frutos de la existencia, sin que ningún Pepito Grillo nos persiga. Necesitamos restituir como principio de identidad la espontánea bondad y generosidad del corazón humano: sustituir la conciencia del miedo a vivir por la alegría de vivir a pesar de las incertidumbres de la vida.
Nuestras personalidades se van formando por la repetición de actos cotidianos constituidos en hábitos. Y qué mejor terapia que acostumbrar los ojos -que son los inversores más activos de la cuenta corriente de nuestra autoestima- a unas palabras jubilosas sobre la verdad de la existencia, a unas páginas recordatorias de los dones del vivir, mientras la sombra de un árbol o la luz de una lámpara nos preserva de los rigores del tiempo. Qué alegría para los sicoterapeutas: contemplar sus consultas vacías porque unos hombres extraordinarios escribieron unas cuantas palabras que constituyen la mejor medicina para los melancólicos.
Muchos libros hay, afortunadamente, que son médicos inmejorables porque alientan y enseñan a mirar de otra manera. Nos hablan esos libros de la extensión innumerable del corazón humano, de la profundidad del amor, de la solidaridad universal, de la búsqueda de un paraíso en este mundo, de la conquista de la felicidad no como un cielo extraterrestre sino como una tierra pisada, amada y sufrida por los hombres. Son obras nacidas a pesar de esa consigna del dolor, y sus autores la vencieron y la sustituyeron por la templanza y por el gozo; si no, serían probablemente euforias gratuitas. Muestran el crecimiento que hay desde la desolación más absoluta al entendimiento honorable del mundo y a una manera de sentir la vida alentada por el positivismo, el júbilo y la juvenilidad: el verdadero sursum corda. Ese paso de un existencialismo derrotista a una exaltación de la existencia es el legado de esos hombres para el hombre actual. Porque no importa de dónde venimos, ni si llegamos cargados de cadenas; lo importante es que deseemos quitárnoslas para construir nuestra propia libertad; porque nuestra vida no está en el pasado, sino en el porvenir. Y este también se construye con hábitos. Por ejemplo, los de convivir diariamente con armoniosas reflexiones ajenas hechas nuestras. Abra el lector -para empezar, y por ejemplo- el “Canto a mí mismo” de Walt Whitman, o las “Alturas de Macchu Picchu”, de Neruda, y sentirá que recupera un mundo que le robaron hace tiempo.
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