A. de Cabezón: Himno
Breve
imagen de Lope
1.- La búsqueda de una nueva expresión poética durante el Siglo de Oro
tiene tres hallazgos: Góngora, Lope y Quevedo. Góngora y Quevedo consiguen su
propósito con tanta obviedad que Lope los envidia, sobre todo al primero,
porque había encontrado lo que él con tanto ardor buscaba. Góngora y Quevedo,
en sus diferentes y complementarias estéticas, se parecen en que subordinan la
pasión a la cerebralización, el uno con fulgor y el otro con precisión. En
Góngora destaca la sensorialidad; en Quevedo, la intensidad. Lope es menos
intelectivo y la palabra que, tal vez, mejor lo define es la compulsión, el
arrebato. Admiraría y odiaría entrañablemente a Góngora; pero su personalidad
no le permitió ser el “poeta científico” que quiso ser. Lope se diseminó en
millares de versos, muchos de los cuales conforman títulos tan formidables como las
Rimas o El caballero de Olmedo.
Por dos cosas es fundamental Lope: por ser no solo el reformador del
teatro del Siglo de Oro sino el creador de nuestro teatro –sin olvidar cuánto
le deben muchos extranjeros- y por haber sido uno de los primeros en trasvasar
a su obra lírica su intimidad biográfica, sin caer en el cotilleo ni acogerse a
la abstracción. Cuanto menos virtuoso se muestra más humano se manifiesta.
Muchas son las confidencias de signo autobiográfico, las emotivas fisuras de su
obra por donde se escapa el hombre olvidado del ágil y generoso versificador.
En pocos autores la fusión de vida y obra es tan definitoria: ¿Que no escriba decís o que no viva?/ Haced
vos con mi amor que yo no sienta, / que yo haré con mi pluma que no escriba.
(“A Lupercio Leonardo”. Rimas); Porque
amar y hacer versos todo es uno ("La
Dorotea"); Es la locura de mi amor tan
fuerte / que pienso que lloró también la muerte.
2.- Un millar de páginas suman las obras de Shakespeare. Por cada una de
aquellas Lope escribió dos obras. Esa fecundidad -similar, en nuestro siglo, a
las de Villalobos o Picasso- no impide la intensidad, aunque sin duda resta
tiempo para la pulimentación. Ser prolífico no es un mérito y puede ser un
demérito. Quizá por eso "La Dorotea",
que hilvanó a lo largo de su vida, dedicándole menos espontaneidad que
reescritura, sea una de sus mejores obras. A pesar de su facilidad -de ahí su
fecundidad-, Lope aspiraba a la obra hermosa por trabajada, como afirma en
varias ocasiones: Oscuro el borrador y el
verso claro; La poesía ha de costar grande trabajo al que la escribe y poco al
que la lee.
Pocos autores tan clásicos como
Lope. Y sin embargo -o tal vez por eso- de pocos se puede decir que su
principal rasgo fue el anticlasicismo. Tal vez su vitalidad impulsiva fuese
causa de sus fecundos errores y de sus ejemplares perfecciones. Potro es gallardo; pero va sin freno,
dijo de él Góngora; y acertó. Pero incluso cuando Lope se desboca hay algo de
esplendoroso en su desbocamiento; y cuando pone freno a su estampida consigue
las más altas cimas de la expresión poética.
Es Lope uno de los primeros que tiene conciencia plena de que el autor
es un ser que se expresa en un habla diferente a la de los demás, de que la
literatura es el habla superior de la lengua. Ahora bien: ese habla puede
adolecer de extremista y caer en la vulgaridad o en la pedantería. Fue Lope un
buscador del poeta artista versado en todas las artes, el autor que concibe la
obra como un tributo a la inteligencia y la sensibilidad, depositarias de todos
los saberes. Sus tecnicismos son consecuencia de esa persecución, igual que sus
ecos gongorinos. Afortunadamente, supo ver que las excelencias de una obra, su
lengua, la construcción, estructura y demás diamantes y bisuterías, no son
decisivas, aunque la determinen, de su permanencia -la vigencia-. Que solo si
esos afluentes o manantiales conforman un diáfano, trascendente y perdurable
caudal consiguen que el lector se bañe dos veces en el mismo río.
3.- Ejemplar me parece Lope, como profundo y auténtico artista, cuando
escribe humanamente, y menor poeta cuando pretende serlo. Sus poemas “mayores”
rara vez consiguen el aliento lírico de su poesía íntima, cotidiana y
experiencial, reflejo de su vida de hombre y no solo de poeta. Acertó Lope
cuando tituló Rimas humanas una de
sus colecciones líricas, porque nunca es mejor Lope que cuando se muestra como
hombre que escribe y olvida al poeta “científico” que pretendió ser y cuya
égida le arrebató el culto y cultista cordobés. Cuanto más íntimo y diáfano se
manifiesta más universal y profundo es. La autenticidad vence el virtuosismo
porque la espontaneidad cultivada supera en él al pretencioso culteranismo.
Lope, a pesar de que supiera que las obras, como
las paga el vulgo es justo / hablarle en necio para darle gusto, ni habló
jamás en necio ni se conformó con el aplauso popular; buscó afanosamente el
respeto de la élite. Tentativas como las Soledades
o, luego, Altazor son La Circe y otros poemas “mayores”. En
cuanto al teatro, pocas obras de nuestra lengua superan en lozanía y lirismo El caballero de Olmedo, en mi opinión, más perfecta, por su ausencia
de frialdad expositiva, que las “perfectas” obras de Calderón. Porque cuando
una obra hace vibrar la inteligencia y los sentidos es más humana y más
artística que la que solamente enamora el intelecto.
Tal vez Lope no creó ningún personaje como Pedro Crespo o Don Juan; pero
sí reflejó mejor que ningún otro el personaje colectivo, la sociedad de su
tiempo, el pueblo diseminado en tantas figuras de tantas obras y recolectado en
Fuenteovejuna. Su espontaneidad le
llevaba a reflejar la realidad, y sus personajes se corresponden con los de su
época más que los más estereotipados de Calderón o Tirso, quienes agudizaron el
honor o el carácter femenino, pero que no existirían sin la existencia de Lope.
Tal parece que nunca se tomase el teatro como un verdadero camino para mostrar
su genio, sino solo su ingenio: otros caminos, los de la lírica, bullían en su
horizonte. Pretendió tal vez deslumbrar con sus poesías y quedó deslumbrado a
su pesar, y pesaroso, al encontrar en Góngora la senda que él había buscado sin
hallarla. Le sobraba a Lope vitalidad aunque no le faltase cerebro, que es lo
que Góngora conseguía mantener frío para volver y revolver sobre su obra,
pulirla, desmontarla, reconstruirla. Claro está que Lope corregía y volvía a
corregir muchos de sus textos ("La Dorotea":
ríete de poeta que no borra): pero eran tantos que no podía dedicar a la
corrección el mismo tiempo que quienes escriben con pausa (Lope escribió 3.000
sonetos, tantos como todos sus contemporáneos juntos). De todos modos la
humanidad podría pasar sin la obra de Góngora –aunque sea esta más brillante-
mucho más fácilmente que sin la de Lope. Porque el arte sirve para mostrar la
vida, no -solamente- el mismo arte. Lope representa la irrupción de la vida en
la obra. ¿No constituyen lo más entrañable de Lope aquellos poemas que nacen de
sus vivencias y aluden a ellas? Igual puede decirse de Quevedo, aunque
intelectualice más su experiencia sin por ello extirparle el estremecimiento,
las medulas que han gloriosamente ardido. A esa fusión de vida y obra se deben los
saltos que hace Lope en sus poemas incluyendo episodios autobiográficos
hogareños, más humanos cuando más despojados de “idioma literario” están:
Cuando
Carlillos, de azucena y rosa
vestido el
rostro, el alma me traía
4.- En Lope se aúnan como en
ningún otro las dos inquietudes que contradicen al hombre y que lo identifican
como tal: el deseo de creer en unas leyes sobrenaturales y la pasión de vivir
cuanto la carne pide; la lealtad a un ser supremo que garantiza la ulterior
felicidad y la imposibilidad de negarse la fidelidad a sí mismo como ser hecho
de carne y hambre de vivencias; la carnalidad racional y la animalidad mística.
Eso hace de su obra emblema de todo mortal que sienta la fiebre de la
inmortalidad y la mordedura de la muerte. No es extraño que sus libros lleven
por título “Rimas humanas y divinas”. La trascendencia de la vida que se
sustenta de la algarabía de la sangre, clamorosa de sensualidad irreductible. Y
ese fue Lope: biógrafo de su espíritu, confesor de sus pecados y sus
arrepentimientos. Sus muchos amoríos, sus muchos hijos y sus muchos partos
verbales hacen pensar en un hombre que todo lo gozó y todo lo sufrió. Sin duda,
Lope ayudó al hombre, mediante ese confesionalismo, a comprenderse mucho mejor.
A esta vía responden tantos poemas “humanos” y “divinos”: “Yo no quiero más bien que solo amaros”, “Ir
y quedarse, y con quedar partirse”, Suelta mi manso, mayoral extraño”,
“Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa”, “Es la mujer del hombre lo más
bueno”, “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”, “Pastor que con tus silbos
amorosos”, “Cuando en mis manos, Rey
eterno, os miro”.
Bien pudo escribir Lope, como divisa de su vida y obra:
Versos de amor, conceptos esparcidos
engendrados del
alma en mis cuidados,
con más dolor que
libertad nacidos.
A pesar de sus triunfos populares y personales, Lope fue un hombre
íntimamente solitario; no son azarosos estos versos:
A mis soledades
voy,
de mis soledades
vengo,
porque para andar
conmigo