Zichy: Dibujos / Mozart: C. clarinete
La
panacea
“Abrí la puerta y ella se abalanzó
ante mí. Mordió los pantalones hasta hacerlos caer sobre mis pies. Sentí el
pálpito de la sangre en mi sexo, que despertó como una fiera sorprendida. Su
boca se convirtió en una vagina todavía más cálida y el chorro de mi semen
blanquecinó sus labios púrpuras y sus ojos morenos y rodó en sus mejillas hasta
hacerse afluentes de sus pechos. No sé cómo, enzarzados, nos arrastramos hasta
el lecho. Las ropas desceñidas y sajadas cayeron en jirones. Mi piel frotaba,
pedernal sin yesca, su piel de yesca ansiando pedernal. Yo mordí sus pezones y
mi mano se adentró en la caverna del útero hasta hacerla gemir. Luego mi carne
la penetró hasta chocar con su carne más íntima y oculta. Sentimos que la lava
esparcía su fuego. Y, exhaustos, nos dormimos”.
Al abrir los ojos maldijo el repetido
sueño que cada noche le hacía eyacular sobre las sábanas. Otras veces soñaba
con una boca inmensa que besaba y lamía sus nalgas y su pene, su ano y sus
testículos, lo sorbía y tragaba hacia un placer inédito, como si un falo feroz
y una vagina indómita consustanciados en una loba hermafrodita y lúbrica
midiera con su lengua y atributos eróticos, gigánticos, su piel y sus entrañas
hasta hacerlo eructar como un volcán airado desde la más insólita erección y la
sensualidad más exaltada. Ya no lo pensó mucho. En un mundo de carne y soledad
en el que ni los hombres se divierten con los hombres ni las mujeres con las
otras mujeres porque la incomunicación es la única relación que queda viva,
algo había que hacer para que no muriera el ser humano que aún perdura en el
homínido del siglo veintiuno. Inmediatamente redactó el siguiente documento:
1) Los abajo firmantes explicitan su deseo de
mantener relaciones sexuales lo más placenteras posibles, por lo cual no se
descarta, sino que se incluye, la ternura, el afecto y otras sensualidades.
2) Los séxuges declaran bajo
palabra ser recién conocidos, no odiarse ni amarse actualmente y no actuar bajo
ninguna coacción, sino por mutua decisión y con el propósito de gozar de una
sexualidad que les endulce la existencia o les haga olvidar los probables
sinsabores de la misma. Por ello admiten respetar la intimidad del otro y no
agobiar o entorpecer sus vidas cotidianas.
3) Queda prohibido terminantemente
enamorarse, salvo que el tiempo dictaminare lo contrario y el consentimiento
fuese mutuo. Si el amor surgiese o, nacido en ambos, desapareciese por parte de
uno solo, se establece que ambos evitarán todo tipo de sufrimiento consentido, incluso
si ello supusiera la ruptura.
4) Cada “juego amoroso” no podrá
durar nunca menos de diez minutos ni más de doce horas, a fin de evitar el
tedio o la muerte por desfallecimiento.
5) En principio, se establece el
encuentro erótico en una vez a la semana, precisándose el día y el momento a
conveniencia de ambos séxuges.
6) Ninguno de los contrayentes
sexuales adquiere el compromiso de realizar algún acto que le disguste o le
repugne, por mucho que al otro le satisfaga o lo desee. Se considera
imprescindible para ello, conforme avance la relación -la libidinosidad-, el
intercambio coloquial sobre las zonas erógenas, preferencias eróticas y cuanto
ayude a mejorar el intercambio del placer.
7) Ambos afirman poseer todas las
partes de su organismo en buen estado, con lo que se obligan a indemnizarse con
un millón de besos, coitos o sexaplejias (o algún otro tesoro) si algún miembro
(oreja, pezón, pene ...) sufriese amputación por mordisco, succión o similares
avatares pasionales.
8) Ninguno de los sexuantes tendrá
la osadía de sentir más de tres orgasmos por sesión, obligándose el que
sobrepasase tal número a devolvérselo con creces al cumplidor de lo pactado.
9) En caso de incumplimiento del contrato
antes del tiempo establecido, el incumplidor deberá proveer, en el plazo de
tres días, un sustituto con iguales o mejores facultades amoroso-lujuriosas.
10) Este contrato mantendrá su
vigencia durante tres meses y podrá ser renovado de mutuo acuerdo.
Aquí y ahora, con
lúcido albedrío:
Firmados
Inmediatamente consideró que bastarían diez copias,
por lo pronto, y se lanzó a la calle cuando la noche empezaba su feria. Entró
en un lugar céntrico como otras tantas veces: mesas llenas de desconocidos que
fingían conocerse, la sonrisa en la boca, el cigarro en los labios, la ginebra
en la mano, la soledad fulgente. Se aproximó a la barra y oteó el horizonte.
Rostros demasiado vecinos de otros días, miradas consteladas de las mismas
pasiones escondidas, la escasa luz como antifaz, el ruido del silencio murmulloso
para evitar que se oyese la mudez del espíritu. Y cambió de lugar.
Entró en un modesto síndol
confortable, iluminado a medias, la música agradable, cada cual repartiendo su
soledad consigo mismo, sin disfraces de falsas compañías. Unos ojos levantaron
su inmensa llamarada desde una mesa próxima y sintió que allá voy. Se sentó,
¿no te importa?, yo también estoy solo, en cuanto te incomode me lo dices y me
voy. Hablaron y fumaron y en seguida intimaron en el tema que allí les
empujaba, y se confidenciaron: la soledad no es mala si la compañía de los
otros es peor, por eso estoy aquí. Él le contó su sueño repetido, y ella dijo
que al levantarse recordaba cómo un hombre agresivo y amoroso la acosaba de
noche como una violación que ella buscaba, que le mordía los senos, que
empujaba su glande hasta su intimidad, que bañaba su cuerpo con su sangre
sexual. Que luego despertaba del todo y maldecía del mundo porque la libertad
impedía hacer libre ese reducto que todo ser posee y es incomunicable. Tienes
razón, le dijo, todos nos quieren poseer y ni siquiera saben poseerse, que
significa tomar de los demás lo que pretendan darte y darles cuanto seas capaz
y te lo admitan. A los pocos minutos de empatía sacó una copia del contrato y
lo leyó con voz suave para que no sonara abrupto. Ella lo tomó y lo leyó
despacio, musitando los labios como sorbiendo un falo. Una mirada unió los ojos
separados por la mesa. Desenvainó una estilográfica y la puso en su mano. Y
luego firmó ella.
(Salieron y se sintió poseso de algo muy parecido a la felicidad. De
repente giró y miró hacia atrás: ¿Tal vez aquellos rostros yacían allí tras
haber intentado una esperanza semejante a la suya y se vería a sí mismo muy
pronto desahuciado, como un horizonte que otea otro horizonte interminablemente
inacabable?).