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viernes, 29 de noviembre de 2013

Dionisia García: Palimpsesto

Madrigal en la noche

Palimpsesto
Antonio Gracia
Sinhaya
Me gustaría tener las palabras y poseer la justa cualidad para decir de Palimpsesto, última entrega de Antonio Gracia, última y póstuma, añade el autor; quizá sea el modo de anunciar rumbos nuevos, caminos que precisen de la crucifixión como punto de partida. 
Perdura en el recuerdo La estatura del ansia, con un maravilloso poema, “The lady o Ilici”, donde el poeta alcanza facultades de gran operador, iluminado hacia mundos de infinitud en dádiva amorosa de lo eterno hecho piedra. Desde ese recuerdo intentaremos adentrarnos en el mundo poético de Antonio Gracia, representado especialmente por Palimpsesto, expresión necesaria a su propia existencia; en este libro el autor interroga e intenta obtener respuestas que ya están en su subconsciente. Estas respuestas le hacen vibrar bajo juegos de luz,  sombras, vida y muerte.
Con gran dominio del lenguaje, Antonio Gracia nos lleva y somete al juego de la adivinación, despliega sus artes sin temor alguno, porque para el poeta el lenguaje no es buscado, sino poseído. El texto lírico no surge, a veces, de temas o motivos previos, sino como resultado de combinaciones de palabras que desarrollan fuerzas alógicas, capaces de lograr la tensión del poema. A través de la lectura del libro, apreciamos anhelos por escapar de la realidad, lo cual sólo puede sentirse dentro de una concepción idealista. Existe, desde luego, el peligro de perder la medida y caer en la pura indeterminación, pero ¿qué ha de ofrecer el creador? El lector atento debe poseer los estímulos suficientes para continuar con su propio esfuerzo lo ya iniciado por el autor, descubriendo en libertad, sin la limitación del dato real. Entre otros, el poema “Álope”, en la cuarta parte del libro, es un ejemplo vivo para ese lector atento a la comprensión múltiple.
    

    Debemos hacer constar que nuestra tendencia, en la primera lectura de Palimpsesto, es de aversión filológica: en los cinco poemas que abren el libro, bajo la rúbrica “Amor”, los vocablos ingles, coito, fornicar, sexo, masturbar, vagina, orgasmo, útero y eyacular, se repiten de manera monocorde. Es necesaria una más lenta y palimpséstica lectura para quedar seducidos por el ritmo reiterativo y necesario, por el juego total de lo onírico. Creemos entender en su totalidad que, más que Eros, es Tánatos quien viene poseyendo al autor: “Pliegas tus carnes negras en mi cuerpo”, leemos en el poema “Quiasmo”.
Es, por tanto, en esta atención expectante y buscadora, donde Palimpsesto muestra su verdadera dimensión: la lucha de un hombre que quiere sobrevivir y liberarse de la genética y de la cultura a la hora de predicar su auténtica, sola y sagrada individualidad. En esta aceptación, nos encontramos con “Postumario” y el lenguaje utilizado: formas y fórmulas eróticas que expresan simbólicamente y quedan apresadas por el autor, cuya solitariedad nos acompaña. Sabe el poeta que con el lenguaje nos está lanzando señales de socorro, supone que nada se puede decir, que “... cualquier verso es la parodia / de un hombre disfrazado de creador”; más adelante nos explica: “Mi lujuria es la inmoribilidad”.
En esta antagónica lucha de sí mismo, Dios está al fondo: “... el hombre es la autocrítica de Dios / [...] / el hombre es la eutanasia de un tal Dios”. Y busca su identidad angustiadamente: “Facsímiles de Adán somos, facsímiles / un palimpsesto soy de cada hombre”. El autor concluye amargamente: “Es inútil huir del ostracismo / que la literatura me depara”.
Esperemos que Antonio Gracia, alejado de unos caminos, encuentre otras sendas y vericuetos por donde transiten nuevas criaturas poéticas, en compañía de Ulises, de la Dama de Elche y Sharon Tate, y, naturalmente, de Antonio Gracia, que es padre común, aunque al aire de su último libro, no justo, ya que se permite cerrarlo con un “ya no me queda nada que decir / [...] / ya no me queda nada que morir”.