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martes, 13 de octubre de 2020

Convergencia y Divergencia

 
Boccherini: Adagio


Dícese que quien la sigue la consigue -o quien lo sigue lo consigue-. Probablemente: pero ¿con qué porvenir?

     Dos personas que se aprecian o se aman acaban juntas si tienen voluntad de convergencia síquica: de completar su sintonía eliminando las asperezas que los alejan. Pero basta con que una de ellas tenga voluntad de divergencia -de autosuficiencia- para que, por muy unidos que estén, terminen separados.

     Convivir -las 24 horas o 200 minutos- no solo es cuestión de pretenderlo, sino de proponérselo: regirse por la razón pausada para que los impulsos sean siempre beneficiosos y nunca destructivos: tener la certeza de que los mutuos comentarios intentan mejorar, no menospreciar; lograr que la conversación jamás se convierta en discusión.

     Amar no es solo querer amar: es prepararse para ser amado. No basta el "quiéreme como soy". Se precisa el "voy a ser como debo" para ser digno de ser amado.

     En fin; es muy sencillo: todos queremos acertar, pero todos, aunque sea excepcionalmente, nos equivocamos en algo porque hemos ordenado mal alguna pieza de las que forman nuestra personalidad. Debería ser un honor rectificar, pero para ello es necesario reconocer primero que algo hemos hecho mal. Y eso no lo toleran muchos temperamentos, sobre todo, y precisamente, los inseguros. Por eso la contumacia brilla tantas veces como una -oscura- estrella en nuestro carácter.

     Imaginemos que Convergencia y Divergencia son dos señoras -o dos señores- adornadas con cien virtudes. Convergencia no solo tiene cien cualidades sino que procura, y consigue, enderezar una que la inclina a cometer algún error intrascendente pero exasperante. Su mente siempre está serena porque vive y no solo deja vivir sino que ayuda a que todos vivan mejor. En cambio Divergencia, empujada por algún mínimo trauma lejano de autoestima necesita saber impoluta su conducta y, para ello, se niega a escuchar todo mínimo cuestionamiento de alguna reacción que, escuchada y corregida, desaparecería de su vida y de la de los demás. Sin embargo, empecinada en que debe ser aceptada como es, sigue siendo como no debe ser en ese breve rasgo de su carácter. Y la exasperación que produce acaba trabucando a quienes la quieren y abismándola en una lenta melancolía porque no sabe por qué "todo le sale mal" -pero su inconsciente sí lo sabe: y la castiga-.

     Qué quiero y qué estoy dispuesto a hacer para conseguirlo: esas son las preguntas que debemos contestarnos. Aprender de los errores es el primer paso en el camino del conocimiento: del bienestar. Y alejarse de Divergencia -o Divergencio- a la tercera inconvergencia es lo más sensato. Si no, estamos aceptando como compañía a un caminante que hace simplemente un alto en nuestras vidas para seguir la suya. 


 


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