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domingo, 29 de diciembre de 2024

Seudónimo y Apócrifo.


Mozart: Adagio (C. piano nº 23)

A) 
Innumerable es la relación de obras que ha producido el hombre. Sin embargo, vencidas las dificultades para sobrevivir físicamente, cuántas de esas obras han ocultado las verdaderamente trascendentes para la supervivencia del hombre interior, su entidad humana, la nobleza de espíritu de la humanidad. 
     Unas veces porque el materialismo se ha impuesto sobre todas las cosas; otras porque la mediocridad de la muchedumbre ha suplantado la sensibilidad inteligente del individuo fugitivo del mundanal bullicio. Cuántos Salieri han derribado -efímeramente- a Mozart; cuántos Wellington a Napoleón, cuántas circunstancias a esencias ...
     Sigue vigente el dístico, tantas veces recordado, de Cantero:
                                El mundo cabe en un verso; 
                                pero ¿quién sabe escribirlo?

         Sacando factor común de la intrahistoria, puede concluirse que el de la Humanidad es la mediocridad intelectual -"sentipensamiental"- y que, por ello, nadie es profeta en su tiempo. Lo cual no le importa al creador a la hora de crear, aunque sí le duele a la hora de saber que su esfuerzo jamás tendrá un reconocimiento en vida, mientras que los avellanedas, solo por existir y darle al necio lo que es del necio, encuentran hueco en la memoria cervantina.
     Esa poética ausente de trascendencia y robadora de verdaderas verdades es la que pretenden negar estas prosas disfrazadas de poemas, que aquí dejo para que el lector las tenga en cuenta ante cualquier lectura: su autor -o autores- es uno más de esos que la historia ignora, cosa que me parece bien en este caso, porque rechazó cinco veces el Nobel y se extranjerizó de todas partes.

B)
    La historia de aquestos versos a relataros renuncio. El primer poema, ya se ve: no es un soneto; y el segundo, también se ve que es un soneto anafórico del "no", raris y feldespato, burlador de los neologistas a ultranza y los excéntricos plumíferos. Poéticas y antipoéticas son al mismísimo tempora o mores.
    Los hermanos Seudónimo y Apócrifo -norte del Feudo Crevillentino-, como los Argensola, escribieron más al alimón que por sí solos, siendo difícil, o improbable, saber qué texto es de cuatro manos o de dos -de una de las cuatro, quiero decir-. Unos estudiosos dicen que son oriundos de aquí y otros que de allá. Incluso hay quienes afirman que soy yo mismo quien ha pergeñado tamaños escorbutos; pero, como testigo de cargo, diré rotundamente que mi palabra es tan válida como la de los demás incausados: y declaro que si fueran míos, serían peores; y que no soy mi alterego; y que, en todo caso, él lo sería de mí. Ítem más: digo que qué más da -que de qué sirve la erudición sobre nacencia, culturencia, blibliografencia...-, si al final incluso el autor es solo una circunstancia del poema. 

1)
El ripio trascendente

Pregúntese el lector de este poema
si al leerlo halla en él su autorretrato,
un destello en la sombra, un veredicto
a la interrogación de la existencia;
o si, por el contrario, sus palabras
son hijas de un ludópata verbal
que nada tiene que decir y dice
menudencias, astucias, abalorios.
Ese es el historial de la escritura
y de todas las artes: la engañosa 
relación entre esencia y circunstancia.
Nada dice el poeta que se olvida
de escribir desde el hombre y para el hombre.
Hallar la identidad: esa es la meta.
Primero, una verdad inextinguible;
y después la belleza que la dicta.
Asedios a la luz son las palabras:
manantiales, lumínica estrategia.


2)

Altas odas y plúmbeas cimitarras...


No géiseres de insomne verborrea
escribas complaciente y complacido:
babeles son de plumas sin sentido,
estupros de la orgía farisea. 

No promiscues la frágil panacea
que es la escritura -para el hombre herido-
con estrategias que son solo un ruido 
provocador de infausta cefalea.


No es radiante inventar cualquier lenguaje 
sin carripochear con glosolalias
la mandoblez del tuétano sombrío.


No meliflues el probo vasallaje
del lector enmismado en ecolalias,
¡oh tú, necio juglar misantropío!


Ambos eran ellos dos

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