He aquí un conjunto de acuarelas verbales, intimistas y breves perfiladas por una nostalgia entre realista y visionaria, que dibujan la quintaesencia de una vida contemplativa; brevedad solo interrumpida por el último y más extenso texto.
Al menos en tres de ellos aparece la expresión que da título al libro: "línea continua". Podría significar el viaje de un vivir zozobrante, o sin zozobras. O el horizonte inalcanzable... Pero se deja sentir mejor como incógnita que como concreción de un estar entre las inclemencias y esperanzas de lo cotidiano. Por el contrario: la "línea continua" del conjunto es la mirada introspectiva y melancólica, en busca de una identidad (lo indica el bordón del "Soy..." en diferentes comienzos) solidaria en cuanto que se ofrece al lector. Este encuentra una sucesión de estampas anímicas, experiencias frente a realidades apenas apuntadas o sugeridas. La autora parece decir: heme aquí y hete aquí en lo que ves de mí.
Hay autobiografismo, confesionalismo, simplicidad -no simpleza-, esquematismo poemático, acuarelismo estructural, adanismo que huye del saltimbanquismo retórico y solo expone la síntesis de la autocontemplación sanadora, egotista pero no egoísta ni ególatra.
La ausencia de retórica -característica de la autora- y la presencia del adanismo, la sencillez del léxico y la llana estructura pueden interpretarse como aliteratura, o contraliteratura, rechazos de lo convencional o poesía al uso, sea novedosa o tradicional; más bien parece corresponder a un sentir personal arraigado en la consideración de que el ser humano ha sido despojado de su humanismo y aherrojado en una inhumanidad creciente. Un mundo regido y sufrido, por ejemplo, por esta trinidad: el Progreso es la fuga del trascendentalismo; el Progreso es la muerte del antropocentrismo; el Progreso es la regurgitación del epidermismo. Y la pluma se ha hecho eco de ese devenir.
De modo que, frente a la insensibilización y maquinización, la autora se decide por la huida de la máquina retórica, experimentalista, rupturista, y regresa a una dicción natural, espontánea, más sentenciosa que expositiva: a la semilla del verbo sin ungüentos superfluos. Expone su verdad doliente, nemorosa: porque ante la tristeza -y alegría- del existir basta la insinuación, y toda literaturización es un falseamiento, un oropel fungible. La poesía sustancial es la que, desprovista de abalorios, atañe al corazón de cualquier ser humano de cualquier época, liberada de argumentos y filosofismas. Estos poemas son como esguinces líricos de un pensamiento trágico.
Sé que no acierto en lo que acabo de decir, puesto que la misma Ada confirma que no vive en un mundo de hadas y cita algunos autores del territorio de la Literatura literaria, aunque también afirme que "Me debato entre la realidad / y el sueño". Sabe, en fin, que ningún poema -y menos si es "literario"- puede pronunciar el mundo y, todavía menos, salvarlo.
Libro, pues -como un "aviso de caminantes"-, de quien sueña salvarse y sabe que al final del sueño continúa la realidad física y síquica como un monstruo acechante o un dios caprichoso en sus dádivas.
He aquí el fragmento final, que bien pudiera ser un poema en sí mismo, resumen ejemplar y poema ejemplar -lo diré en expresión muy próxima- de las devastaciones y los sueños que recorren -como una "línea continua"- el libro de la existencia, los espejos de una biografía resiliente:
entre la caída de la noche
y la amanecida,
los sueños que se filtran
y el sueño que yo anhelo:
ser en mi ser superación
para sentir
translúcida
el impulso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario