Dícenme algunos lectores de este blog que el título es sombrío y hay muchas páginas ensaimadas en tristeza.
Dígoles yo que son como la vida misma. Solo que yo no afirmo nunca que haya que ponerse a llorar porque hemos de morir, sino que algo positivo hay que hacer mientras la vida fluye hacia la muerte.
Por ejemplo: distraer el ensimismamiento, exorcizar esa obsesión fúnebre escribiendo sobre ella -pero también sobre la vida- para que sus propios temores los desplacen a mis escritos y crean que soy yo quien los incita a la tristeza en vez de aceptar que la melancolía es un gen más de nuestro organismo síquico y físico.
Por el contrario, la euforia irresponsable es un mal endémico que hay que erradicar tanto como el tedio de vivir. Y la realidad es que quien no trata de superar ambas cosas es el que sucumbe, incluso antes de morir.
El sosiego no se alcanza escondiendo el desasosiego, sino afrontándolo.
También puede elevarse a la categoría de axioma que los grandes hitos del Arte y de la Humanidad han sido alcanzados por el sentimiento trágico de la vida, no por su carcajada. No por ello hay que santificar la tristeza; pero sí escuchar lo que nos dice: precisamente para verle el rostro y reconocer que es cosa de humanos, no de fantasmas. Y, como tal, vencible.
(Por cierto: lo que el lector está oyendo es el mayor tributo e invitación a la alegría que hayan engendrado los siglos, y nació de una de las tristezas más grandes que haya sentido un ser humano).
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