Recojo dos poemas de los dos últimos libros de Juan Ramón Torregrosa.
1) El baile
Tal vez el lector, llevado por el juego verbal y versal, considere este primer poema frívolo y lo deseche como un coqueteo circunstancial; sin embargo, me parece que atañe a todos los lectores, puesto que el tratamiento del tema lo deviene esencial: de cómo el amor, esa música interior, perdura, física y memorialmente, transustanciado en el tiempo, melodía esta -el tiempo- que mata o resucita.
Los endecasílabos blancos, repartidos en cinco estrofas de cuatro, cuyos últimos versos asonantan en a-o, lirifican una estampa de amor en la que el recordador baila desde el "recuerdo vivo" de la música, que fue de uno y otro de los amantes tanto como de la presencia-ausencia (del "tuyo" y "mío", y "nuestra") emocional y rítmica, del beso que bailó y se fue de una boca hacia otra, hacia el ritmo de la disolución e independencia, hasta sonar para sí misma solamente (Hernández: "beso soy, sombra con sombra"), sin que nadie la baile porque el tiempo heridor separa cuerpos, alza murallas, deja nostalgia y miembros ya pulsados, mientras sigue el juego labial jugando a la siembra del verbo y recogida de los fragmentos de identidad del beso, en hábil trenza de enumeración caótica que ordena el clavecín bien temperado del ágil movimiento sensorial, de manera que el ritmo oncesílabo, el anaforismo, la paronomasia y la repetición, como un oleaje vaivenístico -digno del Barroco-, parecen sustituir la rima más tímbrica, de la que se prescinde por innecesaria o redundante. "Suena mía, la música.../ suena nuestra.../ suena..."). Al margen, o como lejana síntesis, el "Hoy estoy besando un beso", tal vez: el tañido de Salinas.
EL BAILE
Suena mía la música, si tuya,
lejana y muda en el recuerdo vivo,
sílabas o saliva que humedecen
labios que dicen sí, que son besados.
Suena nuestra la música que mueve
tu cintura y mis manos interpretan,
cáliz tus labios, cálidos los huesos
por mí prendidos sin cesar girando.
Suena, no tuya, solo mía y muda,
la música lejana que mis dedos,
alas al aire tuyo aún prendidas,
un día en tu cintura interpretaron.
Suena no la saliva, sí las sílabas,
la música que fue, los besos mudos,
suenan sordos los huesos, la cintura
huida, mis labios solos, no besados.
Suena ida sin ti, sin mí, la música,
suenan sílabas cálidas, aladas,
suenan labios, cintura, besos, huesos
enmudecidos, sin mi voz sonando.
2)
ALTAS, dueñas del cielo, las cigüeñas
contemplan impasibles las vencidas
casas deshabitadas y las vidas
que fluyen, angustiadas o risueñas,
por hondas calles.
Vienen desde lueñas
tierras y nos parecen, tan erguidas
en lo más alto y siempre en sí sumidas,
luz de las espadañas y las peñas.
¿Sueñan tal vez en sus celestes nidos
con regresar a tierras más al norte,
o son ya del paisaje y los tejados
permanente ornamento?
En sombra hundidos,
sin que a ellas poco o mucho les importe,
son otros los que emigran desolados.
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