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lunes, 26 de abril de 2021

En Roma

 

Mozart: C. piano 23 (Adagio)

Estancias de El Vaticano

¿Qué convierte un poema -una pintura, una música- en un ente perdurable? ¿Que no agreda al lector sino que le agrade, que satisfaga su sed de satisfacciones, que todos puedan identificarse en él porque no hay terruñerismos ni particularidades excluyentes ...? 

Para no agredirme ni desagradar me ejemplifico (discúlpeme -o no- el lector):

Me pregunto por qué en varias ocasiones se ha reproducido, tanto en papel como en internet, mi breve poema El secreto. 

Poco tiene de particular y, menos, de grandioso. ¿Entonces? 

Debo preguntarme, para contestar, qué nos atrae de un texto, qué tiene este, si algo tiene, qué llama la atención de los "antólogos" aficionados o profesionales. Y la respuesta me viene inmediata y sencilla, como tantas veces que he pensado sobre este tema: ¿un poema breve y directo a lo esencial humano, sin circunstancias, digresiones, anacolutos, en ritmos simples como unos pocos endecasílabos y un heptasílabo? ¿O acaso el clasicismo es un arcaísmo? O sea: ¿todavía atrae el equilibrio expresivo, la sencillez, la diafanidad expositiva, la ausencia de retórica, lo sustantivo frente a lo adjetivo, la hondura metafísica sin filosofismas, la voluntad de quedar entre los vivos mientras la muerte sigue devastando, el arte como una fuente de perennidad, el eclepticismo sin retorcimientos, la autosuficiencia sin soberbias, el apartamiento del mundo que solo enseña a autodesconocernos y mercadearnos, la huida de la poética del amiguismo grupuscular, el refugio en la soledad buscada -con el zahorí de la pluma, identificatoria, mitigante y redentora- como enriquecimiento y concienciación senequista de que la rendición no existe ...? 

Creo que un poco hay de todo ello en El secreto. Quien repase su léxico y estructura encontrará reverberaciones de cuanto he dicho: el mundo que "derrota" y contra el que no debe lucharse, pues la necedad, por muy quijote que se pretenda ser, es un fanatismo incombustible que solo puede esquivarse construyendo hacia adentro "un castillo interior" en el que acomodar, mediante la belleza y la templanza, aquello que han hallado los pocos sabios que en el mundo han sido a través del estudio y la contemplación: "cuadros", músicas ("clavecín"), "libros", "escritura"... Solo hay meollo, no abalorio; solo sustancia, nunca circunstancia; nada de prédicas o manifiestos; lejanías y no aproximaciones a Gerundios campazanos; ni ardor militanciero sino escueta confidencia -porque el tú es, en verdad, un yo- de unas conclusiones o confesiones que han brotado de premisas experienciales, ajenas tanto al sentimentalismo como al logicismo marmóreo, que es leve enumeración emotiva ... Solamente quien no siente en profundidad (millones y millones de millones...) se desconoce en él ... ¿Pero quién no acepta que tratar de convertirse en Arte es aupar a todo hombre y a sí mismo a la más exacta reisiliencia?

El poema nació sin premeditación, pero sin duda es el charco limpio nacido del goteo de cuantos manantiales y arroyos van germinando en el alambique -"alquitara pensativa"- del tiempo sicológico. Es el descubrimiento de la luz íntima, de que el locus amoenus solo existe en un lugar llamado corazón. Y ese es el imán, probablemente, que atrae al buscador de humildes panaceas:

El secreto

                            Para Á. L. Prieto de Paula

Cuando sientas que el mundo te derrota
no intentes combatirlo.
Edifica un castillo en tu interior
Y cuelga terciopelos y templanza
en sus muros. Dispón un fuego manso
junto a la mesa de la biblioteca.
Mira el cielo brillar entre las llamas
y los libros. Inúndate de luz
en la frágil belleza de los cuadros.
Escucha el clavecín mientras tu pluma
persigue en la escritura algún sosiego.

* El poema apareció por primera vez en La epopeya interior, y lo leí, junto a otros cinco, en Roma, en la Embajada de España ante la Santa Sede, Vaticano, arropado por el sabio Cardenal Poupard (quien me regaló dos corbatas de seda para que pudiese entrar en el recinto), mientras otro juglar entonaba su versión al italiano. Era el año en el que el Premio Mundial Fernando Rielo, además de con la edición del libro, lo premiaba por primera vez con 7 mil euros y no con 1.000.000 de "rubias" (que hubieran sido demasiadas). Dediqué el poema a Ángel Luis Prieto de Paula porque, aun siendo experiencia mía, sé que también es suya -y de tantos que creen que no lo saben- y porque tanto se ha esforzado en comprenderme por escrito en prólogos y etcéteras. (Aprovecho para insistirle en que escriba -ya- mi elegía para darle el "visto bueno": o si no, no me muero). 



2 comentarios:

  1. Una forma no sé en qué medida inédita de alcanzar la inmortalidad, admirado poeta: incentivar el incumplimiento de quien debe escribirte la elegía pre-mortem, que modo que su compromiso vaya demorando su cumplimiento. Al cabo de los años ("Pasó un día y otro día, / un mes y otro mes pasó...") seguirás esperando que se cierre el círculo: en prosa, seguirás esperando a disponer de ese medallón fúnebre para morirte; pero no sucederá, porque el encargado de cincelarlo ya habrá desaparecido: los incumplidores también se mueren. El buen y geómetra Dios leibniziano no consentirá, o eso cabe suponer, que se cierre en falso tu ciclo, sin el adecuado remate de esa elegía. Hela ahí la inmortalidad.

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