Rinocinante (Un cuadro cervantino)
Solía visitarlo por la tarde
en su estudio, en la Plaza de Lucía.
Hablábamos de dichas y desdichas,
de remes y de amores sin remedio.
El suelo era un gran cuadro diseñado
por el azar y la improvisación
de las gotas caídas como pétalos.
Se retiraba a veces con las lentes
manchadas de pintura y visionaba
-usándolas cual lupa y telescopio-
los trazos y bocetos pergeñados.
Yo, espectador y a veces pergeñante,
sugería un color, algún dibujo
visionario que él rechazaba en vano
porque ya la pupila lo guardaba
en el sótano de la desmemoria.
No quería deberle nada a nadie.
Tras recoger pincel, paleta y útiles
ordenaba las obras y decía:
¡Hasta mañana, trastos!; y paseábamos
con la conversación trastabillante
en el atardecer oscuro o sobrio.
Un día nos llegamos hasta el Puente
de Hierro; y al mirar su metal negro
le dije: de esa herrumbre cenagosa
sería el caballero del gran lienzo
que antes te demiurgiaba, jineteando
con su pico de pájaro un león
o, mejor, un voraz rinoceronte
corneando la vida, rodeado
de muertes como ovejas trasmutadas,
émulo del lidiar de don Quijote
en la Primera parte, XVIII.
Por eso es un paisaje cervantino.
Audio: Palabras a Guillermo
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Guillermo Bellod
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