No hay mayor enemigo que nuestro propio yo. Quien vive infiernos sueña paraísos. La palabra me llevó, al fin, a encontrar uno -más creado que creído- que mitiga la existencia: el leve edén de la solidaridad cósmica y humana. El abandono de la solitariedad y el abrazo a la convivencia. El afán de no abandonar este mundo sin haber intentado dejarlo mejor que lo encontré.
LA URDIMBRE LUMINOSA
I
Salgo al día. Contemplo
la luz, y su pureza
ilumina mi alma, abre mis ojos
a una dicha que no he sentido nunca.
Absorto ante el prodigio,
me abrazo al esplendor
de tan claro momento.
…………………………..Cuántas sombras
han debido en el tiempo conciliarse
para que el universo decidiera
amanecer hoy mágico, ofrecerme
tanta delectación, tanta belleza.
Miro atrás. La ciudad
y los años vividos me reclaman
con voces y recuerdos. Las palomas
asedian las estatuas, y los labios
aún se estremecen en la despedida.
El aroma del alba me seduce
con su jazmín y menta. El alto sueño
de la razón —vencer
la muerte, coronar la vida—
pende del cielo, traza
su talismán como una espada heroica
que yo debo empuñar.
………………………………Sigo la brisa
en su amable camino venturoso.
Un pájaro gorjea
en medio de su vuelo. Sobre mí,
una nube desorientada fluye
igual que un río de regreso en busca
del manantial. Detrás
del ayer y el mañana la existencia
teje su laberinto.
……………………Yo quisiera
haber hallado los jardines plácidos
donde sobrevivir: un monasterio
alfombrado de códices, la torre
de una ciudad sitiada; y componer
una gesta votiva, un pentagrama
para la eternidad;
……………………y sobre todo:
más que escribir poemas inmortales,
quiero salvar de su desdicha al hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario