He ahí los pinos de Roma contemplando el ejército imperial a su paso por la Vía Apia: el estruendo de su trompetería y sus tambores, la marcialidad de los soldados al pisar el mundo al que han vencido con su espada cesárea, el ritmo trepidante y el vértigo de ser conquistadores magnos:
Ese furioso estrépito retrata la alquimia sonora de la orquesta colorista de Respighi, en un crescendo inamovible a la par que trepante en quien escucha. Pocos obstinatos desplegables por la instrumentación hay, después del crescendo del Tristán, y antes del bolero raveliano.
Semejante a un fantasma que despertase del pasado, lentamente parece surgir de la tierra un fragor que se eleva y avanza como si un gigante apresado se fuera liberando milímetro a milímetro y arrastrase con él la invisible cadena hasta romperla en su bramar final:
Este es el cuarto cuadro del poema sinfónico. Escuchemos ahora la obra completa: