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jueves, 3 de marzo de 2016

Ad maiorem gloria homini

Wagner: El corno solitario





Educar es contagiar lo que quisiéramos y debiéramos ser: personas dignas, honestas, sencillas. Sin embargo, damos simplemente lo que somos, sin habernos esforzado en mejorarnos. 
     ¿Somos responsables cuando no admitimos que la mejor ecología es mantener la honestidad de las conciencias? 
     ¿Es responsable el padre que no enseña a su hijo a ser mejor persona de lo que es él? ¿No debería el eclesiástico ser un ciudadano de a pie en lugar de andarse por las nubes, y enseñar a merecer la tierra antes que a conseguir el cielo? 
     ¿Es responsable el político que promete porque con ello somete la voluntad de quienes confían en la existencia de las esperanzas? 

     ¿Es responsable el ciudadano que delega su voluntad en la de las instituciones sociopolíticas aunque sabe que “los sueños sueños son” y que las utopías benefician solo a quien las predica? 

     Tal vez poco nos importe la polución atmosférica porque no viviremos cuando llegue esa muerte, pero debiéramos interesarnos por la descontaminación emocional e intelectual de nuestros herederos. Nos hemos instalado en un bienestar conformista que resume el dístico de Miguel Heredia: “Goza el presente para que el mañana / se lleve solamente tu cadáver”. Esos versos, en su exhortación de la vida frente a la muerte, no incluyen el egoísmo ni los cadáveres morales.
     En un mundo en el que se educa casi exclusivamente para triunfar todos huimos del fracaso y pocos consiguen el mérito de la solidaridad, ese gesto tan simple consistente en ser comprensivo -verbal y económicamente- con el menesteroso, el débil, el melancólico: el que sufre porque carece de lo imprescindible, no de los privilegios que comporta la mezquindad social en que vivimos.