1)
El cuerpo humano se rige por el ritmo, la pulsación, el bombeo de la sangre, la repetición de la sinapsis, el reptar eléctrico del cerebro, la mente pentagrámica con su intrépido acento. Somos el baile de la música.
También la Naturaleza es una revolución en ritmos, ciclos, manantiales, mares, cuerpos celestes, un oleaje de sinfonías y correspondencias baudailerianas, una música de las esferas menos audible que demiúrgica de la armoniosa configuración definitiva. Somos la música carnal, sideral, mineral...
2)
Siendo la música quintaesencia central del sentimiento y su inefabilidad, ¿cómo se desprende el poema del rítmico latir del silabeo métrico, punta del iceberg de la cadencia cósmica? ¿Hay otra música que nace sin cómputo versal, de la reiteración, del espejismo sugerido? Ya lo he dicho: ¿Acaso el clasicismo es un arcaísmo? Sin embargo, ¿quién alzará la flamígera espada ante este texto de Pilar Blanco Díaz? ¿Es vida o solo literatura? ¿Es libertad o libertinaje el de su dicción? ¿Es verso libre, prosa esquiva del prosaísmo, aguacates azules ensartados, relámpagos del soyme ...? ¿Se fundamenta, por ejemplo, en la inexánime ofrenda de contrarios (pájaros cautivos-jaulas boquiabiertas, soledad donde no cabe la soledad, imágenes negras-estertores blancos, presagios-abortos de la luz, calma-ebriedades..., la memoria inventariando lo que no ocurrió o lo que ocurrirá, el adiós a un aullido o el abrazo a un vagido, un poema sobre el fulgor que no encuentra palabras para expresar el fulgor...? El lector común tal vez dijera, si hubiese de expresar semejante experiencia síquica: *Estoy hecho un lío entre la vida que fui y la muerte que seré*. Otro diría, más audaz: "He regresado, pero ha desaparecido el lugar"... Pero no: el lector común no sentiría semejante sensación porque no posee similar sensitividad, ni lee para encontrar-se sino para perderse en la lectura.
Qué fácil resulta descalificar cualquier escrito que no se rinde al canon, y a quien dice que esto o aquello, canónico o no, no es poesía -o sí- por mucho poema -o no- que sea o se le llame.
¿Y qué? ¿Quién negará a este texto los destellos de su oscuridad y de su abismo, el temblor tan cotidiano de quien necesita desposeerse y poseerse, y se autoexorciza con la pluma -el pincel, el pentagrama...-? ¿Quién lo desterrará si ayuda a desensimismarse y salir del laberinto a cualquier hamlet -masculino o femenino-? Al fin, lo que se concluye en el texto es la necesidad íntima de abandonar el planto para habitar en el canto: "no más la rosa enferma indecisa entre el perfume y la muerte". Porque la poesía "nutre" el tiempo con su bálsamo, lo "entibia" -la vida- con su melancolía; y la lucha por la ausencia epicúrea de dolor ya es un himno arrancado a la acechante elegía: una resiliencia.
DENTRO DEL FRÍO
Soy isla que avanza sostenida por la muerte.
Blanca Varela
Nunca sentirás frío. Subir es solo altura, cortante inmensidad.
Construir la plenitud sobre el desconsuelo hecho alas y escombros para no olvidar nunca
lo fértil del dolor, sustrato de la vida.
La memoria se asienta sobre el frío, arrecia sus tentáculos, escarcha el aguamarga
y estremece los dedos de intemperie.
La memoria es belleza, dinteles y zaguanes, lejanía;
dardo de luz y helor.
La memoria es triste como el olvido de los que nos amaron. Como el miedo de los que se desvelan azotados de noche.
Como la felicidad cobarde de los que nunca arriesgan su equilibrio y ven con manos yertas cómo muere la flor y su aroma se extingue.
La esperanza es una fruta madura.
El poema es una fruta.
Los ojos del corazón la maduran y prueban. Su dulzura en los labios.
Para huida hay palabras.
Para frío hay palabras.
Para aniquilación hay
versos,
muerte de versos.
Para lo que no existe la palabra exacta es para fulgor,
su vacío que alumbra crueldad.
En el alambique de los ojos se destilan las imágenes negras, los estertores blancos,
presagios o abortos de la luz.
Se destilan hasta la consunción los límites del exceso, la hojarasca baldía,
los huesos de los pájaros cautivos en jaulas boquiabiertas,
en tanta estremecida soledad
donde no cabe la soledad. Donde la poesía nutre las horas con su bálsamo,
las entibia con su melancolía, muta a sus fieles en concelebrantes de un rito antiguo, hermoso,
contagiador de calma y ebriedades.
No más
la rosa enferma,
indecisa entre el perfume y la muerte.
Su belleza prisionera sabe bien de elección. Los cauces de la noche fluyen hacia el rescate del olvido. Volverán sin memoria.
Viajeros de un mar donde el miedo no cabe ni se añora. Mar de todas las pérdidas y todos los encuentros.
Mar del amor y de las sombras, de la miel oscura, de los pezones azulando la tarde.
Mar que conduce hacia el agua inmóvil de la vejez.
Donde no hay frío, nunca frío. Solo altura y el mar.
Ese mar que respira dentro de los ojos, gaviota, blancura inerte, monstruo dormido entre las sábanas de la inocencia.
Mar que respira,
respira...
(De Mis manos entre las llamas)
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