Purcell: Funerales
La poesía es la huella de la intimidad más metafísica: una autobiografía síquica. Toda verdad poética que suplanta la verdad humana es un ripio en la Historia.
La historia de la literatura auténtica —del arte en general— es una huida de la retórica y lo efímero hacia la claridad y esencialidad. Experimentalismos, bellezas e inteligencias formales se han ido desechando una vez que han servido para decir la diáfana verdad, que solo encuentra el homo scriptor. La hojarasca expresiva y el embeleco sirven nada más que para que el homo sapiens descanse momentáneamente apoyado en lo que tiene de homo ludens.
Cuando la estructura, la imagen, la sintaxis, el neologismo, el experimento y demás ingredientes no se ponen al servicio de la diafanidad, la identidad y trascendencia, se desmorona el edificio de la pluma y no quedan ni las ruinas del corazón sereno que, por encima de todo, había de tener. Y así solo se consiguen objetos literarios.
Cuanto más acendrado es el sentimiento, más se acendra el pensamiento, que está formado por palabras. Y cuanto mayor es el acendramiento de lo sentido, pensado y expresado, más contundente es su efectividad.
Hay quienes necesitan 500 palabras para no decir nada y quienes con una lo dicen casi todo.
Si el universo tiende a la compresión, ¿por qué contravenir sus leyes y verborrear el mundilo de la pluma?