Schubert: La muerte y la doncella, II
A.- 1) La infancia es el único ángel desterrado que revive el paraíso sin recordar su flamigerio. Cuando salí de mi infancia me sentí hijo de la eternidad, y padre de mi propia muerte.
2) Ninguna mujer —sentida como concreción de la absoluta plenitud— puede competir con la que, ya cadáver, jamás podrá decepcionar.
3) La muerte de la amada —y de la infancia— significa la muerte del amor; es decir: de la vida. He ahí por qué la existencia y la escritura giran alrededor de las devastaciones y los sueños, del eros y del thanatos.
B.- Sin divisa amorosa o metafísica, el único dios que queda es el de la palabra, capaz de engendrar una identidad justificativa de la propia existencia porque siempre el amor —el ansia— inventa su criatura. Sin embargo, a pesar de la concepción de la escritura como último reducto de la sexualidad fecundadora, escribir es asumir la imposibilidad de hallar tal identidad, ya que estamos sujetos a la atadura de las hordas literarias, que imposibilitan la absoluta originalidad. Así, el infierno es también un laberinto verbal en el que las palabras se yerguen como cruentos minotauros. Por eso, cuando cierro los ojos solo veo la devastada forma de la luz.