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viernes, 7 de abril de 2017

El dinero es de los bancos


Wagner: La forja de la espada

Recuerdo que, hace bastantes años, mi padre, modesto comerciante, me enviaba de vez en cuando al banco a realizar alguna gestión. Los cuatro o cinco empleados se alegraban; incluso el director salía a recibirnos y decirnos amablemente "enseguida os atiendo". No solo a mí porque fuese un adolescente, sino a todos: sabían que eran nuestros asalariados, que nosotros éramos sus empresarios: que el dinero era nuestro y debían ganarse nuestra confianza para que les permitiéramos custodiarlo.
     Ahora un trabajador va a que le devuelvan lo que le pertenece y confió al ventanillero: y el simpático de la ventanilla lo mira como si fuese un atracador que llega, a punta de cartilla o talón, a robarle lo que es suyo. Y si debe tratar algún problema con algún gestor este le hace el favor de atenderle para comunicarle, día tras día, que "vuelva usted mañana", hasta que el esforzado trabajador tiene que marcharse, impotente y pensando o diciendo, como Lope de Vega: "tanto mañana y nunca mañanamos".
     Ejemplo emblemático: te conceden una hipoteca rauda y velozmente tras comprobar la solvencia solventísima. Poco después regresas quejándote de que el copropietario o deudor de la hipoteca se niega a cumplir con su parte. Y "no hay problema", te dicen. Pero pasan los meses y el problema se agrava. Porque resulta que -como ahora el dinero es de los bancos-, mientras puedan recuperarlo aunque sea cobrándolo de una sola de las dos cuentas deudoras, a ellos cataplín que sea uno el único pagador. Y este se pregunta: ¿Es posible que los ilustres y generosos bancos no hayan previsto alguna cláusula eficaz para exigirle a ambos deudores que cumplan con su deuda? ¿No es esto una incitación al fraude puesto que ocurre a menudo y la única solución que da el banco es que te lo solucione un abogado -mediante pago de honorarios, claro- con una denuncia en el juzgado? ¿Y no es, igualmente, otra invitación a que uno de los deudores desgrave de Hacienda unos pagos que no ha hecho y que otro hace por él, obligado por el banco? 
     La historia de la humanidad es sencilla: un día el hombre descubrió que era más cómodo canjear una moneda por comida que arrastrar un saco de patatas para cambiarlo por otro de maíz. Con el tiempo se crearon almacenes en los que se custodiaban las monedas: habían nacido los bancos, el oro de plástico. ¿No es hora ya de mostrarles que el dinero es de quien lo gana con el sudor de la frente y no de quienes lo manejan ocultos tras los despachos, las ventanillas, vidrieras, peceras o entidades financieras?