Strauss II: Vida de artista
Creo que todo autor que se precie de creador se exige un proceso de selección de su propia obra cuando llega el momento en que la distancia le permite ver la validez y el peso de su trayectoria. Lo que fue creando y publicando con una visión sincrónica de sí mismo, por mucho que fuera tachado o pulimentado, se adelgaza y condensa, se abrevia para quedar representado en unos pocos textos que contienen todos los demás, los cuales no nacieron sino para aupar ideas, emociones, palabras, giros, versos, prosas, semillas de la definitiva poda a la que serán sometidos para mostrar la enjundia con que un hombre se bautiza a sí mismo y pasa a ser fecunda historia en la historia de los hombres.
Viene esta reflexión a justificar el hecho de que otro tanto pueda y deba hacer el lector con el autor al que dirige su mirada: cortar las ramas por donde fue la savia para llegar a la raíz y hallarle comprensión al fruto que esta dio. Quinientas páginas de vida escrita quedan jibarizadas de este modo en medio centenar, en diez o doce.
Tal vez por eso, sabedores de cuanto acabo de afirmar, algunos escritores -pensadores, artistas...- escriben poco, eligiendo cercenarle al pensamiento las palabras opacas antes de haber nacido en vez de mutilar lo que, ya escrito, parece vivo aunque resulte carne muerta, rémora impenitente. Porque lo malo de los escritores prolíficos es que, luego, insolidariamente, con toda impunidad y contumacia, publican sus obras completas.
Recordar a un autor no es, por tanto, enfatizar su magna obra, sino ayudarle en esa reducción a lo imprescindible y duradero, lejos de idolatrías panegiristas.