El gen lírico va inserto en el ADN del espíritu y, ayudado por la carnalidad, dicta las emociones e intelecciones del corazón y del cerebro; a veces se exterioriza pronto, a muy corta edad; otras necesita de muchas vivencias para configurarse en lava pétrea o líquida, prosa o verso.
He aquí, en los textos que siguen, una muestra de la confesionalidad del gen entreverada de "sentipensamiento": de quien late en la sustancia de la vida y va tomando conciencia de que la existencia es un trayecto en el que, llegado al "mezzo" del camino, la alegría se ve asaltada por la pantera del desengaño y el volcán interior se desemboca para autodecirse.
Esto es lo que hay en la causa de estos poemas -o eso leo en ellos-. Y lo que importa es que su autora, Clara Bonmatí, inédita y poco amanuense hasta ahora, no se ha puesto a garabatear emocioncillas o intelectualoidismos para ostentorearse de poeta, sino que ha esencializado el meollo de sus experiencias y ha tejido tres compactas conclusiones desde las premisas de sus desengaños: una escritura meditativa. Pues eso es todo poema, o debe serlo: un silogismo sin filosofía, una conclusión sin alharacas ni gimoterías.
Ritmo endecasilábico, con heptasílabos geminados en alejandrinos, bastan para hendir en el lector su aprendizaje de melancolía con voluntad de hallar "un día soleado" porque se ha regresado a sí misma sin el lastre de un presente con "piedras en las manos" que retrasen el trayecto.
SIN PIEDRAS
He sepultado cuanto sé de mí
y, en lugar de una cruz, puesto una cueva
húmeda, tibia, fértil y doliente.
He desandado cielos y ciudades,
hecho una hoguera con laurel y espinas,
para volver sin piedras en las manos.
LÁCTEA
Acudo láctea al grito de tu llanto,
tibia lato en tu boca, y en las sonrisas prietas
me derramo perdida, brillando enorme mi alma
en tus ojos clavados a mi pecho.
Nadas en mi dolor, lo rasgas tan ajena
que me rompes y salvas sin medida
y a la vida me llevas tan feroz
como el amor que aúlla por tu reciente piel.
Y así como le sigue siempre un gran sobresalto
a la imprevista y rápida corriente
de un aire de descuido en la rutina,
igual o más violenta me centras y deslumbras,
destrozas el invierno de febrero
y pones una inmensa primavera.
SOMBRA DE INVIERNO
Porque mis días grises dan amor
al cuerpo que planea y me dirige
hacia una vida opaca y taciturna,
supe apreciar su compañía un día
soleado.
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