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martes, 26 de julio de 2022

Ana Belén Rodríguez de la Robla: El himno en la elegía

Libros
'El Himno en la Elegía'
Antonio Gracia, último Premio 'Alegría', firma un poemario impecable. El alicantino, tras un largo silencio, logró el galardón del Ayuntamiento de Santander
PREMIADO. El poeta Antonio Gracia. / SE 
     QUINTANA
  Diario Montañés

La resolución de los premios literarios nos depara de vez en vez sorpresas agradables. Tal ha sido el caso del último 'Alegría', Premio Internacional de Poesía convocado por el Ayuntamiento de Santander, que en esta edición ha dado la oportunidad de aproximarnos a la obra de Antonio Gracia -un alicantino bien conocido en el contexto literario mediterráneo- mediante la publicación del libro seleccionado por el Jurado: 'El Himno en la Elegía'.

El 'Himno en la Elegía' es un poemario que continúa una trayectoria de publicación prácticamente compulsiva por parte de su autor en los últimos años, después de un sostenido y voluntario silencio que comenzó en 1983 ('Fragmentos de Identidad' fue el libro inmediatamente previo a este mutismo) y que no se ha roto hasta 1998, con un título revelador: 'Hacia la Luz'.

El 'Himno en la Elegía', como libro, como aportación literaria         e incluso meramente como título, es un oxímoron. Es un libro de contrastes. Un libro de exaltada resignación, de vitalidad morigerada. Un libro en que la idea de la temporalidad, que conlleva la de la muerte, deviene fundamental en la contemplación de los objetos y el entorno, que así protagoniza un casi involuntario carpe diem («Esta luz de las cosas/ surge de su contemplación»). La contemplación, entonces, se hace única excepción posible de esa muerte: la vida -como para Le Parc el arte- se inicia en la mirada, y en ella termina. Fuera de la voluntaria contemplación -una tregua, en realidad, en el curso del mundo- todo es finitud, aunque sin aspavientos ni tragedias («El horizonte ofrece/ podredumbre, algunos sueños,/ la materia letal de las criaturas»). Y máscaras, también; el fingimiento de que otra realidad -la belleza inmaculada- podría ser posible, de no ser por su imposibilidad absoluta («Está el dolor callado. Finge el cielo/ palomas en la noche»). En el deseo obstinado de vadear esta corriente ineludible es donde la muerte se agazapa («y el anhelo es la muerte que nos damos»).

Como contrapunto necesario a la elegía, el himno hace su aparición, a modo de intermedio, en la segunda parte del poemario. Es la espalda del poeta quien escribe, todo lo que quedaba en la estación primera fuera del alcance de la vista y la memoria, toma ahora la palabra, y se deja así un lugar a la esperanza y la belleza («Toco el agua, la rosa, el horizonte./ Siento la vida./ El himno de la tierra emociona a los pájaros»). La fuga cruel del tiempo se adormece, el mundo se entiende renacido, y su prístino esplendor, como una droga, aplaca la violencia del recuerdo («Así escribe, en sosiego,/ el manuscrito del futuro. Y canta/ cada instante a la luz y a la alegría,/ como si la tristeza no existiese/ y el mundo fuera un niño»).

La tercera y última parte se edifica sobre el encuentro y la armonización de las dos previas, que conciliadas de este modo, dan paso a una introspección del autor y a su asunción del horror y la esperanza confundidos. 

Presencia musical.
Resulta interesante el protagonismo, más intenso aquí que en los versos precedentes, de la música como manifestación de las evoluciones caprichosas y a la vez artísticas del mundo; es casi el reconocimiento de una perfección de lo imperfecto: las notas templadas de la vida, los arpegios de los pájaros, el canto que bellamente sustituye («facsímil de la luz») el florecimiento de las cosas. La música, además, sabe entrelazar en su discurso las emociones encontradas, como en 'Köechel 626', que de forma gráfica nos remite al 'Réquiem' de Mozart («Recita el violonchelo su congoja/ anhelante, y esparce su alegría/ la vigorosa suavidad del alma./ Atraviesa la muerte la cadencia/ y su magia se eleva: un manantial/ brota entre las estrellas, luminoso»).

'El Himno en la Elegía' es, en resumen, un poemario de exposición de conflictos interiores resueltos con serenidad anímica y recursos formales equilibrados e impecables, lo mismo en ritmo que en selección léxica, que incita a encontrarnos con nosotros de la manera en que el propio autor ejemplifica: «Yo me siento a la orilla de la tarde,/ cercano a alguna fuente,/ y procuro callar y sonreír/ como si fuera a hablar, por fin, conmigo».


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