EL HIMNO EN LA ELEGÍA
Antonio Gracia
(Presentación Ateneo de Santander)
Fernando Llorente
- Buenas tardes, en primer lugar quiero dejar claro desde qué posición voy a dedicar unos minutos, sin menoscabo del protagonismo que le corresponde a su autor, Antonio Gracia, a la presentación de su libro El himno en la elegía. De igual manera que, en ocasiones, escribo reseñas de representaciones teatrales sin otro aval que el que me presta el ser espectador o, de vez en cuando, pergeño textos para catálogos de exposiciones de pintura como mero visitante de galerías, del mismo modo presento ante ustedes este libro, ganador del último Premio de Poesía “Alegría”, en mi sola condición de lector sentado a un extremo de un sofá. Así que, durante unos minutos, voy a hablarles más de mi libro como lector que del que ha escrito Antonio Gracia, si bien se da la casualidad de que uno y otro se titulan de igual manera.
- El libro consta de tres partes, que considero fácilmente intercambiables entre sí, es decir, que los poemas de cada una de ellas bien podrían figurar en las otras dos, lo que significa que el poemario presenta una estricta unidad, tanto formal como temática. En cuanto a la primera, los versos responden a una métrica en la que predominan los endecasílabos y heptasílabos, sin que falte algún poema en alejandrinos y que, de vez en cuando, nos salga al paso un eneasílabo. En cuanto a lo segundo, a El himno en la elegía lo trenzan los temas que son pasto del que la poesía nunca se ve harta, ni podrá verse, porque siempre han sido, y serán, sus lugares comunes, esos lugares que inquietan, y seguirán inquietando, al ser humano, porque no acaba, ni acabará nunca, de acomodarse en ellos. Por eso, porque el ser humano está necesitado de ella, perdurará la poesía. Sin que falten referencias a la propia escritura, como consuelo y, a la vez, frustración, o a la memoria, que no es fértil hasta que olvida, dos son los temas que yo quiero resaltar y que transitan por los poemas: el tiempo, por mejor decir, la temporalidad -tiempo que arrastra y es arrastrado por los acontecimientos, tanto de dentro como de afuera- y la naturaleza, su depósito perdurable, corpus poético transido de un espíritu, el anhelo, y soportado en un lenguaje directo, inteligible en sí mismo y en sus combinaciones, mas elevado a la condición de poético en alas de imágenes tan profundas en su sencillez como bellas, imágenes que no necesitan arriesgarse más allá del riesgo que ya contienen, el del vivir. Si así ven el libro mis ojos de lector, ven a quien lo escribió sujeto a una mirada presa de esa tensión en la que la reflexión se ve iluminada, no tanto por la intuición, que está en el principio de todo poema, como por una actitud íntimamente contemplativa que envuelve la intuición y la reflexión, de modo que la primera orienta a la segunda, y esta dota de sentido a aquella.
- Comienza el libro con el descubrimiento de que la contemplación de cuanto le rodea –y cito un verso- “convierte al hombre en un dolor que anhela”, que José Hierro dice así: “Llegué por el dolor a la alegría”, en el primer verso de su libro Alegría, que da nombre al premio que hoy celebramos. Es una contemplación desde lo hondo de la vida vivida, sentida, tanto por los sentidos hacia fuera, como con el sentimiento hacia dentro, desde la vida que, gozada y padecida, se resiste a acabar. Es esta contemplación una mística de los sentidos, en especial el de la mirada cuando ve. Es el éxtasis de los sentidos que se compadecen con el sentimiento de que si es imposible el anhelo de ser poseídos por la belleza, que ni siquiera permite ser tocada, sí admite, y sólo, ser contemplada para, a la mirada del poeta, crear el mundo a cada instante.
- La mirada del poeta tiene como adversario y, a la vez, cómplice, al tiempo, por mejor decir, la temporalidad, por cuyo lecho, quieto, discurre la vida imparable. Si es verdad que el verso con el que finaliza el poema “El leve paraíso” dice que “la muerte es el fin que hay en todo principio”, no es menos cierto que la lectura del poemario me muestra el tiempo como una sucesión de principios y finales. Los finales no son sino principios de otros momentos que buscan su final, como la noche sigue al día que, cuando acaba, se encuentra con la noche. Dicho de otro modo, el poeta dirige sus versos hacia el fin del tiempo, pero sin perder de vista el origen a lo largo del trayecto, de modo que el término coincide con el comienzo. No es lineal, sino circular la vivencia que de la temporalidad late en los pliegues del poemario, así como la de que el tiempo, sin dejar de ser destrucción, es también creación, pues es en él donde se forjan los anhelos, lo que confiere al poemario un moderado componente existencialista, si bien modulado por un delicado lirismo, por el que la vida es una sucesión de anhelos insatisfechos, pues siempre nos asalta un nuevo anhelo por satisfacer, una vez satisfecho el precedente, algo que nos mantiene sumidos en el desconcierto y la perplejidad, se mire hacia fuera o hacia dentro, hacia delante o hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo, pues arriba y abajo, delante y detrás, dentro y fuera son lo mismo en ese río de la vida que en su corriente arrastra los anhelos, siempre bellos por deseables, pero no para aniquilarlos en un final, sino para disolverlos en el tiempo haciéndolos interminables. Pudiera atisbarse entre los versos un hueco para el pesimismo, pero, en cualquier caso, compartido con la ilusión de que sí hay otra vida, pero que está en esta, como lo prueba el hecho de que entre las ruinas de la vida hay vida, como los despojos de la belleza son bellos.
- El ritmo al que se mueve la existencia hacia delante, hacia el fin, sin dejar de mirar hacia atrás, hacia el principio, es el que marca el latir del corazón, y que no es otro que el ritmo que, a través de la naturaleza, mueve, no ya al mundo, sino al Universo todo. Este libro es un encuentro del alma del poeta, que rezuma por la piel y se hace palabras, con el alma del mundo, encarnada en la naturaleza, en todas sus posibilidades de manifestación. La naturaleza es el templete desde donde el coro de su diversidad entona el himno de la vida, del que la muerte forma parte de la letra y que junto con los avatares que la traspasan hay que bailarlo. Se trata de un estado del espíritu que anhela la armonía con el cuerpo, con la naturaleza, con el mundo, con el universo. La naturaleza que es de todos y todos somos de ella pone música a la letra de cuanto se pierde, que es de cada uno. Y el himno no dejará de sonar mientras haya una mirada que ilumine el mundo, el pequeño mundo personal de grandes anhelos universales, y se deje iluminar por él. Contiene el poemario una cierta carga de irracionalismo, por el que el éxtasis de los sentidos se sostiene en los afectos del corazón y en los impulsos de las entrañas, más que en la lógica de la razón y en los razonables deseos de la voluntad, si bien irracionalismo atemperado por una palabra poética moderada, serena, sin exaltaciones.
- Contraviniendo mi propia presentación, y metiéndome en los amplios y ampulosos territorios de estudiosos y críticos, en lugar de mantenerme en la escueta parcela del lector, quiero escuchar en la voz propia de este libro ecos de los poetas Francisco Brines y Antonio Colinas. Del Colinas que, igualmente puesta la vista en el origen mientras avanza, humaniza la naturaleza al tiempo que naturaliza al hombre. Del Brines que con palabra serena reflexiona sobre el estar en el mundo viviendo pequeñas muertes a la sombra del tiempo y a la luz que filtran los olivos. Al fin, Colinas, Brines y Antonio Gracia, mediterráneos, por más que Colinas sea Leonés.
7. Pero no me hagan caso. En esto de los parecidos ya se sabe, para unos la criatura se parece a la madre, para otros al padre, y no faltan quienes remontan el parecido a un lejano antepasado del que se conoce una fotografía. Ejerzan de lectores, búsquenle ustedes mismos el parecido, después de haber degustado todas sus palabras, los gestos que sugieren, las emociones que avivan y háganse, sin intermediario, su propia presentación de El himno en la elegía. Ésa es la que vale. Muchas gracias.
Fernando Llorente (Noviembre, 2002)
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