Amante del arte, dedicó varios textos a cuadros y músicas, a menudo en forma de sonetos. Más abajo, comento el tercero.
1)
Greuze: La jarra rota
La frágil levedad de la mirada
ha dado luz al aire, sombra al viento,
y espaciosa quietud al movimiento
de la doncella gris enamorada.
Con pétalos y cántaro ataviada
sobre el vestido ajado y ceniciento,
el pincel no escondió el arrobamiento
de la azucena púrpura violada.
No es flor ni es manantial cuanto acompaña
su desmayada soledad marchita,
sino aroma perdido, fuente rota.
Quien sueña un sueño azul se desengaña
ante la oscura realidad, que incita
al agua negra y a la flor remota.
(De una carta personal)
Greuze: La jarra rota
2)
Dánae
Mística, lujuriosa, y extasiada
en la contemplación del oro ardiente,
delirios bebe Dánae, que siente
sobre su piel la lluvia eyaculada.
Siente mil veces que una roja espada,
presa de una pasión incandescente,
atraviesa su carne transparente
y, al hacerlo, también el orbe horada.
Vorágines de esperma y de ceniza
sacuden sus entrañas, mientras suena
la furia de un celeste cataclismo.
Un resplandor el cosmos fertiliza
con músicas y estrellas; y se ordena
todo según la ley del erotismo.
(De Bajo el signo de Eros)
3)
Son tantos, y algunos tan excelsos, los sonetos que se han escrito en castellano, desde que Boscán y Garcilaso adaptaran los de Petrarca, que han convertido esa estrofa en la más noble y exquisita, y la más difícil. Sin duda, ninguno como los de Lope, Góngora y Quevedo. Y son escasísimos los autores que no han escrito alguno, incluso cuando se impuso el verso libre; probablemente porque el soneto, además de un desafío, exige cuanto debe tener un poema: precisión, síntesis, sobriedad, profundidad, eliminación de la retórica. Cosas estas que el cómputo, el ritmo y la rima dislocan, conduciendo hasta el ripio, y que solo el buen poeta pule hasta convertir su voz en un diamante.
Este es una presurosa tentativa de vencer el desafío, tratando de detener en la cárcel de la estrofa la torrentera verbal sobre el tema también más tratado por la pluma y el más vívido en la vida, que es el amor, aquí concretado en la descripción de un rostro, torso, retrato a la manera de un pintor.
La párvula belleza de la rosa
Qué fulminante luz la esplendorosa
Qué diré de tus hombros y tu pecho,
Qué batalla de amor habría en tu lecho
El texto va enumerando las bellezas físicas de la amada (rostro, frente, ojos, cabello, boca), atribuyéndoles la hermosura de los elementos de la naturaleza con los que se asocia entre hiperbólicas metáforas (rosa, lirio, luz, frenesí, enigma), galope enumerativo y pasional al que apunta el encabalgamiento del segundo cuarteto, deteniendo pudorosamente su retrato en los hombros y los pechos (almenas, esplendores), y desatándose finalmente en el ensueño de un erotismo tan sugerido como en el límite de la explicitud de la copulación: lecho, arrasar beso tras beso, prisionera / preso.
Una pintura verbal
La párvula belleza de la rosa
ha ascendido a tu rostro sonrosado
mientras el albo lirio ha dibujado
su blancura en tu frente luminosa.
Qué fulminante luz la esplendorosa
claridad de tus ojos, qué dorado
frenesí tu cabello, y qué encrespado
enigma el de tu roja boca hermosa.
Qué diré de tus hombros y tu pecho,
almenas y esplendores que quisiera
conquistar y arrasar beso tras beso.
Qué batalla de amor habría en tu lecho
si porque te amo tanto consiguiera
hacerte prisionera y ser tu preso.
El poema no oculta su empaque clasicista, sino que lo exhibe, puesto que es un homenaje a los Siglos de Oro. Como él dice: "Ningún poema mío estará nunca en una antología esencial; ¿por qué no homenajear lúdicamente a los que sí lo están?".
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