De raigambre clásica en su itinerario, estos dos poemas de Consuelo Jiménez de Cisneros rehúyen esa dicción -sin abandonar reminiscencias literarias- para servirse de un lenguaje más coloquial en su hímnica elegía por los libros y el mal de ausencia.
Ambos pertenecen a Campos de zafiro, un título intimista, inédito y de próxima publicación.
En el primer texto los libros, como seres antropomorfos hacinados en el tiempo, en los nichos de las estanterías o el recuerdo presencial, llaman con su fulgor de dueños y forjadores de nuestra identidad (ahora que el futuro parece que va a acabar con ellos). Un rumor de tactos y perfumes parece sensualizar al merodeador de bibliotecas.
En el segundo, la soledad nostálgica de lo que fue diaria compañía provoca en el recordador la resurrección -y regurgitación- del pasado, incluso aquel que, por rutina, inconscientes, sufrimos o gozamos. "Solo por ser pasado se convierten / en nostalgia las cosas".
1.- A la sombra tendida
No sé si tendré tiempo para amaros de nuevo
sin prisas esta vez, con la sabiduría
que solo dan los años.
No sé, queridos míos, a dónde llegaré,
si os dejaré a mitad, con las tapas abiertas.
Si, como un caballero tenaz y generoso,
os rescataré de las estancias del olvido.
Si, como un amante considerado,
os llevaré de paseo por el campo.
O si vuestro destino será el de esos difuntos
cuyas tumbas grises no se renuevan
y ya nadie rescribe sus nombres en las lápidas.
Me conmueve vuestra condición
de enterrados en vida
en la sepultura de la estantería.
Me provoca encontrar hojas
virginalmente intactas
tanto como hallar notas escritas en los márgenes
con el descuido del que chapotea en un charco.
Admiro la persistencia
de vuestra anatomía de cartón y polvo
supervivientes de años, incendios y mudanzas,
Me atraen como un veneno inofensivo
el rumor y el olor de las páginas mustias
cual ateridos pétalos de flores sin perfume.
Siempre me acompañará como una música
ese crujir de vuestros huesos pálidos,
ese estremecimiento del papel que acaricio
voluptuosamente, a la sombra tendida
de un párrafo redondo, quizá rectangular,
de un pretérito verso enredado en suspiros,
de un aliento remoto que ya no significa.
Cuando os pierdo, me siento desgraciada,
y cuando os recupero, todo es júbilo.
Cuando os abro, se me abre el corazón,
y si os cierro, percibo el tibio escalofrío
de una flor aplastada entre dos frases.
2.- ¿De qué se nutre la nostalgia?
Necesito un impermeable para el corazón
cubierto de lujuria repentina
al presentir un olor animal
que la almohada aún no ha perdido,
o al escuchar, en mitad de la noche,
el leve sobresalto del girar de tu llave.
Me falta la llamada que no suena,
el río de reproches que no desemboca.
Y me duelen los bordes del alma
con pinchazos de angustia.
Imagino los días transcurriendo sin ti,
sin el peso de tu figura en el balcón,
sin tu voz chillándome o susurrándome,
auscultando mis pequeños temores,
apaciguando mi lluvia ácida.
Anhelo revivir
el fragor de los besos caprichosos
y sufro evocándote a solas,
olfateando al aire del pasillo
por donde no paseas.
Las paredes me pesan como alas de murciélago
y me pesa el espíritu que arrastro sin ayuda.
Qué sola estoy, qué sola
sin el ruido de tus cubiertos sobre el plato,
sin esa tos o ronquido que me enervaba,
sin el saludo al que no hacía caso.
Ni siquiera te puedo echar de menos
porque te echo de más
y de más y de más, cada vez más.
Y el dolor me recorre sin encontrar salida.
Nada puede aliviar el mal de ausencia.
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