Oyes
decir a un obispazo que tal vez ayudar a quienes mueren de hambre y
guerra nos cueste nuestro bienestar así en el cielo como en la
tierra. Que es un peligro abrir las puertas de nuestra generosidad y
nuestras casas porque se acerca la invasión de los bárbaros. Y te
gustaría darle un puntapié al tal obispazo y a sus piadosos
congéneres. Pero te vas a dormir para olvidar tanta mentecatez.
Te despiertas con un sabor amargo entre los labios del alma: ayer
no fue un día esplendoroso, sino atormentado. No pasó nada
terrible, pero sí llegó el eco, como todos los días, del "Hay
golpes en la vida tan fuertes, yo no sé..." del
penurioso César Vallejo. Y suena el becqueriano "Hoy
como ayer, mañana como hoy, y siempre igual...".
Y
qué hacer hoy, ante semejante perspectiva, sino volver a recibir el
oleaje de la melancolía, del sinsentido de levantarte para hacerte
preguntas sin respuesta que derriban tu afán de luchar para
sobrevivir. Qué hacer, si no puedes salvarte, si no puedes salvar el
mundo del desbocamiento hacia el abismo. Qué hacer sin tener una
razón para seguir viviendo.
Miras
hacia todos los lados de la vida y de la muerte; y de pronto lo ves
con claridad, aunque por un instante: sí puedes hacer algo para
salvar el mundo: concentra en un anhelo todo cuanto deseas para la
humanidad y haz algo por una sola persona, sonríele, dale la
esperanza que tú no tienes, muéstrate ante ella como si la
tuvieras, dale la mano, conviértela en tu buena obra, en tu razón
para seguir viviendo... Al final esa sonrisa solidariamente fingida
acabará transformándote a ti, será tuya realmente, le dará un
sentido a tu existencia porque has apostado por la esperanza en vez
de cultivar la desesperación.
¿No
es eso lo que predica Voltaire, al
final del Cándido,
cuando habla de cultivar el jardín propio? ¿No quería decir que el
polen de las flores va de un jardín a otro y perfuma el mundo? ¿No
hacía lo mismo Unamuno en
su nivola sobre el bueno de don Manuel?
Vuelve
a mirar el mundo: eso es lo que hicieron Buda,
Confucio, Jesucristo...
Aunque el menestoroso y apiadado Cervantes crease
a Don Quijote para demostrar que el mundo no tiene solución
(por causa y culpa de congéneres como vuesa merced, señor
obispazo).
Verdi: Dies Irae