Faurè: Pavana
LA
VIGILIA
La sala está en penumbra.
Hemos ido pasándonos la luz de mano en mano,
de corazón en corazón,
como si todavía no hubiésemos hallado las
palabras.
Sepultado a lo lejos por un cielo
con vocación de olvido al que le sobran
todas las estrellas,
el suelo de la noche está cubierto
por el agua de los olivos.
El hielo en las campanas,
las manchas amarillas en los muros
por la ausencia de luz, el incipiente
crecimiento del moho. Como aquellos
que han consumido todo
lo que aún les quedaba de la vida,
sólo nos conocemos por las manos, por los
restos de cera.
Sobre la mesa, el agua derramada,
las bienaventuranzas,
lo que tú y yo sabemos de la sed.
Alrededor de ella, con las manos cruzadas
como cuando se espera,
el grupo de mujeres que en silencio
va llenando la casa de preguntas.
Muchachas que jugaron con la luz de los
pórticos
y ahora son ancianas con los ojos de niña.
El peso en la mirada, la vigilia
que nos deja en los ojos un puñado de
piedras,
el pequeño consuelo de una lágrima.
Alguien eleva al fondo
una antigua plegaria sobre la noche de los
cedros.
No hay dolor en los labios de la muchacha
muerta.
Nadie apaga la luz, nadie la toca.
© Basilio
Sánchez