Prokofiev: Los caballeros
¿Qué hacer cuando, inesperadamente, todo
se vuelve contra nosotros y el mundo parece un lugar inhabitable? ¿Despreciar
como nos desprecian? ¿Actuar como si la mejor defensa fuera el ataque? ¿Crear
mayor violencia respondiendo a la de quien nos hostiga? Solo en tiempo de paz
vemos la verdadera dimensión de la guerra y sus estragos, sea entre individuos
o naciones. Así que cuanto antes desterremos la agresividad, recurramos a
la templanza y pacifiquemos los impulsos, antes el corazón dejará libre la
conciencia para que su visión sea equilibrada.
Por ejemplo: cuando se nos insulta,
tenemos dos opciones: sentirnos insultados -porque nos sabemos culpables- y
responder insultando -como un acto reflejo que la imperante ley de la fuerza
aplaude en esta sociedad- o detener la compulsión agresiva porque nos sabemos
inocentes y porque, en cualquier caso, no hay mayor ofensa para el agresor que
la indiferencia. El silencio desarma al que grita, como el gesto pacífico
desconcierta al violento. Cuando alguien nos chilla es difícil oírlo, por más
que los oídos se estremezcan ante su pataleo. Y aun, si acaso lo oyéramos, ¿qué decir? La sociedad
prefiere una mentira convincente a una pobre verdad. Además: la valentía no
consiste en luchar contra la necedad, sino en mantenerse al margen de ella,
digan lo que digan cuantos nos rodean: ¿no es preferible ser nadie en un mundo
en el que ser alguien significa haberse vendido a las estratagemas y las
convenciones de la fama o el cotilleo?
El mundo, en general, es bueno; y lo
sería más si algunos no se empeñaran en emponzoñarlo. Sumadas de una en una,
hay más personas bienintencionadas que malintencionadas: hay quienes tienen
como premisa que los otros son honestos, y hay quienes desconfían por principio
de los demás: cada uno piensa del otro lo que no quiere reconocer de sí mismo.
La ira -cualquier pasión- se alimenta a sí misma si no la atajamos. Algunos
dicen de los coléricos que “tienen mucho carácter”, cuando en realidad
manifiestan muy mal carácter. Si la prudencia y la templanza fueran pilares de nuestro
comportamiento habría menos heridos en esta extraña paz llamada sociedad.
¿Quién es más dichoso, el que se sabe
rodeado de inocentes o el que da por supuesto que vive entre culpables?