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miércoles, 24 de octubre de 2012

La auténtica enseñanza


Si el ser humano es la única criatura capaz de sacar conclusiones, parece claro que el fin de esa facultad es acumular premisas, desarrollarlas, comprender, explicar. 
¿Existe una más noble actividad del hombre que la de aprender para enseñar, heredar la sabiduría de los siglos y legarla corregida y aumentada? 
Sin embargo, no obliguemos a aprender: obliguémonos a enseñar; enseñar a tener hambre de conocimientos, y a saciarla. 
Se aprende por amor al aprendizaje, como hacen las “Muchachas ante el piano” y “La lectora”, de Renoir. 
La auténtica enseñanza consiste en educar el corazón con el cerebro para que satisfaga con prudencia cuanto le pertenece; lo demás son gentiles sutilezas y pobres abalorios de la sociedad convencional. 
No hay otra solidaridad como esa, puesto que el conocimiento es la mejor ayuda que poseemos y podemos dar. 
La Naturaleza nos da la vida; pero la educación nos enseña a vivir.