Si el ser humano es la única criatura capaz de
sacar conclusiones, parece claro que el fin de esa facultad es acumular
premisas, desarrollarlas, comprender, explicar.
¿Existe una más noble actividad del hombre que la de aprender para enseñar, heredar la sabiduría de los siglos y legarla corregida y aumentada?
¿Existe una más noble actividad del hombre que la de aprender para enseñar, heredar la sabiduría de los siglos y legarla corregida y aumentada?
Sin embargo, no obliguemos a aprender: obliguémonos a
enseñar; enseñar a tener hambre de conocimientos, y a saciarla.
Se aprende por
amor al aprendizaje, como hacen las “Muchachas ante el piano” y “La lectora”, de Renoir.
La
auténtica enseñanza consiste en educar el corazón con el cerebro para que satisfaga con
prudencia cuanto le pertenece; lo demás son gentiles sutilezas y pobres abalorios de la sociedad convencional.
No hay otra solidaridad como esa, puesto
que el conocimiento es la mejor ayuda que poseemos y podemos dar.
La Naturaleza
nos da la vida; pero la educación nos enseña a vivir.