Bartok: Allegro barbaro
Un estudiante observa a los políticos y no le gusta lo que
ve; incluso algunos le parecen enemigos de la sociedad que representan. Mira a
su alrededor y se pregunta: ¿Por qué, si todo el mundo quiere la riqueza,
que es fruto de la educación, esta está tan descuidada? ¿Hay políticos justos y
con perspectiva?
Se contesta que, desde luego, es necesario un sistema que
nos obligue a convivir en paz, que ampare al bueno y que encarcele al malo,
inexorablemente. También es cierto que tal sistema precisa unos gobernantes,
y que quien quiere gobernar necesita mucha dedicación y
mucho altruismo.
Y es aquí donde encuentra el primer fallo: porque la
abnegación no es muy común. El hambre de poder es la peor de las
enfermedades contagiosas, y el poder es de aquellos que prometen paraísos, pues
todos los anhelan. Por eso advirtió Napoleón: ¿qué es un
líder sino “un comerciante de esperanzas”? Y Heródoto escribió,
aludiendo a la corrupción: “dadle el poder a un hombre virtuoso y pecará”. En
tal sentido, Valèry anotó: “política es el arte de evitar que
el ciudadano se preocupe de lo que le importa verdaderamente”. Y es que el
poderoso, inmerso ya en su castillo, olvida las palabras de Montaigne:
“Aunque subas al trono más alzado sobre tus posaderas seguirás sentado”.
¿Cuándo será posible contradecir a Rousseau,
que condena a la tribu social como asesina del instinto de
solidaridad, y a Plauto,
en aquello de que "el hombre es lobo para el hombre"? No parece tan
difícil, teniendo en cuenta que en el llamado Siglo de Pericles existía
apenas el uno por mil de nuestra población mundial de hoy, y aquellos hombres consiguieron
una democracia cuya divisa se resume así: “puede participar cualquier persona
que nos ayude a mejorarnos todos”.
Tal vez siguiendo tal ejemplo, y contraviniendo la opinión
platónica -que exiliaba del Estado a los soñadores y poetas-, Kennedy denunciaba en la política su
creciente deshumanización: “si hubiera más políticos amantes de la utopía y más
poetas políticos, lograríamos un lugar mejor para vivir”.
Solo encumbra la muchedumbre, y hoy, igual que siempre,
triunfa la apariencia: el que hace más creíble su espectáculo, el político
digno de los óscar. Hemos creado un mundo de disfraces, de corrupciones de la
integridad. Y todo está perdido cuando el malo empieza a ser tomado como
ejemplo y el bueno es una especie en extinción.