Bach: Ofrenda Musical
LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA
La
construcción del poema (V)
Cinco.- Idoneidad (II)
10.-
Observemos otra forma de idoneidad en el siguiente texto:
La clara luz de enero,
tan rasante,
ha dado con el hueso
de las formas.
Esta marina es ya mi
calavera:
espuma y plomo,
médanos sin nadie,
la monda desazón de
las gaviotas
peinando los pedreros
y los muelles.
Converso cara a cara
con el mundo
y sus cuencas vacías
me interrogan:
esperan las palabras
que no sé,
la huella que
reservo a tantos días.
Me planto en lo que
veo y se deshace;
es cuerpo muerto,
muerte que me ausculta.
La clara luz de enero, tan inmóvil,
confirma la osamenta de esta hora.
El
poema “Hamlet en la playa”, de Jordi
Doce, es un buen ejemplo de adecuación entre causa y efecto: de idoneidad
referencial. Todo poema es una meditación sobre la vida y, como en este caso,
la muerte; eso es este: la contundente reflexión de que todo es nada.
El texto, aunque autosuficiente, solo cobra cabal sentido si se lee a la luz del título, naciera este después de escrito el poema o lo gestase. Sin el título, el lector carecería, tal vez, del escenario adecuado para sentir plenamente al meditativo observador, émulo del príncipe danés. Es un poema que reclama la apoyatura cultural, y en el que la desazón del autor, bajo la mirada existencial del héroe de Shakespeare, va cayendo en la niebla de la melancolía hasta constatar que todo acaba en la desolación que tan fieramente expuso Góngora: “en tierra, en humo, en polvo, en sombra: en nada”. En estados de ánimo semejantes concluyó Quevedo, con igual contundencia: "y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte".
El texto, aunque autosuficiente, solo cobra cabal sentido si se lee a la luz del título, naciera este después de escrito el poema o lo gestase. Sin el título, el lector carecería, tal vez, del escenario adecuado para sentir plenamente al meditativo observador, émulo del príncipe danés. Es un poema que reclama la apoyatura cultural, y en el que la desazón del autor, bajo la mirada existencial del héroe de Shakespeare, va cayendo en la niebla de la melancolía hasta constatar que todo acaba en la desolación que tan fieramente expuso Góngora: “en tierra, en humo, en polvo, en sombra: en nada”. En estados de ánimo semejantes concluyó Quevedo, con igual contundencia: "y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte".
El
léxico es explícito en tal sentido: “hueso”, “calavera”, “monda”, “cuencas vacías”,
“osamenta”, “muerte que me ausculta”… las palabras parecen esparcir el esqueleto
de Yorick por la playa y hasta las gaviotas muestran, como un cráneo, su “monda
desazón” en ese instante de enero en el que hasta la luz yace también como un
cadáver inmovilizado. El autor sostiene entre las manos la playa convertida
en calavera.
Los
14 endecasílabos avanzan enjutos e imperturbables hasta trazar la imagen del
cementerio del mundo en el que no hay respuestas para la interrogativa angustia
humana, y es el mismo cadáver de Yorick
-y del propio mundo- el que acosa al poeta, ya investido de Hamlet, con sus preguntas en medio de
la playa. El paisaje como estado de ánimo se adueña de
quien lo observa, y lo abruma con su oleaje: es el paisaje el que mira y, como
una Gorgona, petrifica o metamorfosea al espectador.
11.-
No tan fructífera es esta otra tentativa de idoneidad referencial:
COLLIGE, VIRGO, ROSAS
Estás ya con
quien quieres. Ríete y goza. Ama.
Y enciéndete en la noche que ahora empieza,
y entre tantos amigos (y conmigo)
abre los grandes ojos a la vida
con la avidez preciosa de tus años.
La noche, larga, ha de acabar al alba,
y vendrán escuadrones de espías con la luz,
se borrarán los astros, y también el recuerdo,
y la alegría acabará en su nada.
Mas, aunque así suceda, enciéndete en la noche,
pues detrás del olvido puede que ella renazca,
y la recobres pura, y aumentada en belleza,
si en ella, por azar, que ya será elección,
sellas la vida en lo mejor que tuvo,
cuando la noche humana se acabe ya del todo,
y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,
que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.
El
poema es de Francisco Brines (*), y
desde el título se enuncia su anclaje en la tradición del collige, virgo, rosas de Ausonio,
que tanto material poético ha producido. El “coge las
rosas” latino aparece en el primer verso, traducido como “Ríete y
goza. Ama”. Brines moraliza, pontifica -y acaba egotizando- sobre el carpe diem de Horacio,
el otro tema paralelo, prosificando en líneas como versos sobre el tópico del no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, que tan lírica y hermosamente expusiera Ronsard
en su conocido Soneto a Helena
(**). ¿Hace honor la consecuencia verbal que da Brines a
la causa horaciana, convertida en mostrenco manantial de todo tiempo? ¿Sobran todas las palabras que siguen a esa invitación, ya atávica, por su inadecuación y por parecer surgidas del púlpito de cualquier fray Gerundio de Campazas? El poema se reduce a ser un homenaje, plagio o simple glosa. Si quería
actualizar el tema tal vez le hubiese ido mejor recurriendo a la trivialización y al desenfado
coloquial de Luis A. de Cuenca:
Collige, virgo, rosas
Niña, arranca las rosas, no
esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlele los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.
Los semas del tal
tópico en ambos textos son simples:
invitación al gozo /
antes de que la temporalidad /
marchite o mate /
Justamente los que
hallamos en el poema siguiente:
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(*) Ir a Francisco Brines
(**) Pulsar para leer Ronsard
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(*) Ir a Francisco Brines
(**) Pulsar para leer Ronsard