La construcción del poema (II)
Dos.-
Inmutabilidades.
4.-
La pregunta era: ¿Por qué un texto
mantiene su vigencia?
Descartemos, primero, lo evidente:
cuando los intereses circunstanciales se sobreponen a los esenciales la ceguera
encumbra a la luz obras o autores que en seguida son desprestigiados y pasan de
preferidos a preteridos. (Eso ocurre con tanto best-seller y tanto premio
dinerario, y tanta confusión entre escritura y literatura). Para saber cómo serán las obras que importen al
hombre singular basta con mirar las que ha escogido el hombre plural. Aquellas
en las que quien está leyendo se dice, como en un espejo: soy yo. Y en ese
yo palpita lo que ama y desama: amor, muerte, vida, temporalidad, alegría,
tristeza… Todo cuanto rigen el eros y el tánatos.
Leamos este breve poema:
Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo
el gran poema de la identidad.
O este otro:
Me gustas cuando
callas porque estás como ausente (…)
y parece que un
beso te cerrara la boca.
Concedámosle a cada uno, generosamente, la excelsitud. Supongamos que su
arquitectura es perfecta, su música, intachable, su versificación, su léxico
... Todos esos y otros elementos han conseguido aunarse para que nada sobre y
el conjunto nos diga contundentemente algo que nos importa como individuos
sensibles y reflexivos, amantes de la belleza y de la comprensión del ser
humano. Cada lector se ha visto en él o ha visto un fragmento de su identidad y
la del mundo. Su autor talló un diamante al traducir a palabras la existencia y
al conseguir que estas se tradujesen de nuevo en vida en quien las lee.
Todos los poetas que han tratado el amor
han repetido las palabras esenciales entre Adán y Eva: "Te amo".
Desde entonces, cuantos poemas se han escrito sobre tal tema han sido
repeticiones y prolongaciones de esa pulsión: no obstante, solamente nos
interesan y se han sumado en el tiempo aquellos que añadieron un matiz,
amplificaron la esencia, convirtieron el cuerpo verbal en carne del corazón
sintiente y reflexivo. Sus autores acrisolaron su novedad en la
tradición.
De todo ello hay en los anteriores
dísticos de Diego Torres
y Neruda:
carnalidad, sexualidad entendida como escritura engendradora del conocimiento
del yo y de su permanencia en el devenir humano. Pulsiones esenciales renovadas
en cada ser que se pregunta ansioso de respuestas.
5.-
He aquí dos ejemplos de
impulso de supervivencia que buscan en el amor un conjuro contra la muerte. El
primero pertenece al Romancero y
muestra la inexorabilidad de la “postrera sombra”: el amante, huyendo de la
muerte, acude a su amada como único refugio; pero cuando va a abrazarla, la
muerte, siempre implícita en la carne, lo está esperando al pie de la torre:
Romance de El enamorado y la muerte
Un sueño soñaba anoche, soñito del alma mía;
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba, más
deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe; la muerte
que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.
Frente a esta pérdida de esperanza, el
segundo poema, tan onírico como el primero, se decide por la aceptación de lo
imposible, tal vez como respuesta a la fatalidad del romance:
Cerrar podrá mis
ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso linsojera;
mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa:
Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
sombra que me llevare el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso linsojera;
mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía;
nadar sabe mi llama la agua fría
y perder el respeto a ley severa:
Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Dos poemas perfectos en su autismo
laberíntico y a ultranza: la desazón medieval y el romanticismo renacentista y
existencial de Quevedo, que decide -contra todo fatum- convertir en realidad los versos del
romance: La muerte me está buscando:
junto a ti vida sería. Sin anécdotas triviales, sin griterío verbal: del
contexto, lo imprescindible para no caer en la abstracción. El romance es un
diálogo entrecortado para aquilatar el dramatismo y evitar las divagaciones
narrativas; el soneto, una sentencia lacónica, voluntarista e imperativa como
solo un dios humano podría dictarla.
Ante estos ejemplos de puro y perdurable
biendecir, el lector se pregunta: ¿Cómo surge el poema?
Veámoslo: