Las preocupaciones por la vida más allá de esta vida aparecen manifiestas desde la Antiguedad. Las pirámides o El libro de los muertos lo ejemplifican.
La doctora Elisabeth Kübler-Ross desgrana en su autobiografía una vida dedicada a asistir a los moribundos y a mostrar que la muerte no es un monstruo, sino un aprendizaje y una transición hacia otro estado del ser. Afirma que "la muerte no existe". Y critica el deshaucio social y síquico que sufren los enfermos terminales, en buena parte por la deshumanización de los médicos.
El libro, recordatorio de sus experiencias por universidades y hospitales de todos los continentes, expone algunos fundamentos de la tanatología: que el mejor medicamento para el moribundo, cuando la medicina ya no tiene respuestas, es conocer su verdadera situación terminal y recibir la comprensión y afecto de sus allegados.
La rueda de la vida es una catarsis para su autora y lo será para muchos lectores, que se reconciliarán probablemente con el final que a todos nos aguarda y que la civilización se ha empeñado en pintarnos como un espectro cadavérico.
Aunque, más allá de la subjetividad y de la prédica, otros muchos lectores querrán tener como acompañante en ese viaje algo más tangible que una fe inquebrantable en un ser superior.
Lo que me parece innegable es que, efectivamente, la convivencia con estas páginas, aunque no sanan, sosiegan.
Una reconciliación con la existencia.
Una reconciliación con la existencia.
