Ediciones Oniria
Colección
INCUNABLES INTERNÉTICOS
TÍTULO CUARTO
Retablo de cenizas
María Sanz
TÍTULO CUARTO
Retablo de cenizas
María Sanz
En esta sección encontrará el lector algunos libros dados a conocer durante los primeros años de la aparición de la imprenta internética (cosa que no garantiza la nobleza de su calidad, como no la tenían muchos de los incunables gutenberguianos). Tal vez valga la pena su edición globerística por el hecho de ser difíciles de hallar en otras bibliotecas. Algunos son tan incunables que permanecen inéditos en cualquier medio que no sea el amanuense, el emailiano o el juglaresco.
No podemos disfrutar todos los libros con los cinco sentidos, pero sí con el sexto, que es el menos común: algunos nacen al margen de los públicos y eso los hace más minoritarios aún, bien por vocación ensimismatoria, bien por amor al arte, bien por misantropía. ¿Y qué editor invertiría en un libro que no fuese, también, un negocio?
No podemos disfrutar todos los libros con los cinco sentidos, pero sí con el sexto, que es el menos común: algunos nacen al margen de los públicos y eso los hace más minoritarios aún, bien por vocación ensimismatoria, bien por amor al arte, bien por misantropía. ¿Y qué editor invertiría en un libro que no fuese, también, un negocio?
La presente impresión es facsimilar del manuscrito de la mente, y consta de tantos ejemplares como el lector tenga a bien decidirse a ojear -siempre en edición princeps-.
Contra lo establecido por la Ley del Dinero, autor y editor conceden el permiso necesario para que el libro pueda ser copiado, convertido en pdf y transferido a cualquier lector electrónico.
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Rachmaninov: Sinfonía nº 2, Adagio
RETABLO DE CENIZAS
María Sanz (*)
Para todo soy ciego si
este dolor me acecha:
la destrucción buscada es la vida más
honda.
E. SÁNCHEZ ROSILLO
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I
I.
Siempre es bueno dudar de
las estrellas,
de los campos nevados, de
aquel cuerpo
que en la inhóspita noche
fue refugio.
Pero está la verdad al fin
de todo,
como una lumbre errante,
liberada
del miedo original, del
artificio.
No en vano por la duda se
padecen
largas esperas, frases sin
salida,
respiraciones sórdidas que
abarcan
desde la desnudez al
vencimiento.
Pero sólo se trata de un
instante
donde apenas conviven luz y
sombra,
un canto de sirenas
destemplado.
Siempre es bueno admitir lo
que no existe,
lo que los labios hacen
profecía,
por si toda verdad se queda
en nada
y se reduce al hecho de
creerla.
4
II.
El amor lleva cíngulo de
adioses,
se viste de fronteras, luce
escarcha,
va tocado con nubes
cenicientas.
Ahora digo que un día
me ciñó su ropaje
como oculto cilicio,
habitando mis poros
su lava permanente.
Soy estatua sin él, impío
mármol
en donde la hojarasca se
refugia,
caótico deseo para algunos
cuya insistencia me
solidifica.
Y digo que una noche
cubrió mi desnudez
su túnica de llamas,
extático suplicio
con el que ya me había
disfrazado la muerte.
5
III.
Monreale, los cielos
desangrados al fondo.
Pasabas por allí como una
imagen
sin pedestal, convicta
de su luz arrogante. Me
pasabas
los ojos por mi sombra,
por los tibios mosaicos
donde bordaba el mar sus
olas púrpuras.
Yo quería decirte que no
huyeras,
que gozaras el rito
de un tiempo que volvía
a brillar en nosotros.
Pero sólo me viste
de lejos, como un cruce en
la memoria,
tesela desprendida
sobre lecho de barro.
Monreale, te ibas diluyendo
sin saber cuántas noches
broté de ti, ni cómo
llegué a ser tu ceniza
deslumbrada.
6
IV.
Lamento no saber a dónde
huyo,
por qué me falta espacio en
la conciencia
aún después de haber
sobrevivido
a cada tentación. Sí, yo
lamento
la inestabilidad que se abre
paso
entre mi lucidez y su deriva,
esta vieja cordura
desgarrada.
Cuántas noches surcando el
abandono
para no perecer en otro
fuego
como el que me trastorna,
cuántos días
sintiéndome camino
intransitable.
A dónde huir, si nada se
distingue
de lo sacrificado, si no hay
puertas
que cierren un dolor, una
memoria,
unos pasos sin fe como los
míos.
Lamento estas palabras
lastimadas,
esta gélida lumbre donde
yazgo,
aún antes de verme fugitiva
por el bosque final de mi
existencia.
7
V.
Si debemos vivir, hagámoslo
sin tiempo
para lo que nos hiere en su
injusta medida,
sin noche suficiente para el
amor oculto,
deshojando la piel con un
viento de abrazos.
Entonces creeremos que todo
permanece
tal como lo sentimos ahora,
ayer, mañana,
aunque el fuego reduzca los
placeres ilesos
a vana saciedad, a estático
albedrío.
Pero también debemos
acariciar la muerte
en medio de esa noche que el
amor abandona
sobre nuestro desnudo febril
e inseparable,
aceptando sus términos con
un hondo sigilo.
Entonces el deseo hablará
por nosotros
al tomar la palabra en su
injusta agonía.
Sí, también moriremos como
lo hacen los pájaros,
el jazmín o la niebla, sin
despedirnos nunca.
8
VI.
Un cúmulo de tardes
azules, malvas, grises,
como las que viví
contigo en las Eolias,
acrecentaban luces de
misterio.
No podía creer que estaba
triste
a pesar de tus ojos, no
podía
concebir la verdad de otra
manera.
Hablé de tu belleza con las
olas,
con el viejo horizonte que
templaba
mi visión decadente,
sin merecer el pasmo del
deseo.
La tristeza cromática
que nos fue dibujando
procedía del mar, como un
celaje
abrupto y aterido,
de las islas violetas
cuyos atardeceres
extinguieron
lo exacto, lo creíble.
9
VII.
De qué me sirve ahora la
paciencia,
el amor o sus lumbres, si la
vida
transcurre ya por otros
derroteros.
Hay un claro del bosque
donde guardo
los aires puros con que se
vestía
mi cuerpo tembloroso, su
moldura
dilatada en insólitas
secuencias.
Conozco la visión
impenetrable
de estos días aciagos, del
retorno
a aquella luz lluviosa que
bordaba
mi cálida esbeltez sobre el
invierno.
Pero todo es inútil, nada
sirve
para ponerle nombre al
infortunio
con el que se malgastan mis
placeres.
Hay un claro de luna donde
acojo
los vacíos dolientes de otro
cuerpo,
su piel atemperada por la
mía,
mientras la realidad pasa de
largo.
10
VIII.
Hasta cuándo tendré que ver
a solas
el principio del miedo, la
distancia
del amor al dolor, el
pasadizo
que lleva a la ansiedad de
cada noche.
No sé si para todo hay una
fórmula
planteada a raíz del
abandono,
una averiguación sin
conjeturas
íntimamente nueva y
realizable.
Ignoro de qué cárcel hay que
huir
si sólo soy un preso de mí
mismo,
de esta larga condena ya
cumplida
en el tiempo de la
desesperanza.
Hasta cuándo podré
reconocerme
en una soledad que apenas
vale
para rendirle cuentas al
silencio,
en la última vez que fui
dichosa.
11
IX.
Por amor he expiado viejas
culpas,
doloridos instantes sin
reposo,
un cansancio de tardes
infinitas
para quien tanto espera de
su nada.
Llego a Noto buscándote,
tal vez equivocada y
ciegamente,
contemplo una ciudad
a la que se llamó jardín de
piedra,
de dorada armonía
en el tiempo ilusorio.
Un enjambre de ménsulas
acota
mi inútil albedrío,
proclama el desencanto
que vuelve realidad lo
inencontrable,
y en ellas me convenzo
de que mi expiación aún
prosigue,
pero sin culpa, sólo por tu
ausencia.
12
X.
Cuánto tiempo es un día, o
un instante,
para perderlo así, de
cualquier forma,
como lo que se ama, sin
retorno.
Cuánta luz es la lluvia, o
un abrazo,
dirigidos al pozo de tu
cuerpo,
para la oscuridad que nos
convoca.
Imposible su cálculo si
busco
tristezas ya perdidas, el
delirio
donde los acogí cuando
callaba
después de tanto amor
irrenunciable.
Cuánta vida es un vuelo, o
un fracaso,
para hundirlos así, en
cualquier grieta
del sueño en que nos hemos
convertido.
Cuánto tiempo, sin más, es
la amargura
donde te doy a luz, donde te
amo
como lo que se libra de la
muerte.
13
XI.
Alguien está buscándome en
Ragusa,
intuyo sus pisadas
por mi melancolía,
e imagino que llega
desde los puentes al
Giardino Ibleo,
coronado de cárdenos
celajes.
El aire reproduce
un vuelo sostenido
sobre la vía Roma,
enhebra mi inquietud con su
templanza
hasta hacerme creer
que ese alguien me
encuentra.
Pero todo rebosa de vacío,
la gente viene y va sin
detenerse
cuando desaparezco
con las primeras sombras,
anclada en una antigua
escalinata,
sabiendo que ese alguien
siempre me buscará mientras
ignore
que sólo por su amor
continúo perdida.
14
XII.
Acaso no actué como debía
dentro de un escenario
previsible,
en la gélida esquina de un
invierno
más allá de lo vano
conocido.
Me entregaban papeles
siempre en blanco,
hojas donde la nieve fue
cayendo
hasta erigirse en muros
interiores,
en interpretación de mi
desnudo.
Quizá me equivocase
pensando que yo era
una actriz como todas,
buscándole sentido
a las mismas palabras
con las que ahora callo.
Pero ya no hay guión para
quien sigue
representando mal su propia
vida,
una vida copiosa en
argumentos
donde soy personaje
secundario.
15
XIII.
En vano justifico cada día
que pasa,
la solución teórica del
tiempo,
este pan y este agua que me
indultan.
No hallo realidad en el puro
presente.
Antes el corazón era un
vuelco en si mismo,
gozaba con el rito nival de
los almendros,
prefería perderse por la
lluvia
o acompasar su gozo
desbocado.
Pero todo es en vano al fin
de cada día,
no merece consuelo haber
sobrevivido
a tanta libertad como me
anega
después de una derrota, no
procede
sentir conformidad cuando
hay renuncia.
Antes fue el corazón que su
descubrimiento,
la grieta luminosa donde
ahora se esconde
mi palmo de teórica
existencia,
manantiales y trigos
cotidianos
que me imponen su ley para
que logre
resucitar a tiempo de morir
nuevamente.
16
I
I
I.
Agua,
recórreme despacio,
transparenta la herida de
mis valles.
Nunca seas silencio, gime,
dime.
Agua de la esperanza,
temblorosa en la piel,
helada fiebre
que llega a desconcierto,
niégame los adioses, clama,
llama.
Lluvia,
atardece conmigo,
precipita el naufragio de
esta hora,
de este cielo sin tregua,
nace, yace.
Río,
final para los ojos
de quien siempre miró con
impaciencia
su agonía encauzada,
déjame contemplar mi lenta
muerte.
Pero no te detengas, fluye,
huye.
17
II.
El
amor no perdura
sin
el anonimato
que
le da la paciencia
fugaz
de su costumbre,
la
que a veces resiste.
El
cielo sigue estando
detenido
en aquella misma tarde
cuando
iba al encuentro de sus llamas,
hacia
una soledad
de
la que ya no vuelvo.
No
quiero ser más libre
de
lo que soy, ni ando
en
otra tesitura
que
la de no arrojarme
al
mar de la conciencia.
18
III.
Tuvo
que ser un sueño. De otra forma,
jamás
hubiera amado
tan
derrotadamente,
tan
lejos de la piel que me anudaba.
Si
cada día estoy
más
cerca del abismo,
para
qué detener
tan
antiguo deseo
recorriendo
la gloria
que
va a ninguna parte.
Cómo
aplicar remedio
a
ese dolor que viene de camino
en
forma de promesa,
de
vuelo incandescente.
No
se entiende la aurora
sin
fe que la traspase.
19
IV.
Ensoñación
del humo
que
revela este fuego
sobre
la noche amarga,
no
sé cuántas renuncias
habrá
ya incinerado.
Al
fondo de sus ojos
se
remansan las tardes
que
aún no he contemplado,
los
veneros de miel
en
donde un claro día
habré
de sumergirme.
Al
fondo de sus ojos,
el
bien perecedero.
Desventurada
fui
por
haber conseguido
andar
sobre las aguas.
Desde
entonces me hundo
en
el amor a solas.
20
V.
Sirena
de cristal,
detenida
en el fondo
de
un cáliz, cuyas aguas
navegaron
los labios
hirientes
que te apuran.
Perdiste
el corazón
siguiendo
aquel velero
vacío,
columbario
de
una ceniza amarga
para
noches sin pulso.
El
viento mortecino
resplandece
en tus grietas
cuando
se van cubriendo
bajo
los arenales
sagrados,
cuando gimes
sobre
los frutos rojos
del
cuerpo que aún adoras.
Sirena
de coral,
quizá
perdiste el miedo
de
espaldas a los astros,
mientras
el oleaje
devuelve
tu desnudo
a
la orilla del hombre
cuya
sola memoria
te
derrama la voz
en
un canto de fuego.
21
VI.
De
vez en cuando surge
aquella
antigua calma,
la
que me defendía
de
bienes y carencias.
Por
eso sé que sigue
aún
viva en lo insondable.
Todo
hubiera podido
terminar
con un resto
de
nieve entre los ojos,
con
un perfume tibio en la solapa
y
una pisada gris sobre la alfombra.
Pero
no, ni siquiera
me
dejaba perder en su partida.
También
yo tendré miedo
a
morir sin que alguien
recoja
mi suspiro,
mi
voluntad quebrada.
Sólo
el amor entonces
podrá
darme la mano.
22
VII.
Los
restos del naufragio
se
hunden en la arena,
acaban
por fundirse
con
la piel cegadora
de
este desierto mío.
Sus
huellas litorales
dividieron
la noche
en
multitud de enigmas.
Cómo
podré saber que ha amanecido
si
no veo la luz de esa frontera
donde
mi corazón ya no responde.
Apenas
hay bastante
con
vivir de prestado.
Ignoro
si la ausencia
extenderá
mis hojas
por
el antiguo albero,
sobre
las ilusiones
que
nunca he poseído.
Ya
tengo suficiente
con
mendigar mi vida.
23
VIII.
Fuego,
abarca
mi desnudo,
atraviésame
en brazos de la noche.
No
seas inservible, cura, dura.
Brasa
del condenado,
excitación
cautiva, juego lento
que
termina ganándome,
atenúa
este gozo, hiere, muere.
Lumbre,
purifica
mis ansias,
deja
un resto de amor en lo perdido,
en
lo que fui viviendo, llega, ciega.
Llama,
carnalidad
reptante
para
quien nunca supo dirigirse
a
sus altos placeres,
concédeme
tus labios sinuosos.
No
te extingas por mí, excita, grita.
24
I I I
I.
Faltan pocos minutos para el
alba de siempre,
para clavar los ojos al
fondo del vacío
y ver que el miedo brilla
con la luz apagada.
Ya oigo tus palabras.
Levántate, sal fuera.
Entonces soy un Lázaro que
regresa a su tumba
con el único anhelo de
encontrar un cobijo.
Pero la luz reclama nuestra
presencia sola,
nos descubre embalando los
rendidos desvelos
cuando todo termina por
abrirnos la puerta.
Es el alba de siempre, su
realidad confusa,
un espejo que enmarca el
adiós sin salida.
Ya ni siquiera oigo tu
desnudez. Levántate,
deja atrás la derrota donde
aún nos amamos.
Entonces soy un prófugo que
se esconde en el hueco
templado de tu ausencia, del
día sin mañana.
25
II.
La tentación de profanar un
valle
como éste, de irlo revelando
al
margen de sus dioses,
deja
mi libertad atravesada
por
los vientos azules
que
antes ensartaron las columnas
para
temblor de ritos excitantes.
Ah
de los templos, todo me responde
con
un eco de mármol,
con
pupilas aún iluminadas
desde
Juno Lacinia a la Concordia ,
todo
me hace vibrar sobre el rescoldo
que
dejase Agrigento
más
allá de las piedras.
La
tentación absuelve mi vacío
traspasado
por nubes
doradas,
por diálogos ardientes
entre
el cuerpo y la tierra licenciosa,
al
margen de unos dioses insalvables.
26
III.
Hoy
sé que es muy difícil
guardar
el equilibrio
sobre
las mismas cosas
que
ayer me mantenían.
Ahora
soy la nube variable,
un
espejo letal para mi rostro,
quién
sabe si premura o sedimento.
Cada
culminación
llega
a descomponerse
dentro
de lo que amo,
de
la fatalidad
más
esperanzadora.
Sólo
he renunciado a estar conmigo,
harta
de convertirme en horizonte,
en
columna de humo para el aire.
Hoy
sé que es muy difícil
regresar
del desierto
sobre
los mismos pasos
que
ayer me sostenían.
Ahora
soy el agua derramada,
un
ejemplo feliz de lo inservible,
quién
sabe si carencia o privilegio.
27
IV.
Tú
me esperabas en los Quattre Canti
con
tu belleza intacta, de otro mundo,
desenfrenando
el vuelo de mis ojos.
La
realidad perdida por Palermo
flotaba
como un himno
silencioso,
vibrante,
la
realidad que huía ciega y sola.
Pero
tú me esperabas
como
quien nunca quiso conocerme,
sin
separar el tiempo
de
aquella sensación irrepetible.
La
realidad se abría
en
forma de corola macilenta,
guardándose
el bullicio de una plaza,
el
hueco que dejaste
mientras
todo fue cierto.
28
V.
Cuando
quise vivir, era ya tarde.
Las
hojas de un oscuro calendario
tenían
voz y rostro conocidos,
daban
sombra a mi sombra, confinaban
cada
olvido en sus lechos marginales.
Abrí
la realidad que poseía
detrás
de una ventana, prisionera,
viendo
la floración de los magnolios
sin
acuñar el gozo de su aroma.
Era
muy tarde ya, lo supe, nadie
pudo
darme respuesta a tanta noche,
a
la incógnita tibia de mis senos,
nadie
transfiguró lo padecido.
Ahora
me doy cuenta, todo anuncia
su
brevedad en tiempo y esperanza.
Sé
que es tarde, por más que necesite
vivir
mi propia vida sin reservas,
de
regreso al amor, cuando las hojas
del
calendario sólo significan
los
números crecientes de la nada.
29
VI.
Un
tiempo de placer no se regala
sin
cuerpo que lo agote, sin salida
posterior
para el éxtasis más hondo.
Así
mi corazón, que nunca supo
dilatar
emociones, vive a oscuras,
se
nutre de paciencia y desconsuelo
mientras
va averiguando nuevos ritos
por
el único hecho de entregarse.
Un
tiempo de placer no significa
más
que el consentimiento de la llaga
abierta
sin piedad en el costado,
cuyo
delirio llega a mansedumbre
por
amor, siendo víctima fragante
hasta
sentirse altar bajo otro cuerpo.
Así
mi corazón, igual que el sándalo,
perfuma
siempre el hacha que lo hiere.
30
VII.
Alejados
de todo lo que ardía
más
allá de nosotros, descubrimos
la
noche de Taormina, con los cuerpos
celestes
y desnudos como astros.
No
supimos del tiempo ni sus límites
porque
aquella ciudad vaticinaba
toda
consumación, ninguna fecha
para
volver al mundo de partida.
Tampoco
la intemperie pudo hallarnos
recorriendo
lugares encendidos
entre
las sombras del teatro griego,
investidos
de todo lo que alzaba
su
flamante ebriedad hacia los ojos.
No
quisimos saber de la ceniza
con
que el tiempo cubría nuestros pasos
más
allá de nosotros, del augurio
donde
apenas un ascua permanece.
Ahora
lo terrible sigue siendo
haber
sobrevivido a tanto gozo.
31
VIII.
Casi
una falsedad es la promesa
que
deviene en milagro, como tantas
ficciones
que resultan de llamarse
motivos
de ilusión. También las horas
transcurren
al pensar que estamos vivos.
Sólo
en el tiempo del amor hay hechos
reales
amparándonos, lugares
donde
su vasta sombra resplandece.
Pero
lo falso logra hallar cabida
con
una sutileza incontestable,
nos
incita a creer que ya está todo
vivido
y disfrutado, cuando al término
aguarda
todavía la esperanza.
Casi
una eternidad es el abrazo
que
deviene en vacío, como tantas
visiones
que alimentan nuestra muerte.
32
IX.
Estoy
dilapidando mi existencia
al
no habitar tus noches cristalinas,
tu
levedad de espliego y malvarrosa,
mientras
el tiempo reina en lo inmutable.
Es
difícil saber por qué el otoño
se
convierte en exiguo propietario
del
árbol florecido, cuando sobran
inhóspitos
ramajes bajo el cielo.
Soy
consciente de todo lo que busco
al
abrir tu ternura con mis manos,
invirtiendo
la pródiga caricia
hasta
poblar su hueco sostenido.
No
sé si encontraré tu amor a oscuras
cuando
apremie mi cuerpo y anochezca,
si
lo que pierdo nunca me fue dado
más
allá de la celda de mis sueños.
33
X.
El
sol de Cefalú se descolgaba,
marchito
y espectral, sobre la Rocca ,
entre
las callejuelas medievales
por
donde fui perdiéndome en tu busca.
Qué
extraña soledad atardecía
dentro
de mí, qué frágil equilibrio
mantuve
hasta caer penosamente,
como
tanta aventura sin regreso.
Iglesias
y palacios fueron dándome
noticia
de tu sombra, derramada
por
los ocres antiguos. Y yo, mientras,
percibía
sus cálidos engastes
en
mis ojos desiertos, los volvía
hacia
una realidad inaccesible.
Qué
extraño cielo desaparecido
dentro
de mí, qué amarga certidumbre
de
un ocaso sin horas, sin hallarte.
34
XI.
Profundamente
mío
eres
ahora, pasto del otoño
en
incendios violetas que soflaman
un
cielo demudado.
Qué
atardecer recóndito tu cuerpo,
sus
pliegues en penumbra,
mientras
de mi ilusión caen las hojas
al
ver tus ramas limpias,
como
livor al alza
detrás
de los visillos.
No
sabría decirte por qué callo
si
todo me provoca, contemplándote,
pura
necesidad
de
cubrir tu desnudo con racimos
recién
cortados, vid espiritosa
en
flujo de palabras.
Eres
ahora crátera y otoño,
profusamente
mío,
líquida
adoración que a solas bebo.
35
XII.
Retablo
de cenizas, desafío
a
tanta soledad como me hiere,
helor
interminable en carne viva,
trémulo
corazón a ras del miedo.
Quizá
sea el final de una tragedia,
de
la gris lucidez con que vislumbro
personajes
furtivos, escenarios
para
representar mi propia muerte.
La
vida se ha quedado ya muy lejos.
Lejos
de mí, de aquella tarde tibia
donde
logré encontrar una esperanza
en
la que ahora no me reconozco.
Retablo
de agonías, envoltura
para
huellas durmientes, vana lumbre
de
aurora malograda, purgatorio
con
estatuas hilando la tiniebla.
La
muerte se ha quedado ya muy sola.
Su
soledad anida en mi regazo
como
un áspid insomne, como máscara
para
representar mi propia vida.
36
XIII.
Epitafio
Epitafio
Yo quiero descansar sobre
una tierra
en la que nada me haya sido
extraño,
ni siquiera el olvido de la
gente;
oír pasos anónimos buscando
la posibilidad de mi
recuerdo;
saber que en el silencio
donde yazgo
armonizan sus pétalos las
rosas
traídas por el viento a mi
costado.
Yo quiero verme libre bajo
un cielo
distinto de las noches que
enclaustraron
mi inútil esperanza, en la
creencia
de que valió la pena haber
amado.
Descansar de mí misma, de la
sola
vigilia, del regreso
innecesario
a lo que nunca me ha
pertenecido,
aunque a veces muriera entre
mis brazos,
es mi deseo al fin de los
deseos,
cuando vivir me quede ya
lejano.
Lloréns Ferri
37
-------------------------------
(*) Sobre María Sanz
Sevillana de pura cepa, muy atenta a los colores, olores y sonidos, María
Sanz (Sevilla, 1956) encaja mejor en el modernismo que en la postmodernidad. Su
obra demuestra afinidades con la actitud de los filósofos-poetas contemplativos
y se presta a una explicación basada en las teorías de Bachelard y
Merleau-Ponty. Cuando se encuentra frente a la naturaleza o a la atmósfera de
belleza creada por la mano del hombre, procede por Einfühlung (compenetración). No tiene interés en crear distancia entre lo observado y
el efecto que produce en ella. Es constante el deseo de fusión con el objeto,
permitiéndole conservar una partícula de misterio. Ella misma ha declarado que
quiere crear poesía "intimista" y que asocia la contemplación de la
belleza con apertura que invita a la trascendencia.
Según Richard Kerney, el arte postmoderno procede desterrando la intimidad
subjetiva, la profundidad referencial, el tiempo histórico y la expresión
humana coherente. María Sanz hace todo lo contrario: busca línea seguida y
sentido de unidad. Está atenta siempre a la posibilidad de comunicar. Una
intimidad subjetiva, pero no cerrada, es una de las características
sobresalientes de su universo poético. Mientras que el artista postmoderno pone
énfasis en las imágenes como artefactos que reemplazan la "realidad
original" y se convierten en un juego técnico hiperrealista, María Sanz
aspira a que su poesía sea "serena, transparente y abierta, que todo el
mundo encuentre cierta identificación con ella". Sus paisajes no consisten
en un juego de imágenes que se multiplican hacia la infinitud y cambian de
sitio como en uncollage, sino que se sitúan
dentro de un contexto cultural-histórico, creando a la vez un retrato coherente
del yo íntimo de la autora. Permiten ir más
allá de lo que perciben los sentidos. La actitud de María Sanz frente a la
poesía tiene más de un punto de contacto con las teorías y poéticas que
circulaban en España en la primera mitad del siglo XX. El mundo que presenta
María Sanz no cabe en la descripción. Requiere intuición sugerente, tal como la
concebía Heidegger. Procede Sanz por el método sugerido por Pascal: ver y no
ver, "porque éste es precisamente el estado de naturaleza". El
universo poético de María Sanz está poblado de un aleteo imperceptible; el vuelo,
el movimiento ascendente entran con frecuencia en sus versos, esperando
producir una sensación parecida en el lector. Para Sanz, Sevilla representa una
vivencia imposible de distanciar como objeto de evaluación. Es su razón de ser.
Se oye la música callada en el silencio sonoro de los místicos. La
transmigración del yo a lo observado para fundirse, renunciando a sí misma, es
constante. El gozo estético se vuelve experiencia casi mística, en la que
predomina el asombro agradecido, cuya fuente es el mero existir de esta ciudad,
belleza que destiñe sobre la autora.
Biruté Ciplijauskaité