Un poema social
Miro la lluvia, su ancestral imagen
de lágrima sin ojos, y recuerdo
la tristeza del mundo.
De este lado
de los cristales yo te beso, envaino
en tu cuerpo mi cuerpo, y tus entrañas,
cálidas como un vino, se repliegan
alrededor de mi lasciva carne,
haciendo seminar dentro de ti
el desencanto de mi amor airado.
Miro la lluvia: cada estela de agua
escrita en la ventana como un cauce
es un surco de miel que voy trazando
con mi cuerpo en tu cuerpo; y cada muerte
que sucede allá lejos, en la patria
que hemos abandonado para amarnos,
es un grito de vida en este abrazo
que mantenemos en nuestra trinchera
para sobrevivirnos y hallar paz.
Qué lasitud tras cada acometida,
y qué desasosiego cada vez
que observo el horizonte y veo la lluvia
caer interminable sobre el mundo.
Ayer fue todo igual, y lo será
mañana: aquí, la vida; allí, la muerte;
la soledad, al fin, en todas partes.
Me siento derrotado; quiero huir
del dolor y del gozo: de la lucha
y también del descanso del guerrero.
Me invade una letal melancolía
ante tanta tragedia.
Pero miro
tus ojos sorprendidos por la luz
de este mágico encuentro, tu fulgor
que estría la mañana:
y pasan ante mí,
como un desbocamiento innumerable,
todas las hecatombes de la Historia,
los niños masacrados, y el Amor
cabalgando desde el remoto origen:
y en ese instante de veneno y triaca
la ley universal de la alegría
escancia sus aljibes redentores
transfigurando toda realidad.
Y vuelvo a amarte y a decirte: vamos
un día más afuera, a la batalla:
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