UNO
El hombre es menos desdichado, o más feliz, cuando no tiene miedo: a la naturaleza, a la enfermedad, a la muerte... a sus propios semejantes.
Lo primero que el hombre tuvo que aceptar es que todo es más fácil para el grupo que para el individuo: y se agrupó con otros hombres en clanes, tribus, urbes, aunque esa convivencia le restase, más tarde, fragmentos de su albedrío.
Difícil tarea la de diseñar una sociedad en la que todos gocen y nadie sufra. Pronto los bienes y los males comunes mostraron que no todos los percibían igualmente. La naturaleza nos ha creado desiguales física y síquicamente, y la civilización, queriendo potenciar la igualdad equitativa, no ha sabido evitar el incremento de las consecuencias de tal desigualdad.
Por ello, desde los orígenes ha existido la búsqueda de un paraíso humano -la utopía-, la formulación teórica de un locus amoenus en el tiempo que contuviese la dicha para que la disfrutasen igualmente todos los ciudadanos del mundo, del país, del entorno próximo. Utopías en el pasado, en el futuro: a fin de que se hicieran realidad en un presente indefinido y anhelado. Platón, Jesucristo, Francisco de Asís, Tomás Moro, Campanella, Rousseau, Huxley... describieron sendos edenes que sustituyesen el de Adán y Eva.
Pero no podría perfilarse una buena convivencia si no se advirtieran los peligros que entraña la misma sociedad. Y de ahí que junto a las utopías se hayan dibujado sus contrarios, las distopías, aquellos locus adversus en el tiempo a los que se vería abocado el hombre social cuando, buscando edificar un paraíso, construyera un infierno. Y así surgen El Bosco, Swift, H. G. Welles, Orwell, Bradbury...
Se trata de soñar el sueño de don Quijote sin caer en el existencialismo de Hamlet ni en el eufórico y autoengañoso optimismo de Alicia; y, menos, en la pesadilla de tanto Hitler.
Pero, ¿cómo materializar un sueño?
DOS
Cuando un hombre pretende enmendar el mundo es considerado loco -como bien prueba la figura de Don Quijote-, puesto que nadie quiere enmendarse. Y sabemos que cuando un inocente de corazón y sueño conoce la realidad del mundo se retira y huye de él, según la historia de Buda, por ejemplo. No en vano afirma Shakespeare en "Macbeth" que la vida es una historia contada por un necio lleno de ruido y furia. Ese es el motivo por el que, desde la Antiguedad, se han descrito paraísos sociales y utopías (Ya las he nombrado: Platón, Moro, Agustín de Hipona, Campanella...) que han concluido, por contra, en mundos apocalípticos o distopías (Swift, Huxley, Orwell, Bradbury...).
De manera que, para no extenderme, con esas premisas y con la relación de hechos que hacen que la Historia sea una sucesión de guerras separadas por ruinosas treguas, pocas conclusiones podemos extraer que no sean semejantes a la de que el mundo no es lugar para vivir. ¿Quién construirá un mundo alternativo en el que hallar paz y sosiego, templanza y porvenir, deseo de que la existencia continúe? Solo aquel que edifique su hogar en un lugar llamado corazón.
TRES
Frente al universo insidioso de la realidad (enfermedades, guerras, desolación del tiempo, muerte...) hay que tejer un mundo amable en el que el vitalismo halle su cauce y apacigüe la conciencia de la mortalidad.
En el pasado, eran los dioses quienes podían a su antojo armonizar la vida o lanzarle fatalismos. Lentamente, fueron aboliéndose las mitologías y el hombre fue consciente de que solo él podía determinar su destino, sustituyendo la predeterminación por la voluntad. El pensamiento anhelante dio paso al pensamiento científico, y la física, la medicina y la tecnología propiciaron la esperanza de unos mundos mejores.
Mundos en los que los héroes eran proyecciones humanas y no imposiciones subconscientes del ancestral locus horribilis, supersticiones de la ignorancia mistificadora. Pero como, según la ortodoxia, el mundo está bien hecho y este es "el mejor de los mundos posibles" (Leibniz), todo intento de mejorarlo es una impostura y una arrogancia que debe ser castigada, no se sabe muy bien por Quién.
Si donde había un Dios había un luzbélico Satán, ahora frente al genio científico surge una monstruosa criatura que debe castigar la rebelión humana frente a la divinidad. Y así, la utopía científica engendra distopías apocalípticas, y lo mismo que propicia la curación de enfermedades provoca epidemias globales: longevidad y superpoblación, confortabilidad y superfluidad, panaceas contra leviatanes... (Mary Shelley, Asimov, Philip K. Dick...)
La isla feliz del jardín de Epicuro, Platón o Aristóteles continúa en Utopía, Robinson o el Emilio, siempre a la sombra del paraíso bíblico, o el Shangri-La budista. Y siempre bajo la amenaza del robot de Frankenstein, el hombre menguante, la criatura de Quatermans, Hiroshimas, Aliens o tantas similares.
Por eso tal vez ninguna utopía tenga tanta credibilidad como la de aquellos que practican el acercamiento a lo probable: la huida del bullicio y la entrada en el recinto de la serenidad: el anacoretismo liberal del antiguo "conócete a ti mismo", de Montaigne, de tantos otros fugitivos de la seudocivilización y argonautas del corazón.
CUATRO
Los gozos y dolores del vivir los siente el hombre por causas genéticas y convivenciales. Hoy la enfermedad física es paliable con la tecnología; pero los virus síquicos son más impermeables a la curación. El ADN mental lo vamos generando en unos pocos años, y sin embargo tiene tanta potencia como el tejido por la naturaleza a lo largo de millones de milenios. Y no parece erradicable el cáncer social más que dejando morir los miembros ya corruptos, solo para eliminar el lastre de la materia muerta, no para sanar el dinosaurio de la existencia, que continúa reptando a ciegas hacia no se sabe dónde.
Se ha instalado entre nosotros la irresponsabilidad, ese libertinaje que convierte en delincuente impune a todo aquel que antepone sus derechos a sus deberes y arrasa con todo porque las leyes ya no son hijas de la justicia, sino de los intereses sociales.
Ya lo he dicho: ¿No representa Buda el paso de la inocencia a la conciencia, el conocimiento del malestar del mundo? ¿Y acaso la filosofía, y las modernas sicologías y sociologías (desde Marx y Freud) no son simples ungüentos contra el dolor y hacia la panacea universal?
Pero las teorías quedan siempre tan lejanas de sus prácticas como los paraísos de los infiernos en que se convierten. ¿Es este mundo reflejo de un edén o de un infierno? He aquí lo que, sin ser preguntado, siente y contesta Quevedo:
Mi corazón es reino del espanto.
¿No sería más acertado poder escribir un día no lejano mi corazón es reino del sosiego?
No hay comentarios:
Publicar un comentario